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lunes, marzo 4

Diez batallas que forjaron España

(Un artículo de David Solar en El Mundo del 23 de diciembre de 2012)

Lo más determinante en la historia de las naciones es su cultura, su ciencia, sus recursos económicos, su administración, su iniciativa empresarial e industrial, la armonía política y su capacidad para proponer metas que ilusionen y movilicen a la mayoría. Las guerras son, por definición, negativas, pero las victorias o derrotas, sin duda inciden en la trayectoria de cada país. Al respecto y refiriéndose a España, Asunción Domenech, directora de La Aventura de la Historia, concreta: «Casi todos los momentos decisivos que han configurado el perfil nacional, tanto hacia dentro -la manera en que nos vemos- como hacia el exterior -la forma en que nos catalogan los demás- están relacionados con tensiones y conflictos». Ejemplificando esta idea, La Aventura de la Historia ha abordado el papel de 10 batallas decisivas en la configuración de España. Hubieran podido incluirse en esta selección otros hitos militares, pero los elegidos determinaron en gran medida nuestra trayectoria histórica.

Las navas de Tolosa (1212). Ocaso musulmán en la Península. En la segunda mitad del s. XII, la llegada a la Península de los almohades, guerreros integristas norteafricanos, amenazó el lento avance hacia el sur de la reconquista cristiana. Sin embargo, el empuje de la Media Luna apenas rebasó Sierra Morena, porque un ejército cristiano lo rechazó el 16 de julio de 1212 en Despeñaperros, en la batalla de Las Navas de Tolosa. Las huestes de Alfonso VIII de Castilla junto al que estaban el rey de Aragón, Pedro II, y el de Navarra, Sancho VII, unidos por la cruzada promovida por Inocencio III, asestaron un golpe casi definitivo a la presencia musulmana en la Península. La victoria abrió el camino a las conquistas en Andalucía de Fernando III y las de Jaime I en Mallorca y en Levante, y sólo los conflictos dinásticos y la crisis económica frenaron la reconquista, que culminaría en Granada en 1492 con Castilla y Aragón unidas por los Reyes Católicos.
Vísperas sicilianas (1282). Aragón se presenta en el Mediterráneo. Pedro III el Grande, hijo de Jaime I, se casó en 1260 con la princesa Constanza, hija de Manfredo Hohenstaufen de Sicilia. Poco después, en la guerra entre güelfos y gibelinos, murieron el monarca siciliano y sus hijos varones y los franceses se apoderaron de la isla. Muchos sicilianos se refugiaron en Aragón y, al parecer; con su ayuda, Pedro III trenzó un plan para lograr el reino de Sicilia, que correspondía a su esposa.

Dicen que el 31 de marzo de 1282, fiesta de Pascua, un soldado francés se propasó con una dama de Palermo camino de su boda; reaccionaron el novio y sus amigos, llegaron más franceses, salieron a relucir los cuchillos y la calle se convirtió en un campo de batalla al que se incorporó la ciudad entera, haciendo huir a la guarnición y, en pocos días, los franceses fueron expulsados de Sicilia. Francia envió una escuadra y asedió Mesina. Pedro III, con una potente flota, aguardaba la llamada de los sicilianos, que le ofrecieron el trono si respetaba sus privilegios. El 30 de agosto desembarcó Pedro III obligando a los franceses a levantar el sitio y desbaratando a su armada. De ahí deriva la presencia aragonesa en la isla, sus intervenciones mediterráneas y su asentamiento en Italia, que dos siglos después se transformaría en uno de los epicentros del poder español hasta comienzos del XIX.

La conquista de Tenochtitlan (1521). Cortés indica el camino. Hernán Cortes llegó a México en 1519, con 31 años, dispuesto a alcanzar gloria, poder y riqueza. Con un puñado de españoles y unos millares de aliados tlaxcaltecas alcanzó Tenochtitlán, capital del Imperio azteca y se apoderó del emperador Moctezuma, aunque diversos avatares le obligaron a abandonarla en la famosa «noche triste». En mayo de 1521, con unos 1.000 españoles y unos 16.000 tlaxcaltecas, regresó a Tenochtitlán, asedió la ciudad y la obligó a capitular el 13 de agosto. Cortés sería el ejemplo seguido por Pizarro en Perú y de otros muchos que brindaron a España un continente, cuyos recursos alimentaron la economía, las guerras de la corona y contribuyeron al desarrollo europeo. Y, aún hoy más notable: legaron a América el castellano y la cultura occidental.

Mühlberg (1547). España implicada en las guerras del imperio. El 24 de abril de 1547, junto al Elba, el emperador Carlos V se enfrentó con unos 50.000 hombres (8.000 españoles) a un ejército similar del elector Juan Federico de Sajonia. La batalla no se libró: el emperador apareció por un flanco donde el elector no le esperaba y su ejército se desbandó. Dicen que murieron 50 imperiales y unos 2.500 sajones. Sus consecuencias fueron enormes: la implicación de España en las contiendas del Imperio, que era alemán y patrimonio de la casa de Austria y en las guerras de religión que ensangrentaron Europa y depauperaron la población y la hacienda españolas.

Almansa (1707). Felipe V gana la guerra de la sucesión. La victoria sonreía al archiduque Carlos de Austria, pero en la primavera de 1707 Felipe V de Borbón logró levantar un ejército de unos 25.000 infantes y 9.000 jinetes, que avanzó hacia Valencia mandado por el duque de Berwick. Le salió al paso Galway con el ejército austracista, con fuerzas muy inferiores. Chocaron a la sombra del castillo de Almansa el 25 de abril de 1707: Berwick, a costa de unas 3.000 bajas, desbarató a Galway, ocasionándole unas 5.000 bajas y capturándole 8.000 hombres. Sin oponentes, Felipe V se impuso en Aragón y Valencia, suprimiendo sus fueros y privilegios. La guerra de sucesión se prolongaría hasta 1714 en que capituló Barcelona, último bastión del archiduque, pero a partir de Almansa el resultado era predecible.

