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sábado, enero 19

La "sesión de las páginas"

(Extraído de un texto de Pedro J. Ramírez en El Mundo del 18 de noviembre de 2012)

La sesión celebradas por las Cortes el 7 de septiembre de 1820 en el antiguo colegio de doña María de Aragón, hoy sede del Senado [...] ha pasado a la posteridad [...]. Se trata de una ocasión [...] en las que un gobierno obligado a dar explicaciones ante el órgano encargado de controlar sus actos recurrió a la estrategia de amagar y no dar, sugiriendo estar en posesión de secretos inconfesables que la prudencia política aconsejaba no desvelar.

En la pronto conocida como «sesión de las páginas», Agustín Argüelles, secretario del despacho de la Gobernación de la Península -o sea ministro del Interior- y primer ministro de facto del llamado «gobierno de los presidiarios», pues tanto él como otros de sus integrantes habían pasado el sexenio absolutista encarcelados o desterrados, comparecía para explicar la destitución de Riego como capitán general de Galicia antes de que llegara a tomar posesión del cargo.

Riego era el héroe del momento, el caudillo libertador cuya sublevación nueve meses antes había obligado a Fernando VII a jurar la Constitución, y había sido recibido en Madrid en loor de multitudes. Pero entre homenaje y homenaje se desataba una crisis política de envergadura pues el Gobierno había decidido disolver el Ejército de la Isla para diluir la imagen exterior de que el nuevo régimen liberal vivía bajo tutela militar y Riego pretendió negociar de tú a tú con los ministros tras reunirse con el Rey. La tensión soterrada afloró la noche del 3 de septiembre cuando en el teatro del Príncipe los partidarios de Riego entonaron en su presencia -y tal vez con su aquiescencia- la provocadora canción del Trágala, ordenando el Jefe Político o gobernador civil la suspensión del acto. Eso originó disturbios y el Gobierno restringió las libertades de expresión y reunión, mientras privaba a Riego de su premio de consolación y lo confinaba en su Asturias natal.

Respondiendo a las exigencias de explicaciones de los diputados exaltados, Argüelles, bautizado en las Cortes de Cádiz como el Divino por su elocuencia y habilidad dialéctica, se limitó a enseñar el pico de la muleta: «Hay cierta notoriedad en los hechos que excusa toda justificación de parte del Gobierno… Sin embargo, si las Cortes quisiesen que se abran las páginas de esta historia el Gobierno está pronto a hacerlo por mi boca».

Los exaltados le cogieron la palabra: «¡Que se abran, que se abran!», gritaron con insistencia. Sin embargo, Martínez de la Rosa, a quien ya se empezaba a denominar Rosita la pastelera, salió al quite en nombre de los moderados advirtiendo que el Gobierno «debe pesar en la balanza de su prudencia lo que sin arriesgar el cumplimiento de sus determinaciones puede hacer público en este sitio». En la práctica eso permitió a Argüelles correr un tupido velo sobre los hechos y no abrir jamás las «páginas» de aquel libro.

[...]

[...] cualquier indagación histórica demuestra que las «páginas» del libro que amenazaba con abrir Argüelles estaban casi todas en blanco -lo que más había ofendido a su Gobierno era que Riego hubiera difundido el relato de sus negociaciones de igual a igual-, [...]