Hombres superdotados: la medida de la virilidad
(Un artículo de Gonzalo Ugidos en El Magazine de El Mundo del 7 de octubre de 2012)
Mussolini y Napoleón comparten algo más que un papel providencial en la Historia. Documentos escritos, fotografías y leyendas atestiguan que poseían unas partes nobles de un tamaño fuera de lo normal. La fama de las de otros, como Rasputín, puede incluso comprobarse: su hombría está expuesta actualmente en un museo.
Las biografías de los grandes hombres de la Historia son una mezcla de zonas igual de nobles: de seso y de sexo. La Historia no solo habría transcurrido de forma diferente si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, sino también si el aparejo de algunos hombres hubiera tenido otro tamaño. Cuenta un relato apócrifo que en la Segunda Guerra Mundial, Joseph Stalin, líder del Partido Comunista en la URSS, pidió al premier británico Winston Churchill que le echara una mano para resolver la escasez de profilácticos que aquejaba al Ejército Rojo. Churchill ordenó fabricar una partida especial de condones king size -de talla doble a la normal- y los mandó a Rusia con la etiqueta "made in Britain. Medium" con la intención de sacar pecho y hacer creer a los soviéticos que esa era la talla media de los británicos.
En realidad, esa talla solo podía calzarla Mussolini, el mejor dotado de los dictadores, según Curzio Malaparte, que comparó los testículos del fascista italiano con melones; los de Franco, con avellanas y de Hitler dijo simplemente que "non aveva" (no tenía). Exageraba: sí tenía, pero solo uno. Cuando, en 1968 los soviéticos dieron a conocer el informe de la autopsia del cadáver del führer, incluía el sorprendente dato de que al alemán le faltaba la mitad de lo que suele tener un hombre. Al parecer, el cirujano ruso encargado del informe descubrió que el paquete de Hitler había quedado intacto tras la chapucera incineración de las SS, pero con un testículo menos. Tal vez su monorquismo fuera de nacimiento, o tal vez lo hirieran en la entrepierna durante la Primera Guerra Mundial. El caso es que una de las canciones británicas favoritas en la Segunda Guerra Mundial se entonaba con la melodía de la Marcha del coronel Bogey (la misma que la de El puente sobre el río Kwai) y decía: "Hitler tiene un huevo, no dos/ Göring dos, pero muy chicos son".
Nada que ver con el príncipe Alberto (1819-1861), el marido de la reina Victoria de Inglaterra (1819-1901), que tenía que llevar un anillo que le atravesaba el prepucio para sujetarse el miembro por medio de una cadena a un lado de la pernera del pantalón. Era así como controlaba su generoso tamaño cuando se ponía los breeches de montar ajustados. El adorno en cuestión es hoy día un tipo de piercing que, no por capricho, se llama precisamente Príncipe Alberto.
El monarca hizo muy feliz a su esposa, le dio nueve hijos y, cuando murió, ella vistió de luto el resto de su larga vida y llenó Gran Bretaña de memoriales al marido superdotado. Pero la reina se volvió tan estrecha que decir sociedad victoriana equivalía a decir sociedad reprimida; tanto, que las adolescentes que aprendían música lo hacían con las patas del piano enfundadas en pantaloncitos para no herir su sensibilidad.
Las cosas habían sido muy distintas 100 años antes, cuando existían decenas de clubes para caballeros con más apetito sexual. El más desenfrenado de estos locales estaba en Escocia, en el condado de Fife, y fue fundado en 1732. Tenía el peculiar nombre de Antiquísima y Poderosísima Orden de la Bendición de la Mendiga, en honor a una vieja leyenda protagonizada por el rey Jacobo V (1512-1542), quien, tras socorrer a una mendiga se ganó esta bendición: "Que tu bolsa y tu brío no te fallen nunca".
Ni una cosa ni otra debieron de fallarle a Jorge II –el primer monarca al que le cantaron el God Save the King-, porque siempre que viajaba a Escocia visitaba el club para hacerse unas gallardas en compañía de otros ilustres caballeros fogosos. El club era una escuela de onanistas. El presidente colocaba un plato de peltre en una mesa a cuyo alrededor se congregaba un par de docenas de miembros -del club, entiéndase- con sus llamativos ropajes oficiales. Cuando alcanzaban el frenesí priápico disparaban "una cucharada de su cuerno" en el plato. Luego brindaban con oporto en copas fálicas por una "erección firme y una inserción fina". A veces había tal barullo que recuperar el sombrero era como encontrar una aguja en un pajar...
Esas liturgias terminaban con charlas fascinantes (vocablo que viene del latín fascinus, miembro viril en posición de firmes) que versaban sobre la procreación de los sapos, la menstruación de la raya o el género de la lombriz de tierra. Las actas de la Bendición de la Mendiga se guardan en el Museo de la Universidad de Saint Andrews, donde también se custodia la caja de madera del Club de la Peluca, cuyos miembros veneraban una peluca hecha con el vello púbico de amantes de Carlos II.
