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viernes, febrero 15

Los secretos del Harry's bar de Venecia



(Un artículo de Irene Hernández Velasco en el Magazine de El Mundo del 10 de enero de 2010)

Tiene una superficie de tan sólo 40 metros cuadrados y, aunque elegante, es absolutamente sobrio, de una sencillez pasmosa. Pero, probablemente, estos sean los 40 metros cuadrados más famosos del mundo. Al fin y al cabo, desde su inauguración hace 78 años, por aquí ha pasado y sigue pasando lo más granado del mundo de la literatura, de la empresa, del arte, del cine, de la aristocracia, de la nobleza... La mesa de la esquina, por ejemplo, era la que ocupaba Hemingway y donde escribió dos de sus novelas, en una de las cuales (Al otro lado del río y entre los árboles, de 1950) consagró una página a este lugar. Cuentan que cuatro monarcas distintos coincidieron un día en este magnífico cuchitril, cada uno sentado en su respectiva mesa. […]. 

Estamos en un bar. En un simple y sencillísimo bar. Pero no es un bar cualquiera, sino en el más legendario de todos: el Harry's Bar de Venecia. Su nacimiento, con tintes novelescos, ya hacía presagiar que este lugar entraría en la Historia. Corría el invierno de 1927 y detrás de la barra del bar del Hotel Europa-Britannia, en Venecia, se encontraba un barman educadísimo y afable llamado Giuseppe Arrigo Cipriani. Entre quienes a diario acudían a deleitarse con sus brebajes se encontraba un tal Harry Pickering, un joven estudiante americano, veinteañero y borrachín, que se alojaba en el Europa-Britannia junto con su anciana tía y el gigoló de ésta. Llevaban dos meses en el hotel cuando, un día, Harry tuvo una sonada pelea con su tía Ésta, airada, cogió las maletas y al gigoló y se largó, dejando a Harry con su perro faldero y sin dinero. 

Giuseppe Arrigo, un buen hombre, se apiadó de él. Y decidió prestarle de su propio bolsillo una cifra considerable: 10.000 liras, el equivalente en la actualidad a unos 3.500 euros. Harry cogió el dinero y se fue, no sin antes prometerle al barman que volvería pronto a Venecia para saldar su deuda. Tardó dos años en cumplir su palabra, pero, una fría mañana de febrero de 1930, Harry entró de nuevo en el bar del Europa-Britannia. "Cipriani, gracias, aquí está su dinero. Y para demostrarle mi agradecimiento, he añadido un poco más", le soltó el joven mientras le extendía un fajo de 40.000 liras, unos 14.000 euros de hoy. "Con esto, abriremos un bar juntos. Lo llamaremos él Harry's Bar". 

El 13 de mayo de 1931, en un local que hasta entonces se había utilizado como almacén de cuerdas situado muy cerca de la Plaza de San Marcos, abrió sus puertas el Harry's Bar. "Esta calle no tenía entonces salida,y eso a mi padre le gustó. Significaba que los clientes tendrían que venir a propósito, no sólo porque pasaran por aquí", recuerda el hijo de Giuseppe Cipriani, Arrigo, al tiempo que se apresta a explicar el origen de su nombre: "Mis padres me querían haber llamado Harry en honor, obviamente, del Harry's Bar. Pero como nací en 1932, es decir, en el año XI de la era fascista y entonces estaba prohibido dar a los recién nacidos un nombre anglosajón, me llamaron Arrigo, el equivalente italiano de Harry". 

De hecho, durante el periodo de Mussolini, el Harry's Bar fue obligado a rebautizarse como Bar Arrigo y a colgar en una pared un cartel que decía: "En este local no se admiten judíos". Y no sólo eso: el establecimiento acabó siendo requisado por los nazis y convertido en comedor de la Marina italiana. 

El caso es que, muy pronto. el bar de Cipriano se convirtió en una auténtica institución. Y no sólo por la larguísima lista de devotos clientes famosos que siempre ha tenido y que incluye a Charlie Chaplin, Truman Capote, Orson Welles, el barón Philippe de Rothschild, la princesa Aspasia de Grecia, Aristóteles Onassis, Barbara Hutton, Peggy Guggenheim o Woody Allen, por citar sólo a unos pocos. Además, de esta pequeña estancia de 4,5 x 9 metros han salido inventos tan destacados como el carpaccio (esa delicatessen de ternera cruda cortada en lonchas finísimas que se sirve aliñada con aceite de oliva, unas gotas de limón y acompañado de virutas de queso parmesano) o el Bellini, un exquisito cóctel a base de vino espumoso y zumo de melocotones blancos. 

