Del condón al 'post-it': el genio de lo mundano
(Un artículo de Carlos Fresneda publicado en El
Mundo del 13 de noviembre de 2011)
Con razón se les llama gomas... Los condones; antes de la revolución del látex en 1912,
fueron parientes muy cercanos de las llantas de las bicicletas. Tenían dos
milímetros de grosor y eran reutilizables (usar y lavar) hasta su definitivo desgaste.
El primer condón de goma se comercializó en 1870, y
no hubiera sido posible sin el proceso de vulcanización descubierto al alimón
por Charles Goodyear y Thomas Hancock. Aunque hay constancia de la existencia de
anticonceptivos masculinos hasta mil años antes de Cristo, precursores del
famoso dispositivo ideado por los granjeros franceses de Condom (de ahí el
nombre) y fabricado en tiempos con tripas de oveja. […] “El arte de lo mundano
se convierte de pronto en algo extraordinario”, certifica Susan Mossman, del
museo de ciencias de Londres.
Pocos inventos tienen un origen tan prosaico como la
percha. En los primeros compases del siglo XX, se llegaron a registrar hasta 189
patentes de ganchos para la ropa, pero la humanidad tuvo que esperar a que Albert
Parkhouse llegara un día tarde al trabajo en 1904 para dar el tremendo salto
cualitativo. Era un mañana cruda de invierno, y el tal Parkhouse no tenía donde
colgar el abrigo porque todos los ganchos estaban ocupados. Por allí había un
alambre, y el inventor de la percha tuvo la idea de doblarlo en forma de
triángulo para darle la hechura de los hombros, con un gancho reservado en la
parte superior. Su jefe, el empresario John Timberlake, se quedó tan asombrado
con la idea que decidió patentarla y comercializarla.
Las tiritas tienen también un origen personal. A
Earle Dickson, que trabajaba para Johnson & Johnson, se le ocurrió curar
los frecuentes cortes que se hacía con el cuchillo de cocina su esposa,
Josephine, con trozos de algodón pegados con cinta adhesiva (usada sobre todo
hasta entonces como parches en las llantas). La idea original data de 1917, pero
Dickinson tardó en perfeccionarla para que la tirita fuera como una segunda
piel y aguantara tiempo cerrando la herida. La patente final de Johnson &
Johnson
no llegó hasta 1938, a tiempo para la Segunda Guerra Mundial. El caso es que al
principio costó comercializarlas: sus ventas no despegaron hasta que se distribuyó
gratuitamente a los Boy Scouts y miles de padres descubrieron sus ventajas. Al
cabo de 60 años, se han vendido más de 100.000 millones de unidades.
Al invento se llega muchas veces (ya lo decía
Einstein) tras una suma de fracasos. Algo así fue lo que le pasó al creador del
post-it, Spencer Silver, que en realidad andaba buscando un superadhesivo
cuando investigaba en el laboratorio de 3-M a finales de los sesenta.
Decepcionado por la escasa resistencia de su pegamento, decidió olvidarse de él
durante años... Hasta que un día escuchó a un colega, Arthur Fry, que se
lamentaba por la frecuencia la que
perdía las señales de papel para marcar la partes más interesantes de los
libros. A Spencer se le encendió la luz: pensó que su pegamento ligero de quita
y pon podía ser usado en trozos de papel, para adherirse a las páginas de los
libros... o para servir de recordatorio en la mesa o en la pared. Los post-it
se comercializaron en 1980 y son ya casi insustituibles en cualquier oficina.
La lata metálica, el objeto que revolucionó
la industria de la alimentación, tiene que estarle muy agradecida al mismísimo
Napoleón, empeñado en encontrar un sistema para transportar alimentos cocinados
para sus tropas. El chef Nicolas Appert ganó
un concurso de ideas en 1809 con su método para contener comida en jarras
esterilizadas de cristal. Un año después, el británico Peter Durand aplicó la
misma idea a las latas metálicas y obtuvo la bendición del rey Jorge (aunque el
envenenamiento causado por las de plomo fue un incon veniente que tardó tiempo
en resolverse).
A otros objetos mundanos como la pinza, se llegó por
sentido común. Durante siglos se usaron trozos de madera, partidos lo justo para
prender la ropa en la hendidura. En 1953, el norteamericano David Smith tuvo la
idea de usar dos trozos simétricos de madera, unidos por una pieza metálica que
los mantiene unidos y hacer al mismo tiempo presión. A mediados del siglo XX, el
italiano Mario Maccaferri va más allá y populariza las pinzas de plástico y de
colores.
El paraguas es uno de esos inventos que no se pueden
atribuir a nadie, aunque conviene recordar que su uso inicial fue como parasol femenino, hasta
que se estilizó a la medida de los gentlemen
ingleses. El salto cualitativo se produce en 1928, cuando el alemán Hans Haupt
lanza los knirps, los primeros paraguas de bolsillo.
A un ingeniero eléctrico sueco, Gideon Sundback, se
le atribuye en 1913 el invento de la cremallera, perfeccionando el modelo sobre
el que llevaban medio siglo trabajando Withcomb Judson y Lewis Walker. Las primeras
aplicaciones de la cremallera se limitaron a los-cierres en carteras o en
estuches de tabaco. Hasta los años treinta no se descubrió su auténtico potencial
en la ropa. La revista Esquire dio la bienvenida al invento que “podrá por fin evitar
las aperturas indeseadas”.
Etiquetas: Culturilla general, Innovando que es gerundio
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