Luis Amadeo de Saboya, amor por la montaña
(Un artículo de Raquel Marcos en la revista Paisajes de
abril del 2010)
Romántico, noble, de ideales puros y sólidos
principios, Luis Amadeo de Saboyá, duque de los Abruzos, fue un pionero de la
exploración y el alpinismo. Su pasión por la grandeza de la naturaleza le
impulsó a escalar las más altas cumbres de la Tierra.
Erguido y tembloroso bajo el sol ardiente del muelle
de Mogadiscio, en Somalia, un anciano frágil y consumido por el cáncer pasa
revista a una tropa de la milicia italiana de las camisas
negras. Es el 22
de
febrero de 1933, y ese anciano intenta
esconder su dolor, como ha hecho siempre, mientras recorre con dificultad la
larga fila de soldados. Estos pasos le suponen un esfuerzo mayor que los
cientos de kilómetros de tierras y cumbres inexploradas del Polo Norte, Alaska,
África y el Himalaya que ha recorrido en su vida. Luis Amadeo de Saboya, duque
de los Abruzos, hijo y nieto de reyes, explorador y aventurero, muere tres
semanas después.
A pesar de su estado, el duque no renuncia a sus
ideales: "Prefiero que alrededor de mi tumba se entretejan las fantasías
de las mujeres somalíes que las hipocresías de los hombres civilizados".
Por eso no quiere ir a morir a Italia
y
prefiere agonizar en la aldea somalí que lleva su nombre, Duque de los Abruzos,
después de haber escrito un apasionante capítulo de la historia de la
exploración y el alpinismo.
Luis Amadeo de Saboya nació en Madrid el 29
de
enero de 1873.
Solo
14
días
después, su padre, Amadeo de Saboya, rey de España, abdicó. La familia
regresó a Turín (Italia), y allí,
en
la cercana zona de Gran Paradiso, en los Alpes occidentales, el duque aprendió
a amar la
montaña.
Compaginó los estudios con el adiestramiento militar y con 16
años
fue nombrado guardiamarina real. Dio su primera vuelta al mundo a bordo del
bergantín Amerigo Vespucci, incluyendo estancias en
Eritrea, entonces colonia italiana, y Vancouver (Canadá). Fue en ese barco
donde recibió la noticia de la muerte de su padre y donde conoció a su gran
compañero de viajes y aventuras: Umberto Cagni. En 1893 viajó por primera vez a
Somalia, una tierra que ejerció gran influencia en él durante toda su vida.
Luis de Saboya se curtió como explorador durante sus
periodos de vacaciones, en los que realizaba escaladas cada vez más difíciles.
Así, ascendió al Mont Blanc y al Cervino antes de emprender, en 1897,
la
aventura que le dio celebridad: la primera ascensión al monte San Ellas (en
Alaska, entre Canadá y EE.UU.), durante la cual se determinó el origen
geológico y la altitud de la montaña (5.489 metros).
Para esta expedición, financiada por su tío Umberto I, rey de Italia, el duque
ya se había dejado su característico bigote para parecer mayor. Tenía 24
años.
En el monte San Elías la expedición
sufrió un espejismo colectivo: los exploradores afirmaron haber visto una
ciudad silenciosa sobre un glaciar. Algunos pensaron que el espejismo era una imagen
de Bristol, en Inglaterra, que está a 4.500 kilómetros
a través del Polo Norte.
Precisamente, el Polo Boreal fue su siguiente
objetivo. En 1899 organizó una expedición que llegó en primavera a Christiania
(hoy Oslo, capital de Noruega), con 10 compañeros. Allí adquirió un ballenero
de vapor de 570 toneladas. Renombrado como Stella
Polare (Estrella Polar), el buque emprendió la travesía por
el mar congelado. Veinte hombres participaron en esta aventura; entre ellos, el
capitán Umberto Cagni. Tenían previsto ir a la Tierra de Francisco José, en el
desierto ártico, a establecer un campamento en el que
alojarse durante el invierno y, después, alcanzar el Círculo
Polar
Ártico
en trineos de perro.
La expedición llegó al Ártico en el mes de
diciembre, durante el solsticio de invierno, momento en el que la larga noche
ártica (53 días en lo que no sale el sol) llega a su fin. El duque perdió dos
dedos debido al frío, lo que le impidió capitanear la partida en trineo hasta
el polo. Fue relevado por su amigo, Umberto Cagni. El 25
de
abril de 1900
Cagni
logró llegar hasta la latitud 86° 34', estableciendo un nuevo récord al superar
el conseguido por Nansen 1895 y acercarse 40 Kilómetros más al Círculo Polar Ártico.
Mientras tanto, los otros miembros de la expedición exploraron y cartografiaron
varias islas cercanas.
En 1906, inspirado
por la última
voluntad
de Henry Morton Stanley, el duque dirigió una expedición a las montañas
Rwenzori (5.125
metros),
en Uganda. Escaló 16 de las cumbres más
altas de la cordillera, incluyendo los seis picos principales. Uno de ellos, el
monte Luigi di Saboya, lleva su nombre. En menos de 10
años,
el joven duque italiano había batido a los alpinistas y a los exploradores más
expertos en las montañas de Alaska, en los hielos del Polo Norte
y en el corazón de África. Pero a Luis de Saboya le quedaba por vivir
la
experiencia más importante de su vida: su pasión por Katherine Elkins, una rica
heredera americana.
Luis de Saboya conoció a Katherine Elkins en una
recepción ofrecida por su tía, la reina Margarita, en su casa a orillas del
lago Como (Italia). Acababa de volver del Ruwenzori, tenía 35 años y era uno de
los solteros más cotizados del momento. Katherine tenía 20 años y era la hija
de un rico político, una joven culta, deportista, amante de los caballos y de las
carreras de coches. Luis la llamaba 'su princesa americana' y los dos vivieron
un apasionado romance en Washington (EE.UU.) ampliamente
aireado por los periódicos sensacionalistas de la época, que recogieron en sus
crónicas sus encuentros en las carreras, en una exposición, en una fiesta,
abrazados bajo el toldo de una droguería... La oposición
del rey de Italia, Víctor Manuel III, primo del duque, y del padre de
Katherine, que devolvió en un paquete el anillo de compromiso que Luis le envió
a su amada, acabó con los planes de boda. Ella se casó unos años después, pero
Luis, aunque tuvo amores, jamás contrajo matrimonio.
Decepcionado tras su fracaso amoroso, el duque de
los Abruzos emprendió en 1909 la aventura más peligrosa
de su vida: la escalada al K2 (8.611 metros), la segunda montaña más alta de la
Tierra y uno de los ochomiles del Karakórum. Aunque no alcanzó la cima, batió
el récord al llegar a los 6.666 metros. La
ruta
normal para ascender a la montaña se conoce actualmente como la Arista de los
Abruzos. Hubo que esperar hasta 1954 para que dos compatriotas suyos, los
italianos Achille Compagnoni y Lino Locatelli, coronaran el K2. Desde entonces,
269 hombres y 9 mujeres han alcanzado su cima. De ellos, 60 han muerto
intentando ascenderla o durante el descenso.
El duque no abandonó el Karakórum
e intentó alcanzar otras de sus cumbres, el Chogolisa (7.665 metros). No logró llegar
a la cumbre debido al mal tiempo, pero estableció un récord mundial de altitud
al alcanzar los 7.498 metros. El duque no podía imaginar que su marca de
altitud no sería batida hasta 13 años después por la expedición británica al Everest.
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