"Mi padre me enseñó todo, porque fue él quien inventó todo. Creo que yo mismo soy una de sus invenciones", asegura con ironía Arrigo Cipriano, elegantísimo en su traje de chaqueta cruzado. "Pero creo que el aspecto más importante de su genialidad era la simplicidad. La enorme simplicidad con la que hacía todas las cosas, la simplicidad con la que hablaba, con la que trataba a los clientes. El secreto del Harry's Bar es que no hay ningún secreto. El cliente, cuando viene aquí, encuentra calidad, sonrisas y simplicidad. Eso es todo". Son las 13.00 horas y el Harry's Bar, como todos los días a esta hora, comienza a transformarse. Las pequeñas mesas de madera en las que hasta ahora se servían aperitivos y espirituosos varios se cubren con elegantes manteles de lino color marfil y se convierten en mesas de comedor. Sólo los clientes más agudos y observadores lo advierten, pero uno de los secretos del Harry's Bar es que aquí todo está ligeramente miniaturizado. Todo está hecho a escala de las reducidas dimensiones del recinto: las mesas son más pequeñas de lo normal, las sillas más bajas, los platos más diminutos de los habituales, los vasos más reducidos... "Otra de las genialidades de mi padre. Porque, gracias a eso, el efecto es de equilibrio".

[…]Una de las cosas más extrañas que se siente al entrar en este mito -y empaparse de su atmósfera- es que uno está fuera del tiempo. Sobre todo, porque el bar sigue siendo exactamente igual que hace 78 años. "Je,je,je", se ríe entre dientes Arrigo Cipriani cuando se lo comentamos. "Eso es lo que usted cree. El Harry's ha cambiado a lo largo de los años, pero tan sutilmente que nadie se ha dado jamás cuenta. La única transformación de la que se han percatado los clientes en todo este tiempo es cuando cambiamos el reloj de detrás de la barra. En cuanto entraba uno soltaba: 'Habéis cambiado el reloj, ¿no?' Así que nos vimos obligados a recuperar el viejo reloj, que estaba roto, y a ponerle un mecanismo nuevo. Ése es el único elemento que permanece desde el principio. Todo lo demás ha cambiado pero, como le decía, nadie lo ha notado. Incluso hemos cambiado la barra un par de veces, siempre durante la noche, y a la mañana siguiente los clientes venían y me decían: '¿Pero por qué quieres cambiar esta barra que está aquí desde siempre?'''. 

El padre levantó este lugar, pero si alguien conoce bien estos 40 metros cuadrados, ése es su hijo, Arrigo Cipriani. Al fin y al cabo, lleva 58 años aquí encerrado, transcurriendo entre estas cuatro paredes una media de 11 horas diarias. Lo sabe todo, absolutamente todo, de este lugar. Y le encanta contarlo, como lo demuestran los varios libros que ha escrito sobre el local. "Hemingway fue uno de nuestros clientes más fieles. Era un tipo de una magnanimidad increíble. Era tan generoso que escribía más cheques que páginas de sus novelas. Era también extrovertido, pero sólo en apariencia. Yo creo que tenía miedo a la soledad, y que por ese motivo buscaba compañía Era de una precisión implacable con el trabajo. A las 10 de la noche, salvo rarísimas ocasiones, se retiraba a su apartamento a escribir. Nos encargaba que le lleváramos a su habitación seis botellas de amarone, un vino de Verona. Le duraban una noche. A la mañana siguiente, las encontrábamos todas vacías", evoca con detalle. 

Respecto a Orson Welles, Cipriani le recuerda como un grandullón con hambre perpetua. "Y una sed aún mayor. En cuanto llegaba, se engullía dos platos de sándwiches de gambas y se bebía de un solo trago dos botellas de Dom Perignon helado. Era un león con todos, pero con su mujer, la actriz italiana Paola Mari, se transformaba en perrito faldero". 

Y, para concluir, una aclaración: en el mundo hay unos 100 garitos que se llaman Harry's Bar, pero éste es el auténtico. Todos los demás sólo son copias. "Nunca nos hemos molestado siquiera en denunciarles, porque realmente no tienen nada que ver con nosotros. Nos han copiado el nombre, pero ninguno ha conseguido ni de lejos copiar el contenido. Así que no pierdo el tiempo ni el dinero metiéndome en pleitos", concluye Arrigo.