Los secretos del Harry's bar de Venecia
(Un artículo de Irene Hernández Velasco en
el Magazine de El Mundo del 10 de enero de 2010)
Tiene una superficie
de tan sólo 40 metros cuadrados y, aunque elegante, es absolutamente sobrio, de
una sencillez pasmosa. Pero, probablemente, estos sean los 40 metros cuadrados
más famosos del mundo. Al fin y al cabo, desde su inauguración hace 78 años,
por aquí ha pasado y sigue pasando lo más granado del mundo de la literatura,
de la empresa, del arte, del cine, de la aristocracia, de la nobleza... La mesa
de la esquina, por ejemplo, era la que ocupaba Hemingway y donde escribió dos
de sus novelas, en una de las cuales (Al otro lado del río y entre los
árboles, de 1950) consagró una página a este lugar. Cuentan que cuatro
monarcas distintos coincidieron un día en este magnífico cuchitril, cada uno
sentado en su respectiva mesa. […].
Estamos en un bar. En
un simple y sencillísimo bar. Pero no es un bar cualquiera, sino en el más
legendario de todos: el Harry's Bar de Venecia. Su nacimiento, con tintes
novelescos, ya hacía presagiar que este lugar entraría en la Historia. Corría
el invierno de 1927 y detrás de la barra del bar del Hotel Europa-Britannia, en
Venecia, se encontraba un barman educadísimo y afable llamado Giuseppe Arrigo Cipriani.
Entre quienes a diario acudían a deleitarse con sus brebajes se encontraba un
tal Harry Pickering, un joven estudiante americano, veinteañero y borrachín,
que se alojaba en el Europa-Britannia junto con su anciana tía y el gigoló
de ésta. Llevaban dos meses en el hotel cuando, un día, Harry tuvo una sonada
pelea con su tía Ésta, airada, cogió las maletas y al gigoló y se largó,
dejando a Harry con su perro faldero y sin dinero.
Giuseppe Arrigo, un
buen hombre, se apiadó de él. Y decidió prestarle de su propio bolsillo una
cifra considerable: 10.000 liras, el equivalente en la actualidad a unos 3.500
euros. Harry cogió el dinero y se fue, no sin antes prometerle al barman que
volvería pronto a Venecia para saldar su deuda. Tardó dos años en cumplir su
palabra, pero, una fría mañana de febrero de 1930, Harry entró de nuevo en el
bar del Europa-Britannia. "Cipriani, gracias, aquí está su dinero. Y para
demostrarle mi agradecimiento, he añadido un poco más", le soltó el joven
mientras le extendía un fajo de 40.000 liras, unos 14.000 euros de hoy.
"Con esto, abriremos un bar juntos. Lo llamaremos él Harry's Bar".
El 13 de mayo de
1931, en un local que hasta entonces se había utilizado como almacén de cuerdas
situado muy cerca de la Plaza de San Marcos, abrió sus puertas el Harry's Bar.
"Esta calle no tenía entonces salida,y eso a mi padre le gustó.
Significaba que los clientes tendrían que venir a propósito, no sólo porque
pasaran por aquí", recuerda el hijo de Giuseppe Cipriani, Arrigo, al tiempo
que se apresta a explicar el origen de su nombre: "Mis padres me querían
haber llamado Harry en honor, obviamente, del Harry's Bar. Pero como nací en
1932, es decir, en el año XI de la era fascista y entonces estaba prohibido dar
a los recién nacidos un nombre anglosajón, me llamaron Arrigo, el equivalente
italiano de Harry".
De hecho, durante el
periodo de Mussolini, el Harry's Bar fue obligado a rebautizarse como Bar
Arrigo y a colgar en una pared un cartel que decía: "En este local no se
admiten judíos". Y no sólo eso: el establecimiento acabó siendo requisado
por los nazis y convertido en comedor de la Marina italiana.
El caso es que, muy
pronto. el bar de Cipriano se convirtió en una auténtica institución. Y no sólo
por la larguísima lista de devotos clientes famosos que siempre ha tenido y que
incluye a Charlie Chaplin, Truman Capote, Orson Welles, el barón Philippe de
Rothschild, la princesa Aspasia de Grecia, Aristóteles Onassis, Barbara Hutton,
Peggy Guggenheim o Woody Allen, por citar sólo a unos pocos. Además, de esta
pequeña estancia de 4,5 x 9 metros han salido inventos tan destacados como el carpaccio
(esa delicatessen de ternera cruda cortada en lonchas finísimas que
se sirve aliñada con aceite de oliva, unas gotas de limón y acompañado de
virutas de queso parmesano) o el Bellini, un exquisito cóctel a base de vino
espumoso y zumo de melocotones blancos.