Bailén (1808). España existe, Napoleón no es invencible. El general Dupont operaba en Andalucía cuando, enterado de que se estaba juntando un ejército importante para combatirle, se replegó hacia Sierra Morena El general Castaños le interceptó en Bailén, el 19 de julio. Dupont, con unos 11.000 soldados intentó romper las líneas españolas, de unos 15.000 hombres. Con mejor posición y conocimiento del terreno y el apoyo de la población civil que suministraría agua y alimentos, los españoles aguantaron muchas embestidas hasta que, pasado el mediodía, cuando los franceses flaqueaban bajo una tempera de 35 grados, Castaños cerró el cerco y les impuso la capitulación. La vanguardia de Dupont, con más de 9.000 hombres, sólo llegó a tiempo para incluirse en la capitulación: los franceses sufrieron 2.000 bajas (los españoles, 1.000) y 17.000 quedaron prisioneros. En España proliferaron escritos exhortando a la resistencia y la unidad; el rey José abandonó Madrid temeroso del avance de Castaños; Napoleón resolvió venir personalmente a España; una ola de optimismo recorrió Europa: los franceses no eran invencibles.

Ramales (1839). La victoria de Espartero abre la paz de Vergara. Seis años de guerra civil entre liberales y carlistas ensangrentaban España sin que las armas de Don Carlos, el pretendiente, lograran avances relevantes y sin que los generales de Isabel II consiguieran domeñar su feroz resolución. Entre el17 de abril y el 12 de mayo, Espartero atacó a los carlistas en Ramales (Cantabria). En esas cuatro semanas hubo feroces combates, y un tremendo desgaste de los soldados en un terreno montañoso sacudido por un temporal de agua y frio. En situación muy comprometida, el carlista Maroto negoció la retirada, quedando los liberales dueños del territorio y los pertrechos. Los carlistas, agotados, propusieron una solución pactada, que fue solemnizada el 31 de agosto con el abrazo de Vergara entre los generales Espartero y Maroto. Don Carlos huyó a Francia y terminó la guerra.

Santiago de Cuba (1898). Final del imperio de ultramar. El 3 de julio de 1898 la escuadra del almirante Cervera, atrapada en la rada de Santiago de Cuba, trató de escapar de la ratonero enfrentándose a la escuadra del almirante Sampson. Fue un tiro al blanco: la poderosa flota estadounidense disparó contra los buques españoles que debían salir del puerto uno a uno. Ninguno escapó: se perdieron cuatro cruceros y dos destructores, la vida de 322 marinos, además de los 115 que resultaron heridos y los 1720, prisioneros. La pérdida de la escuadra forzó la capitulación de Cuba y el tratado de paz Washington-Madrid rubricado en Paris, por el que se entregaban a EEUU los restos del imperio ultramarino: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Sobre España cayó un manto de pesimismo, acentuado por la llegada de miles de soldados mutilados, enfermos y desmoralizados.

Annual (1921). Entre la irresponsabilidad y la incompetencia. En el reparto francés de las zonas de Marruecos, a España le tocó la más pobre y agreste del territorio. Y, también, la más indómita: la insumisión de las tribus del Protectorado fue evidente desde el comienzo, con derrotas sangrientas como la del Barranco del Lobo, en 1909. Peor sería la campaña de 1921, suscitada por un incompetente lanzado, como el general Silvestre, azuzado por políticos irresponsables, incluido Alfonso XIII, y descuidado por otro irresponsable, el Alto Comisario, general Berenguer. En el verano de 1921, Silvestre componía un mosaico de posiciones pobremente armadas y carentes de suministros seguros, pese a lo cual, con insensata seguridad, avanzó contra la más insumisa de las tribus rifeñas, la de Abd el-Krim.
El ataque rifeño originó la desbandada española en Annual. Se perdieron 6.000 soldados y 500 prisioneros y Abd el-Krim llegó hasta los arrabales de Melilla. La derrota abrió Las puertas del poder al general Primo de Rivera y dejó tocada a la Monarquía, arruinó las arcas nacionales y dio paso a una casta militar que se creyó la esencia del patriotismo: los africanistas.

El Ebro (1938). Se desploma la última esperanza de la II República. En julio de 1938 la República estaba al borde de la derrota; Franco se aprestaba a darle el golpe de gracia operando contra Valencia. Apenas pudo desplegar el ataque porque el general Rojo le atacó en la madrugada del 25 de julio por la retaguardia, haciendo atravesar el Ebro al Ejército de Cataluña y amenazando con aislarle. La prometedora ofensiva quedó atascada un día después por falta de medios y por las tropas que pronto llegaron a taponar la brecha. Los republicanos pasaron a la defensiva, planteándose una feroz batalla de desgaste que se prolongaría hasta el 14 de noviembre: participaron unos 250.000 hombres que sufrieron 100.000 bajas (17.000 muertos) repartiéndose las pérdidas en un 60% la República y un 40% los sublevados.
La guerra quedó decidida: la República ya no podría reponer el material perdido, mientras que Roma y Berlín reabastecieron a Franco y fracasó, también, en su objetivo de prolongar la Guerra Civil hasta el estallido del conflicto que se avecinaba: la Guerra Civil concluyó el 1 de abril de 1939 y cuatro meses después, el 1 de septiembre, estalló la II Guerra Mundial.