Muñoz Seca: “Me podéis quitar todo, menos el miedo” II
Los estrenos de Muñoz
Seca iban seguidos de fuerte polémica, en la prensa y en las tertulias de café,
e incluso con broncas y peleas entre los espectadores. ¿Y los críticos? La mayoría
de ellos no se manifestaban contrarios, eran enemigos. Muñoz Seca a los más
significados les invitaba a un palco cuando su obra llegaba a las 200
representaciones. Pero lo más grave para algunos era su compromiso político: «¡Un
autor monárquico que se ríe de la República, para qué vamos a querer más!».
Pues hubo más, porque las astracanadas se fueron afilando a medida que se
radicalizaba el régimen republicano. Tras La
Oca y Anacleto vinieron otras
obras más punzantes, La EME, Jabalí, El ex... y La niña del rizo
que era una sátira irónica más que contra la República contra sus gobernantes. La
obra se estrenó en el Teatro Poliarama de Barcelona el 17 de julio de 1936. Fue
la primera y última vez que vio la luz porque durante su representación ya se
había extendido por todo el teatro el rumor de la sublevación del ejército de
África.
El periodista Pablo Vila
San-Juan de La Vanguardia relata así lo que sucedió aquel día: «La tensión
estaba de manifiesto en los rumores y pateos de las localidades altas, a cada
frase cáustica, que coincidían con los aplausos entusiastas de la platea. Creo
que en aquel momento asistimos al primer chispazo de la Guerra Civil. Terminada
la obra, entre un escándalo masivo que a la salida se transformó en disputa, puñetazos
e intervenciones de la policía».
La tensión era tanta que
los partidarios de Muñoz Seca le aconsejaron abandonar el Teatro por una puerta
de servicio. Don Pedro se negó y, acompañado del actor Pepe Moncayo, Enrique
Borrás y el periodista Vila San-Juan, atravesó la puerta principal que da a las
Ramblas y se dirigió hasta el Hotel Ritz. Allí estaban alojados, además de su
mujer, Asunción Atiza Díez de Bulnes, los actores de su compañía Irene López de
Heredia y Mariano Asquerino. Juntos asisten al estallido de la revolución los días
18 y 19 de julio en Barcelona. Ante el cariz de los acontecimientos en la
Ciudad Condal es Irene López de Heredia quien convence al matrimonio Muñoz Seca
para que abandone el hotel, buscándoles refugio en la pensión Claris, propiedad
de Adelina Lamata, madre de una actriz, Lina Santamaria, que figuraba en la Compañía
de Irene López Heredia y Mariano Asquerino. Allí permanece escondido el
matrimonio hasta que el 28 de julio un grupo de milicianos de la FAI
(Federación Anarquista Ibérica) comandados por el actor Avelino Nieto (según
Pedro Sainz Rodríguez fue quien les delató) les detiene y son trasladados a la
Jefatura de Policía de Barcelona. Allí estuvieron presos hasta el 4 de agosto
cuando fueron conducidos por la Guardia Civil hasta Valencia.
Si la Iglesia les casó
en 1908 (matrimonio del que nacieron 9 hijos, 4 hombres y 5 mujeres, una de
ellas Asunción Muñoz-Seca Atiza, se casó con Luís Ussía Gavalda, conde de los
Gaitanes, padres ambos del escritor Alfonso Ussía), el Gobierno de la República
les esposó definitivamente en una particular cuerda de presos conyugal con
origen en Barcelona, parada en Valencia y destino final en los calabozos de la Puerta
del Sol. Cuentan que, durante el viaje, acompañados de dos oficiales de la Guardia
Civil, el matrimonio Muñoz Seca pagó todos los gastos y fondas del camino. Su
mujer fue puesta en libertad al llegar a Madrid. A partir de aquel 7 de agosto
de 1936, la acción de este drama tiene un único actor, don Pedro. Y el
escenario será la cárcel de San Antón (a donde le trasladan desde la DGS), un
antiguo colegio de los Escolapios (escuelas pías de San Antón) que el Gobierno
había transformado en Prisión Provincial de Hombres nº 2.
