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lunes, noviembre 28

Esos "locos" del piano

(Un artículo de P. Unamuno leído en El Mundo del 30 de octubre de 2011)

Cuando fallar una nota es una tragedia, hasta el más templado de los pianistas acaba buscando refugio en las manías, los rituales, la superstición. Es sabido que Sviatoslav Richter, uno de los mejores intérpretes del siglo XX, dedicó los últimos años de su carrera a tocar en salas perdidas y oscuras de la Rusia profunda en las que la única iluminación era una lamparilla sobre su partitura. Quería evitar así que el público se distrajera con muecas y gestos como los que hicieron famoso al canadiense Glenn Gould, un artista lleno de rarezas a pesar de su talento casi sobrenatural, como tan bien describe Thomas Bernhard en la novela "El malogrado". La más conocida de sus manías consistía en gemir mientras interpretaba, como se aprecia en su célebre disco de las Variaciones Goldberg, de Bach.

Otro maestro en el arte del piano, y en el de emitir ruidos, es Keith Jarrett, cuyos quejidos de éxtasis se recogen en la grabación de su concierto de 1975 en Colonia. Si pensamos en puestas en escena chocantes vienen rápidamente a la cabeza Michel Petrucciani y otro pianista de jazz, Thelonious Monk, que combinaba traje y corbata con un gorrito en la cabeza y tenía una digitación que, siendo generosos, cabe calificar de heterodoxa; penalizada, además, por los enormes anillos que lucía en ambas manos.

Mientras unos artistas se reconcentran en sí mismos, como Gould y Jarrett, otros adoptan comportamientos excéntricos. El virtuoso de origen austriaco Friedrich Gulda, que tenía por costumbre no informar al público de las piezas que iba a interpretar, llegó al extremo de actuar desnudo para un programa de televisión. Casi tan ridículo como eso era el traje de angora blanco con el que se ataviaba el artista estadounidense W. V. Liberace, tan kitsch como buen pianista.

El más destacado de los intérpretes de piano actuales, el chino Lang Lang, es también el más desenfadado y extravagante, un auténtico acróbata del piano; no sabemos si por vocación propia o por imperativos comerciales. A muchos pianistas les ha bastado con dar rienda suelta a su histrionismo sólo en la forma de interpretar, como Ivo Pogorelich con sus atrevimientos, a menudo de gran belleza, o el teatral Vladimir Horowitz.

Y hay quien se conforma con menos, como el rumano Radu Lupu, cuya máxima manía conocida es haber cambiado el taburete por una silla de oficina.

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