Cinco años en galeras por tener dos mujeres II
Aunque a partir del siglo XVI y tras la batalla de Lepanto,
donde alcanzó su cénit como arma de guerra (había perdido importancia naval),
la galera seguiría prestando durante los siglos XVII y XVIII servicios al
resto de la flota, sobre todo en la defensa de ciudades costeras, en desembarcos,
transporte de tropas y mercancías: eran maniobrables, se desplazaban sin
viento y podían acercarse mucho a la costa, tal y como explica Pedro Fondevila
Silva, capitán de navío e historiador. La boga era durísima, al ritmo que
marcaban los tambores, los latigazos y golpes de los sotacómitres: dos horas
seguidas en las que los 255 remeros podían llegar a desplazar el navío a seis o
siete nudos —unos 10 km/h— aunque en circunstancias normales se usaban la vela
mayor y de trinquete. La comida, aunque suficiente para mantener el esfuerzo
de los remeros, era escasa. La higiene, nula —los forzados no abandonaban
prácticamente nunca el banco— y la posibilidad de enfermar o lesionarse,
enormes.
Dejar atrás el infierno de la boga no era tarea
fácil, pero los forzados españoles tenían más opciones: podían aguantar y
salir vivos una vez cumplida su condena que no podía exceder de 10 años, con
excepciones, mientras que los esclavos musulmanes apresados por una galera
enemiga o cualquier corsario dispuesto a venderlo a la Corona, lo estaban de
por vida.
Forzados y esclavos formaban la chusma, la gente de
remo, mientras que en la galera servían también la gente de cabo que a su vez
se dividía en la gente de mar, y la gente de guerra. Estos dos últimos, hombres
libres que formaron el Cuerpo de Galeras hasta 1748, disponían de un mejor
rancho, de paga y de más comodidades. También de remo eran los buenas boyas,
remeros voluntarios que sí disponían de sueldo y de las mismas raciones que la
gente de cabo, pero que dormían al raso en el banco con los galeotes.
En su
gran mayoría no hubo, lógicamente, muchos voluntarios. No eran sino forzados
que habiendo finalizado su condena no podían abandonar el barco en mitad del
Mediterráneo o en puerto extranjero y se quedaban en galeras hasta ser
sustituidos. El registro del propio Francisco de Rivera, el bígamo, lo deja
claro. En el Libro general de Forzados (1659-1670), la penúltima línea,
manuscrita por una pluma distinta de las anteriores dice: «Hizóse BªBª (buena
boya) el 16 de Julio de 1666».
Es decir, que habiendo cumplido los siete años
(1659-1666) que finalmente le cayeron, no pudo abandonar y hubo de servir
casi otro más hasta el 11 de marzo de 1667: «En el Puerto de Santa María a 9 de
marzo de 1667 se entregó ese forzado a Diego Bernal de la Peña», reza en unas
líneas inteligibles, y «el 11 del mismo por haber pedido en nombre del
Tribunal de la Inquisición que ha cumplido el tiempo de su condenación».
Libre tras siete penosos años, ¿Encontraría a su vuelta a alguna de las dos
mujeres?
De toda la chusma, los esclavos -que en tiempos de
los Austrias representaban el 30% de todos los galeotes- fueron los más perjudicados,
ya que podían sufrir el increíble tormento de por vida. Una cédula de Felipe
IV del 11 de mayo de 1642 fechada en Aranjuez da buena cuenta de ello, al
disponer la libertad de un esclavo de más de 70 años y con más de 24 de
servicio al remo en la galera Patrona, dejando a otro en su lugar.
De
hecho, los esclavos, propiedad del rey, estaban tasados. Majaluf, un argelino
de 14 años, se tasó en 1.000 reales, tras fugarse el 18 de abril de 1632 de la
galera capitana, precio que tendría que pagar el alguacil que por su
incompetencia le dejara escapar.
El
mercadeo humano existía de tal forma que algunos esclavos que conseguían dinero
ya fuera con el juego, o por el medio que fuera, podían comprar a un semejante
que cumpliera su pena por él. La práctica se extendía a los nobles, que de ser
condenados a galeras, compraban galeotes-esclavos para evitar el duro trance,
mientras que los forzados a su vez intentaron con el metal ganar voluntades en
la Justicia para salir de gurapas.
Es
difícil saber cuántos murieron en el remo, pero en los Libros de Forzados y
Esclavos muchos' nombres quedan sin notas al pie acerca de su liberación:
probablemente se los tragaría el mar, los destrozarían las balas y cuchillos
berberiscos, o les vencerían las enfermedades y el agotamiento.
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