"Mi padre me
enseñó todo, porque fue él quien inventó todo. Creo que yo mismo soy una de sus
invenciones", asegura con ironía Arrigo Cipriano, elegantísimo en su traje
de chaqueta cruzado. "Pero creo que el aspecto más importante de su
genialidad era la simplicidad. La enorme simplicidad con la que hacía todas las
cosas, la simplicidad con la que hablaba, con la que trataba a los clientes. El
secreto del Harry's Bar es que no hay ningún secreto. El cliente, cuando
viene aquí, encuentra calidad, sonrisas y simplicidad. Eso es todo". Son
las 13.00 horas y el Harry's Bar, como todos los días a esta hora, comienza a
transformarse. Las pequeñas mesas de madera en las que hasta ahora se servían
aperitivos y espirituosos varios se cubren con elegantes manteles de lino color
marfil y se convierten en mesas de comedor. Sólo los clientes más agudos y
observadores lo advierten, pero uno de los secretos del Harry's Bar es que aquí
todo está ligeramente miniaturizado. Todo está hecho a escala de las reducidas
dimensiones del recinto: las mesas son más pequeñas de lo normal, las sillas
más bajas, los platos más diminutos de los habituales, los vasos más
reducidos... "Otra de las genialidades de mi padre. Porque, gracias a eso,
el efecto es de equilibrio".
[…]Una de las cosas
más extrañas que se siente al entrar en este mito -y empaparse de su atmósfera-
es que uno está fuera del tiempo. Sobre todo, porque el bar sigue siendo
exactamente igual que hace 78 años. "Je,je,je", se ríe entre dientes
Arrigo Cipriani cuando se lo comentamos. "Eso es lo que usted cree. El
Harry's ha cambiado a lo largo de los años, pero tan sutilmente que nadie se ha
dado jamás cuenta. La única transformación de la que se han percatado los
clientes en todo este tiempo es cuando cambiamos el reloj de detrás de la
barra. En cuanto entraba uno soltaba: 'Habéis cambiado el reloj, ¿no?' Así que
nos vimos obligados a recuperar el viejo reloj, que estaba roto, y a ponerle un
mecanismo nuevo. Ése es el único elemento que permanece desde el principio.
Todo lo demás ha cambiado pero, como le decía, nadie lo ha notado. Incluso
hemos cambiado la barra un par de veces, siempre durante la noche, y a la
mañana siguiente los clientes venían y me decían: '¿Pero por qué quieres
cambiar esta barra que está aquí desde siempre?'''.
El padre levantó este
lugar, pero si alguien conoce bien estos 40 metros cuadrados, ése es su hijo,
Arrigo Cipriani. Al fin y al cabo, lleva 58 años aquí encerrado, transcurriendo
entre estas cuatro paredes una media de 11 horas diarias. Lo sabe todo,
absolutamente todo, de este lugar. Y le encanta contarlo, como lo demuestran
los varios libros que ha escrito sobre el local. "Hemingway fue uno de
nuestros clientes más fieles. Era un tipo de una magnanimidad increíble. Era
tan generoso que escribía más cheques que páginas de sus novelas. Era también
extrovertido, pero sólo en apariencia. Yo creo que tenía miedo a la soledad, y
que por ese motivo buscaba compañía Era de una precisión implacable con el
trabajo. A las 10 de la noche, salvo rarísimas ocasiones, se retiraba a su
apartamento a escribir. Nos encargaba que le lleváramos a su habitación seis
botellas de amarone, un vino de Verona. Le duraban una noche. A la
mañana siguiente, las encontrábamos todas vacías", evoca con detalle.
Respecto a Orson
Welles, Cipriani le recuerda como un grandullón con hambre perpetua. "Y
una sed aún mayor. En cuanto llegaba, se engullía dos platos de sándwiches de
gambas y se bebía de un solo trago dos botellas de Dom Perignon helado. Era un
león con todos, pero con su mujer, la actriz italiana Paola Mari, se
transformaba en perrito faldero".
Y, para concluir, una
aclaración: en el mundo hay unos 100 garitos que se llaman Harry's Bar, pero
éste es el auténtico. Todos los demás sólo son copias. "Nunca nos hemos
molestado siquiera en denunciarles, porque realmente no tienen nada que ver con
nosotros. Nos han copiado el nombre, pero ninguno ha conseguido ni de lejos
copiar el contenido. Así que no pierdo el tiempo ni el dinero metiéndome en
pleitos", concluye Arrigo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home