Le Corbusier al desnudo II
Sus edificios preferidos eran las sencillas cabañas
de pescadores, típicas de la costa atlántica meridional francesa. Al
autodenominado ’hombre del futuro’ le disgustaban las casas tradicionales con
los tejados en pendiente, los comedores con lámparas de arañas y ese tipo de
cosas. Su idea de lo que debía ser un dormitorio llevaba a pensar en una suerte
de celda monástica.
Las villas con blancos muros que construyó ajustándose
a sus principios puristas quizá fueran el no va más de la modernidad a
principios de los años 30, pero no debieron de resultar muy cómodas, a juzgar
por las quejas de sus inquilinos. Pierre Savoye, que le había encargado la
Villa Saboya, escribió en 1930: “La lluvia hace un ruido infernal al
estrellarse sobre la ventana del dormitorio, con lo que no pegamos ojo cada vez
que hace mal tiempo”. Seis años después, las cosas no habían cambiado: “Seguimos
teniendo goteras en el dormitorio, que se inunda cada vez que llueve. El
cobertizo del jardinero también se inunda cada dos por tres. A ver si lo arreglan
de una vez”.
Pero Le Corbusier tenía en mente proyectos mucho más
ambiciosos, como la idea de derribar buena parte de la ribera izquierda del
Sena para construir gigantescos bloques de pisos junto al rio. Por suerte para París,
la idea fue rechazada. Él, sin embargo, se sentía tan frustrado por la
oposición que despertaban sus ideas, que hizo lo posible por imponer sus puntos
de vista en otros lugares del mundo. Era frecuente que se presentara sin invitación
en ciudades extranjeras con proyectos urgentes para su renovación, como contaba
The New York Herald Tribune, el 22 de
octubre de 1935. “Los rascacielos no son lo bastante grandes, afirma Le
Corbusier”, rezaba el titular. “E1 arquitecto francés nos visita con intención
de promover su proyecto de ’ciudad luminosa y feliz’. Según asegura, los rascacielos
tendrían que ser mucho mayores y estar situados a mucha mayor distancia unos de
otros.”
Los argentinos se mostraron más receptivos. En una
carta a su madre fechada en Buenos Aires en 1929, Le Corbusier afirma que “todos
los peces gordos quieren hablar conmigo. Aquí se me respeta y se me escucha”. De
Buenos Aires se trasladó a Rio de Janeiro, y en el barco conoció a Josephine Baker,
quien iba a ser la musa de tantos contemporáneos, desde Pablo Picasso hasta
Christian Dior. Se ha dicho que el arquitecto vivió una aventura con la
artista, como parece indicar un apunte de la Baker dormida, pero Benton y Cohen
son escépticos al respecto.
“No hay ninguna prueba concluyente -explica Benton-.
Y Le Corbusier deja muy claro en sus notas que el representante de la Baker
estaba en el camarote cuando él hizo el dibujo”.
No obstante, Le Corbusier se muestra a todas luces
entusiasmado con la cantante en una carta dirigida a su madre: “Josephine es
una persona de extraordinaria modestia y naturalidad. Tiene un corazón de oro y
nada de vanidad”.
Con todo, en una carta dirigida a la artista años después,
se muestra decepcionado con ella: “Me siento melancólico por tu rechazo, tan
absoluto”, escribe en 1935, “…¡me duele no haberme convertido en tu arquitecto!”.
La Baker ese año le mandó una cálida felicitación
navideña, mientras que en una carta de enero de 1936 lamentaba no haberlo visto
personalmente en Nueva York el año anterior. Pero Le Corbusier no habría tenido
mucho tiempo para ella en Nueva York en 1955, pues estaba envuelto en una aventura
con Marguerite Tjader Harris, una heredera sueco-americana divorciada, lo que
explica que una y otra vez pospusiera su retorno a Paris. “Todo ha sido tan
maravilloso y bonito…”, le escribió al marcharse finalmente en diciembre. “Si
en lugar del frio hubiéramos podido disfrutar del calor del verano o del clima
templado de la primavera... Del mar a nuestro lado, de las olas. De unas noches
en el agua y en la arena, haciendo el amor. De la alegría y de los gestos de
ternura…”. La relación se prolongó durante años enteros, por carta sobre todo.
Corbu no se molestó en esconderle a Tjader Harris
sus aventuras con otras mujeres. En 1949 le pidió por carta la organización de
una cena “con mis mujeres neoyorquinas de 1946-1947 (…) Helena, Barbara y, si
las otras están de acuerdo, Mitzi, la escultora (tú decides)...”. Y en uno de
sus cuadernos escribió: “No es frecuente encontrar en Estados Unidos (¡ni en
ningún otro sitio!) a un gigoló de 63 años como yo”. La Helena mencionada en la
misiva es Helena Simkhovich, la artista. Una carta de julio hace referencia a
uno de los encuentros entre ambos.
Otra de las mujeres de su vida fue la periodista
Taya Zinkin. Según Charles Jencks, autor de un libro sobre Le Corbusier, éste 1e
dijo a Taya: “Eres gorda, pero es que a mí me gustan las mujeres gordas. Podríamos
haberlo pasado muy bien juntos la otra noche”. Jencks opina que los dibujos que
Corbu hiciera de desnudos voluptuosos en los años 30 y 40 explican el cambio en
su estilo arquitectónico acaecido por esas fechas. Sus edificios empezaron a
reflejar ”los meandros de los ríos y las gruesas pantorrillas de las mujeres”.
No se sabe hasta qué punto Yvonne estaba al
corriente de los adulterios de su marido. Pero su relaci6n parece haber sido muy
feliz, pese a las largas temporadas que pasaron separados. Como cuando, a
finales de los 40, se marchó a la India para proyectar la ciudad de Chandirgah.
Allí conoció a Miente de Silva, una joven arquitecta cingalesa con quien mantendría
una relación a lo largo de años, o así asegura el rumor.
Años antes, el arquitecto había justificado tanto viaje
ante su madre: “Si me presto a esta vida de vagabundo es con la esperanza de
ganar el dinero suficiente para hacerles las cosas más fáciles a quienes me
rodean, a mi familia, a los que no han tenido igual oportunidad de hacer
fortuna”.
Un rasgo distintivo de Le Corbusier fue lo muy
amplio de su producción. Amén de construir más de 6o edificios en diferentes
países -una pequeña parte del total de 500 proyectos que diseñó-, escribió 34
libros y diseñó mobiliario. Los estudiosos todavía no se explican de dónde
sacaba el tiempo para tanta obra. Pero sus admiradores insisten en que sus
ideas siguen teniendo plena actualidad. En 2006, un antiguo alumno suyo terminó
una de sus últimas obras: una iglesia de hormigón en forma de gigantesca chimenea
de barco en Firminy, pequeña ciudad industrial en el centro de Francia. El número
de visitas turísticas a dicha ciudad no deja de crecer desde entonces. Se diría
que el descubrimiento de Le Corbusier acaba de empezar.
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