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lunes, febrero 4

Cinco años en galeras por tener dos mujeres II



Aunque a partir del siglo XVI y tras la batalla de Lepanto, donde al­canzó su cénit como arma de gue­rra (había perdido importancia na­val), la galera seguiría prestando durante los siglos XVII y XVIII ser­vicios al resto de la flota, sobre to­do en la defensa de ciudades coste­ras, en desembarcos, transporte de tropas y mercancías: eran manio­brables, se desplazaban sin viento y podían acercarse mucho a la cos­ta, tal y como explica Pedro Fonde­vila Silva, capitán de navío e histo­riador. La boga era durísima, al rit­mo que marcaban los tambores, los latigazos y golpes de los sotacómi­tres: dos horas seguidas en las que los 255 remeros podían llegar a desplazar el navío a seis o siete nu­dos —unos 10 km/h— aunque en circunstancias normales se usaban la vela mayor y de trinquete. La co­mida, aunque suficiente para man­tener el esfuerzo de los remeros, era escasa. La higiene, nula —los forzados no abandonaban práctica­mente nunca el banco— y la posibi­lidad de enfermar o lesionarse, enormes.

Dejar atrás el infierno de la boga no era tarea fácil, pero los forzados es­pañoles tenían más opciones: po­dían aguantar y salir vivos una vez cumplida su condena que no podía exceder de 10 años, con excepcio­nes, mientras que los esclavos mu­sulmanes apresados por una galera enemiga o cualquier corsario dis­puesto a venderlo a la Corona, lo estaban de por vida.

Forzados y esclavos formaban la chusma, la gente de remo, mien­tras que en la galera servían tam­bién la gente de cabo que a su vez se dividía en la gente de mar, y la gente de guerra. Estos dos últimos, hombres libres que formaron el Cuerpo de Galeras hasta 1748, dis­ponían de un mejor rancho, de pa­ga y de más comodidades. Tam­bién de remo eran los buenas bo­yas, remeros voluntarios que sí disponían de sueldo y de las mis­mas raciones que la gente de cabo, pero que dormían al raso en el banco con los galeotes.

En su gran mayoría no hubo, ló­gicamente, muchos voluntarios. No eran sino forzados que habiendo finalizado su condena no podían abandonar el barco en mitad del Mediterráneo o en puerto extranje­ro y se quedaban en galeras hasta ser sustituidos. El registro del pro­pio Francisco de Rivera, el bígamo, lo deja claro. En el Libro general de Forzados (1659-1670), la penúltima línea, manuscrita por una pluma distinta de las anteriores dice: «Hizóse BªBª (buena boya) el 16 de Julio de 1666».

Es decir, que habiendo cumplido los siete años (1659-1666) que final­mente le cayeron, no pudo abando­nar y hubo de servir casi otro más hasta el 11 de marzo de 1667: «En el Puerto de Santa María a 9 de marzo de 1667 se entregó ese forzado a Diego Bernal de la Pe­ña», reza en unas líneas inteligi­bles, y «el 11 del mismo por haber pedido en nombre del Tribunal de la Inquisición que ha cumplido el tiempo de su condenación». Libre tras siete penosos años, ¿Encon­traría a su vuelta a alguna de las dos mujeres?

De toda la chusma, los esclavos -que en tiempos de los Austrias representaban el 30% de todos los galeotes- fueron los más perjudi­cados, ya que podían sufrir el in­creíble tormento de por vida. Una cédula de Felipe IV del 11 de mayo de 1642 fechada en Aranjuez da bue­na cuenta de ello, al disponer la li­bertad de un esclavo de más de 70 años y con más de 24 de servicio al remo en la galera Patrona, dejan­do a otro en su lugar.

De hecho, los esclavos, propie­dad del rey, estaban tasados. Majaluf, un argelino de 14 años, se tasó en 1.000 reales, tras fugarse el 18 de abril de 1632 de la galera capitana, precio que tendría que pagar el alguacil que por su incompetencia le dejara escapar.

El mercadeo humano existía de tal forma que algunos esclavos que conseguían dinero ya fuera con el juego, o por el medio que fuera, podían comprar a un seme­jante que cumpliera su pena por él. La práctica se extendía a los no­bles, que de ser condenados a ga­leras, compraban galeotes-escla­vos para evitar el duro trance, mientras que los forzados a su vez intentaron con el metal ganar vo­luntades en la Justicia para salir de gurapas.

Es difícil saber cuántos murie­ron en el remo, pero en los Libros de Forzados y Esclavos muchos' nombres quedan sin notas al pie acerca de su liberación: probable­mente se los tragaría el mar, los destrozarían las balas y cuchillos berberiscos, o les vencerían las en­fermedades y el agotamiento.