Tras la Revolución Rusa, lo que veneraban algunas soviéticas en ceremonias secretas en París era el órgano genital de Rasputín (1869-1916). El rinoceróntido cuerno fue emasculado del cuerpo del monje loco tras su asesinato en San Petersburgo (Rusia), en 1916. Según un rumor, fue descubierto en el lugar del crimen por una doncella, que muy probablemente no volvió a ver prodigio equivalente. Tras la muerte en California, en 1977, de la hija de Rasputín, lo ofrecieron en una subasta y resultó ser un pepino de mar desecado. Actualmente se exhibe en el Museo de Arte Erótico de San Petersburgo un órgano genital de 30 centímetros en un recipiente de formaldehido; su propietario jura que es el auténtico manubrio del monje y que lo adquirió a un coleccionista francés por 800 dólares (poco más de 600 euros). Según el historiador y periodista australiano Tony Perrottet, "su autenticidad es dudosa porque descripciones tempranas de la reliquia aseguraban que había sido desecada, no escabechada".
Más rocambolescos aún han sido los avatares de las partes nobles de Napoleón (1769-1821), que han trajinado tanto en mojama como cuando estuvieron vivas e inquietas como anguilas. Desde la muerte del emperador galo en el exilio no han parado de dar vueltas por Europa y Estados Unidos. La reliquia, seca a estas alturas, se encuentra actualmente en una maleta debajo de una cama en una zona residencial de Nueva Jersey (Estados Unidos). Semejante sacrilegio tiene una explicación mucho más larga que la propia reliquia. Según sus propietarios del siglo XIX, el órgano fue extirpado durante la autopsia de Napoleón por un médico rencoroso, el doctor Francesco Antommarchi, y después llevado clandestinamente a Francia por el rapaz capellán del emperador, el abate Ange Vignali. El 6 de mayo de 1821, durante la autopsia en la lúgubre mansión de Longwood, en la isla de Santa Helena, Vignali se hizo con el souvenir. Pronto empezaron a circular por París relatos que aseguraban que cierta parte de la anatomía napoleónica había sido sacada de matute de la isla. De vuelta en su pueblecito de Córcega, Vignali pregonó que era el hombre de las dos mingas, aunque la que no era propiamente suya estaba algo deteriorada. Había comenzado la larga marcha del mástil del emperador.
Los herederos de Vignali lo guardaron religiosamente durante casi un siglo, y de un modo muy singular: colocaron en un capullo de algodón en rama el ídem de Napoleón dentro de una delicada caja azul de tafilete marrón oscuro; tras resecarse y arrugarse durante un siglo, presentaba un mal aspecto del carajo. En 1916 la colección del abad salió a subasta en Londres y un comprador británico anónimo donó la colección a la empresa londinense Maggs Brothers, que la vendió en 1924 al extravagante bibliófilo estadounidense A.S.W. Rosenbach por 400 libras (unos 500 euros). De regreso a Filadelfia, Rosenbach permitió que se expusiera en el Museo de Arte Francés de Nueva York. Se corrió la voz, y la cosa es que aquella cosa atrajo a una multitud morbosa. "Sentimentales sensibleros olisqueaban mientras mujeres superficiales esbozaban risitas y señalaban", declaró un reportero de la revista Time. La auténtica reliquia, contaba el periodista, "tenía el aspecto de una tira de cordón de zapato de gamuza o de una anguila apergaminada".
En 1969, el tesoro Vignali volvía a la plataforma de subastas de Londres. Como no se vendió, un tabloide británico anunció en grandes titulares: "¡Esta noche no, Josefina!". Para hacerla más asequible, la colección fue dividida y subastada en París en1977. En esa ocasión, lo más noble de Napoleón se lo llevó por 13.000 francos (unos 3.200 euros actuales) un profesor de la Universidad de Columbia, el doctor John K. Lattimer, el urólogo más importante de Estados Unidos. Lattimer conservó el tesoro napoleónico en su domicilio de Englewood, Nueva Jersey, en una maleta debajo de su cama. Murió en 2007 y sus hijos no saben qué hacer con el legado amojamado. Tony Perrottet, el único que tuvo el honor de verlo por invitación de la familia, escribió en Napoleon's Privates (la versión española es 2.500 años de Historia al desnudo, Ed. Martinez Roca) que el órgano "es ciertamente pequeño, reducido hasta el tamaño de un dedo de niño, con la piel blanca, reseca y arrugada, y carne seca de color beis". O sea, como diría Josefina, bon-pour-rien, bueno para nada.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home