En realidad, esta cárcel
era una de las checas legales habilitadas por el Frente Popular ante el
overbooking de presos «sediciosos» que poblaban las prisiones madrileñas. «No
hay suficiente reja para tanto fascista» era el comentario jocoso de algunos
milicianos ante tanto trajín de presos. Y así debía de ser, porque cuando Muñoz
Seca ingresa en San Antón es alojado en el departamento 2 de la planta baja, completamente
lleno. Durante los primeros días de cautiverio tiene como compañeros de celda a
ocho oficiales de la Armada y a los hijos de 15 y 13 años de un oficial del
Ejército de Tierra. Con ellos también están confinados José Arizcun, el
sacerdote Tomás Ruiz del Rey, el periodista de ABC Julián Cortés Cabanillas y
los actores Ricardo Calvo y Guillermo Marín.
Pasan los días pelando
patatas, limpiando lentejas y rezando el rosario. Hablan de Dios y de los
hombres, de España y su futuro. También recitan obras de teatro y poesía. Según
escribió José Oliver Molina (también preso allí) al periodista de La Vanguardia
Fernando Barrago-Solís en 1972: «Muñoz Seca escribió durante su cautiverio una
comedia que tituló ARSA, anagrama de Antiguos Reclusos de San Antón y que
confió a uno de sus amigos para que la guardara y la diera a conocer después de
su muerte, tan convencido estaba de que no saldría de aquella cárcel con vida».
Se van a cumplir 75 años de su asesinato y nunca se ha tenido información de la
existencia de esta comedia.
Cayetano Luca de Tena
(propietario del ABC, entonces expropiado por el Frente Popular) y también
preso en San Antón, ha contado que durante su cautiverio solamente encontró
llorando una vez a Muñoz Seca. Fue el día que se enteró que sus ocho compañeros
de celda de la Armada y los dos hijos del oficial del Ejército de Tierra habían
sido asesinados en las primeras sacas de Paracuellos. Se hacen gestiones a todos
los niveles para intentar salvarle la vida: Antonio Paso ante Diego Martínez Barrio;
su hermano José, en El Puerto de Santa María, ante Vicente Alberti, hermano de Rafael.
Nadie se da por enterado.
Lo que sí escribió Muñoz
Seca desde la cárcel fueron tres cartas y 41 postales a su mujer. Según ha
contado su nieto Alfonso Ussía, «apenas se registran rasgos de humor en sus
escritos. El escaso espacio en blanco de las tarjetas le limita a exponer sus
necesidades: ropa de abrigo, mudas, medicinas para su úlcera de estómago y latas
de conserva... De repente, en una, un golpe de humor. Le pide a su mujer que le
envíe una de sus bigoteras. Sus bigotes se desmoronan. "Estoy harto de
meter los bigotes en la sopa del rancho". Y le llega la bigotera
recuperando la personalidad».
Durante su estancia en
prisión, la convivencia y pesares compartidos con sacerdotes, frailes y
religiosos de distintas congregaciones le hace renacer su fe. De ello deja constancia
en la última carta a su mujer: «No te olvides de mi madre. Procura que Pepe mi
hermano me sustituya en los deberes para con ella. Y tú, dile cuando la veas,
que su recuerdo ha estado siempre conmigo. Nada tengo que encargarte para los
niños. Sé que todos ellos, imitándome, cumplirán con su deber. Siento
proporcionarte el discurso de esta separación. Pero si todos debemos sufrir por
la salvación de España, ésta es la parte que me ha correspondido. Benditos sean
estos sufrimientos». Junto a la despedida añade una posdata y la fecha: «Como
comprenderás, voy muy bien preparado y limpio de culpas. 28 de noviembre».
Había sido sentenciado a
muerte por un tribunal popular, el 26 de noviembre, «por fascista, monárquico y
enemigo de la República». En la madrugada del 28, con una orden firmada por
Serrano Poncela (delegado de orden público de la Junta de Defensa de Madrid,
subordinado de Santiago Carrillo) es empujado al interior de una camioneta en
compañía del padre Llop, prior de los Hermanos de San Juan de Dios, y otros 14 religiosos.
Cuentan que antes de ser fusilado un miliciano, El Dinamita, le cortó los bigotes. Ni entonces perdió el sentido
del humor, pues dicen que comentó a los asesinos: «Me lo habéis quitado todo,
la familia, la libertad; pero hay algo que no me podéis quitar: el miedo». Se
agarró de la mano del padre Llop que estaba perdonando a sus asesinos y se
despidió: «Hasta el cielo, padre...».
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