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lunes, enero 14

Del condón al 'post-it': el genio de lo mundano



(Un artículo de Carlos Fresneda publicado en El Mundo del 13 de noviembre de 2011)
Con razón se les llama gomas... Los condones; antes de la revolución del látex en 1912, fueron parientes muy cercanos de las llantas de las bicicletas. Tenían dos milímetros de grosor y eran reutilizables (usar y lavar)  hasta su definitivo desgaste. 

El primer condón de goma se comercializó en 1870, y no hubiera sido posible sin el proceso de vulcanización descubierto al alimón por Charles Goodyear y Thomas Hancock. Aunque hay constancia de la existencia de anticonceptivos masculinos hasta mil años antes de Cristo, precursores del famoso dispositivo ideado por los granjeros franceses de Condom (de ahí el nombre) y fabricado en tiempos con tripas de oveja. […] “El arte de lo mundano se convierte de pronto en algo extraordinario”, certifica Susan Mossman, del museo de ciencias de Londres.

Pocos inventos tienen un origen tan prosaico como la percha. En los primeros compases del siglo XX, se llegaron a registrar hasta 189 patentes de ganchos para la ropa, pero la humanidad tuvo que esperar a que Albert Parkhouse llegara un día tarde al trabajo en 1904 para dar el tremendo salto cualitativo. Era un mañana cruda de invierno, y el tal Parkhouse no tenía donde colgar el abrigo porque todos los ganchos estaban ocupados. Por allí había un alambre, y el inventor de la percha tuvo la idea de doblarlo en forma de triángulo para darle la hechura de los hombros, con un gancho reservado en la parte superior. Su jefe, el empresario John Timberlake, se quedó tan asombrado con la idea que decidió patentarla y comercializarla. 

Las tiritas tienen también un origen personal. A Earle Dickson, que trabajaba para Johnson & Johnson, se le ocurrió curar los frecuentes cortes que se hacía con el cuchillo de cocina su esposa, Josephine, con trozos de algodón pegados con cinta adhesiva (usada sobre todo hasta entonces como parches en las llantas). La idea original data de 1917, pero Dickinson tardó en perfeccionarla para que la tirita fuera como una segunda piel y aguantara tiempo cerrando la herida. La patente final de Johnson & Johnson no llegó hasta 1938, a tiempo para la Segunda Guerra Mundial. El caso es que al principio costó comercializarlas: sus ventas no despegaron hasta que se distribuyó gratuitamente a los Boy Scouts y miles de padres descubrieron sus ventajas. Al cabo de 60 años, se han vendido más de 100.000 millones de unidades. 

Al invento se llega muchas veces (ya lo decía Einstein) tras una suma de fracasos. Algo así fue lo que le pasó al creador del post-it, Spencer Silver, que en realidad andaba buscando un superadhesivo cuando investigaba en el laboratorio de 3-M a finales de los sesenta. Decepcionado por la escasa resistencia de su pegamento, decidió olvidarse de él durante años... Hasta que un día escuchó a un colega, Arthur Fry, que se lamentaba por la frecuencia  la que perdía las señales de papel para marcar la partes más interesantes de los libros. A Spencer se le encendió la luz: pensó que su pegamento ligero de quita y pon podía ser usado en trozos de papel, para adherirse a las páginas de los libros... o para servir de recordatorio en la mesa o en la pared. Los post-it se comercializaron en 1980 y son ya casi insustituibles en cualquier oficina. 

La lata metálica, el objeto que revolucionó la industria de la alimentación, tiene que estarle muy agradecida al mismísimo Napoleón, empeñado en encontrar un sistema para transportar alimentos cocinados para  sus tropas. El chef Nicolas Appert ganó un concurso de ideas en 1809 con su método para contener comida en jarras esterilizadas de cristal. Un año después, el británico Peter Durand aplicó la misma idea a las latas metálicas y obtuvo la bendición del rey Jorge (aunque el envenenamiento causado por las de plomo fue un incon veniente que tardó tiempo en resolverse).

A otros objetos mundanos como la pinza, se llegó por sentido común. Durante siglos se usaron trozos de madera, partidos lo justo para prender la ropa en la hendidura. En 1953, el norteamericano David Smith tuvo la idea de usar dos trozos simétricos de madera, unidos por una pieza metálica que los mantiene unidos y hacer al mismo tiempo presión. A mediados del siglo XX, el italiano Mario Maccaferri va más allá y populariza las pinzas de plástico y de colores. 

El paraguas es uno de esos inventos que no se pueden atribuir a nadie, aunque conviene recordar que  su uso inicial fue como parasol femenino, hasta que se estilizó a la medida de los gentlemen ingleses. El salto cualitativo se produce en 1928, cuando el alemán Hans Haupt lanza los knirps, los primeros paraguas de bolsillo. 

A un ingeniero eléctrico sueco, Gideon Sundback, se le atribuye en 1913 el invento de la cremallera, perfeccionando el modelo sobre el que llevaban medio siglo trabajando Withcomb Judson y Lewis Walker. Las primeras aplicaciones de la cremallera se limitaron a los-cierres en carteras o en estuches de tabaco. Hasta los años treinta no se descubrió su auténtico potencial en la ropa. La revista Esquire dio la bienvenida al invento que “podrá por fin evitar las aperturas indeseadas”.