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martes, febrero 12

Los 15 carnavales más curiosos de España

(Un artículo de Loli Santamaría publicado en El Mundo el 6 de febrero)



El Carnaval. Vestigios de los ritos paganos que celebraban el fin del invierno y exaltaban la fertilidad se mezclan con el desenfreno previo a la estricta Cuaresma. Una válvula de escape temporal en la que todo está permitido: la sátira que ridiculiza al poderoso -bajo la máscara que garantiza el anonimato-, el aplacamiento de la sed de justicia popular, la ocupación de las calles, el exceso de comida y bebida...

Los más famosos, con repercusión más allá de nuestras fronteras, son los de las Islas Canarias y Cádiz. Pero hay un carnaval por cada pueblo de España, con cientos de interesantes tradiciones y leyendas rurales que han sobrevivido al paso de los siglos. Fue oficialmente prohibido por el régimen en 1937, si bien muchas localidades siguieron celebrándolo más o menos clandestinamente. Es alrededor de los años 80 cuando se fomenta la recuperación de las tradiciones perdidas y se incorporan algunos elementos nuevos.

Hoy todos ellos tienen en común las ganas de diversión y el homenaje a las costumbres de sus abuelos. Y están a punto de empezar: abarcan desde el jueves lardero (este año, el 7 de febrero) hasta el martes de carnaval (día 12). El día siguiente, miércoles de ceniza, tiene lugar el entierro de la sardina, acto que despide el Carnaval y recibe la Cuaresma, periodo de cuarenta días previos a la Pascua católica.

Los más divertidos

Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Entre las tradiciones carnavaleras de los vilanovenses se encuentran La Merengada -guerra de nata con la que termina la Xatonada, la cena del jueves lardero- y la llegada del 'Moixó foguer' el sábado de Carnaval (llamado sábado de mascarotas). Se trata de un personaje característico de la tradición catalana: un pájaro humano, desnudo y embadurnado de miel, que recorre las calles de la ciudad metido en una caja llena de plumas.
Pontevedra. El carnaval pontevedrés está dedicado a un loro con nombre de anarquista, Rovachol, que existió realmente allá por 1900. Fue la mascota del boticario, don Perfecto, y deleitó a sus vecinos con su verborrea soez e irreverente hasta que estiró la pata. Su trágica muerte -se dice que por empacho de pasteles-, en pleno Carnaval, conmovió a la comarca. Se le organizó un sentido velatorio y un multitudinario entierro, que siguen representándose año tras año. En 2013 se cumplen 100 años de tan tragicómica pérdida.
Villar del Arzobispo (Valencia). Aquí se celebran el velatorio y entierro de la morca (una morcilla, en vez de una sardina). Y el sábado se procede a la 'quemá del chinchoso', una original tradición que consiste en inmolar un muñeco a escala natural que encarna al personaje popular más odiado del año (políticos, casi siempre). Sin acritud.
Santoña (Cantabria). Una vuelta de tuerca marinera a la historia del Carnaval: su protagonista es un enorme besugo enamorado, que rapta a una sirena y acaba siendo juzgado en el fondo del mar. Terminará mal: condenado, ajusticiado y enterrado en un solemne encuentro, al que acude una cohorte de murgas y comparsas, todas disfrazadas de diferentes peces. Una tradición diferente con un mensaje serio, en realidad: la necesidad de protección del ecosistema marino. En 1985 fue declarada de interés turístico nacional.
Tazarona (Albacete). Durante los seis días que duran sus fiestas, se alternan las comparsas y pasacalles. El segundo sábado de Carnaval -ya pasado el entierro de la sardina- celebran el día de las 'mascarutas', su jornada más singular. El disfraz consiste en una manta sobre el cuerpo, una caja de cartón en la cabeza y una tela tapando la cara; en la mano llevan un matamoscas de colores y un frasco con agua de colonia o talco. Van diciendo a la gente que los mira: "¡Ay, qué tonto eres, que no me conoces!" De animar el ambiente se encarga la cuerva, especie de sangría típica de la provincia.

Los más antiguos

Ciudad Rodrigo (Salamanca). Considerado por muchos el más antiguo de España -se han encontrado referencias en documentos de la época de los Reyes Católicos-, el Carnaval del Toro es el único del mundo que une ambos festejos. Miles de visitantes acuden cada año a la fiesta grande de Ciudad Rodrigo para disfrutar de encierros, desencierros, capeas, corridas y charangas. El plato fuerte es el encierro a caballo, cuando expertos garrochistas conducen a los toros bravos desde las dehesas vecinas hasta la ciudad.
Villarrobledo (Albacete). Desde tiempos inmemoriales, personajes enmascarados tomaban las calles y los hogares de Ciudad Rodrigo con sus bailes y parodias -las primeras referencias datan de 1510-. Mucho más recientes son los desfiles, organizados por comparsas, en los que se involucran todos y cada uno de los villarrobletanos, sobre todo los niños. Su Carnaval está reconocido como fiesta de interés turístico nacional, por algunos actos que lo hacen único: la llegada de los Juanes -se llama así a una especie de cuervos de la zona, en la que se basa el disfraz-, el Concurso de bodas -parodia de enlaces famosos o imaginarios, cura e invitados incluidos-, el rastrillo y la Noche del Orgullo Manchego, oportunidad para reírse de uno mismo.
Bielsa (Huesca). En esta localidad altoaragonesa se celebra uno de los carnavales más antiguos de España -que ni la dictadura franquista logró interrumpir-, de origen claramente pagano. Arranca cuando cobra vida Cornelio Zorrilla, muñeco confeccionado con ropas viejas rellanas de paja. Este bandido encarna todos los males que asolan el valle, y por ello será juzgado, colgado de la fachada de la casa consistorial y condenado a la hoguera. Los jóvenes solteros se visten de 'trangas' -diabólicos seres mitad hombre mitad macho cabrío, cubiertos por una gran piel de choto y con la cara tiznada de hollín con aceite- y recorren el pueblo asustando a los niños con el estruendo de sus cencerros. Como contraste a la virilidad, las mozas del pueblo encarnan a 'las madamas', de punta en blanco. Otros personajes son 'el onso' y su domador -el oso pardo, protagonista de numerosas leyendas de los pueblos pirenaicos, que despierta de su letargo para anunciar el fin del invierno- y 'el amontato' -una anciana que carga a sus espaldas a un hombre, una ancestral parodia del machismo-.
Laza, Xinzo y Verín (Orense). El triángulo formado por estas tres localidades de Orense reúne algunas de las tradiciones más antiguas relacionadas con el Antroido (o Entroido), que es como se denomina en Galicia a estas fiestas que preceden la Cuaresma y en las que a nadie se le ocurre salir a la calle sin ir disfrazado -so pena de que caiga algún zurriagazo de zamarra-. Arrancan con el 'domingo fareleiro', una batalla campal de harina. Y siguen con el 'lunes de farrapos' -una pintoresca guerra con trapos embarrados- y la llegada de 'la morena', en la que un vecino tocado con una cabeza bovina arroja al público hormigas rabiosas. Cuentan con personajes propios, como los 'peliqueiros', los 'pantallas' y los 'cigarrones', ataviados con ropas vistosas, grandes máscaras de madera (a modo de mitra) y una ristra de cencerros a la cintura.
Tarragona. Del Carnaval tarraconense se han encontrado numerosas referencias en documentos medievales -que prueban que ya entonces se repartía vino y se celebraban corridas de toros en esa semana del año-, si bien su origen se remonta a las fiestas saturnales romanas. Su personaje más relevante es el Rey de Carnestoltes, presente el muchas fiestas catalanas; acompañado de la Reina Concubina y su séquito, hace su aparición el miércoles y muere el martes siguiente. Al entierro asisten figuras como el dragón, el toro o la víbria, y otras relacionadas con el fuego -elemento purificador en la simbología carnavalesca-.

Los más macabros/grotescos

Solsona (Lérida). Cuenta la leyenda que los solsonins enviaron un burro a comerse las hierbas que habían crecido en el campanario de la catedral. Y que al ser la escalera estrecha, los encargados decidieron subir al pollino colgado del cuello. El animal, agonizante, vació a vejiga sobre el público presente. Hoy en día siguen rememorando la historia con la famosa 'Colgada del burro'... aunque urge aclarar que el animal es de cartón-piedra y peluche, y está relleno de agua.
Cintruénigo (Navarra). Las tardes del sábado y el domingo de Carnaval, los cirboneros, oriundos de esta villa tudelana, se visten de 'zarramuskeros', típicos personajes armados con cualquier cosa que pueda manchar a quienes no van disfrazados: harina, serrín, azulete... Con el tiempo, sus prácticas se han suavizado: cuentan que hace años arrojaban huevos y excrementos, o se ponían pinchos en la ropa para arañar a las mujeres.
Villanueva de la Vera (Cáceres). Caras tiznadas, empujones, rondallas, trajes regionales y disfraces por doquier... El Carnaval de Villanueva es tan único como su folclore. Toda la fiesta gira en torno al Peropalo, nombre con el que se conoce a un muñeco vestido de negro, de tamaño natural, relleno de paja y clavado en un palo, confeccionado y velado por una comitiva de pelopaleros. Los habitantes se posicionan a favor o en contra del pelele, y escenifican 'judiás' (dos grupos de personas que se entrecruzan corriendo y chocan). Finalmente, será sentenciado, desnudado, decapitado, manteado y quemado, entre llantos de plañideras y bailes de alegría. Una jota, ejecutada por tamborileros, pone el broche al festejo, declarado de interés turístico nacional.
Lanz (Navarra). Cada martes de Carnaval, este pequeño pueblo representa la captura, el juicio y la muerte en la hoguera del malvado bandido Miel Otxin, una tradición -parece que basada en hechos reales- que ido pasando de padres a hijos. Se trata de un gran muñeco de 3 metros de altura, con los brazos en cruz, al que acompañan otros coloridos personajes (el gordo y torpe Ziripot, el caballo Zaldiko y los Txatxos, los agresivos lugareños), en una gran parodia en la que no falta la música del chistu y el tamboril.
Llodio (Álava). En este caso el objeto de la ira vecinal es la Bruja de Lezeaga, que según cuenta la leyenda vivía en una cueva cercana y atraía con sus cánticos y sus malas artes a los pastores del pueblo. Las cuadrillas la prenden, la pasean y la condenan a morir en el fuego, en el acto que clausura las fiestas.