Mariano Fortuny, hijo
(Un texto de Miguel Martín en el XLSemanal del 21 de octubre
de 2012)
Es uno de los españoles más destacados del siglo XX, pero
continúa siendo un desconocido. Pintor, grabador, escultor, fotógrafo,
arquitecto, escenógrafo, diseñador... La dimensión artística del multifacético
Mariano Fortuny Madrazo aparece aún eclipsada por la de su padre, el célebre
pintor orientalista del siglo XIX. ¿Pero quién fue su hijo, este genio
olvidado, tan trascendental como Balenciaga?
Año 1899. Mariano Fortuny, a punto de cumplir 30 años,
decide atravesar el Gran Canal veneciano, abandonar el palacio Martinengo donde
ha residido con su madre y su hermana e irse a vivir al palacio de Orfei, al
lado de la que será su mujer.
Con Henriette Nigrin, el polifacético creador español
compartirá toda su pasión. Pese a la abierta hostilidad de su familia su madre
y su hermana cuestionaban su convivencia con una divorciada que se ganaba la
vida como modelo, la relación con Henriette fue muy estrecha, sentimental y
artística. No fue fácil, dado el círculo endogámico en el que Fortuny se movía
con Cecilia y María Luisa su madre y su hermana, que practicaban con obsesión
el culto a la memoria del padre fallecido de forma prematura cuando Mariano
solo tenía tres años.
Henriette era la intrusa que les robaba el hijo al que tanto
habían cuidado. Cecilia y María Luisa eran dos personalidades fuertes. Eran
solitarias y extrañas; en especial, María Luisa, quien, además de aficionada a
la astrología, era una excelente grafóloga; su carácter excéntrico se
evidenciaba en los dimes y diretes acerca de sus largas charlas con los
animales que pululaban los corredores del viejo palazzo. En ese mundo misterioso de Martinengo, presidido por el
enigma de las dos mujeres sumergidas en sus universos repletos de manías, el
joven Mariano flota, crece e intenta mantener su personalidad y sustraerse al
influjo que ejercen sobre él.
Será otra mujer, Henriette, quien lo ayude a independizarse
y formarse artísticamente. Inteligente, prudente y de gusto exquisito, ella
siente también un gran interés por la moda. Despertará en Mariano el eco de esa
infancia vivida en el estudio paterno de Roma y de Granada, entre antigüedades,
tejidos y tapices; destapará y descorrerá el velo de la memoria perdida, tirará
del hilo de seda, del lino, del brocado de los antiguos tejidos que descansan
en el baúl familiar y abrirá otro camino a la sensibilidad del artista. Ella
creará en la sombra y en el anonimato, sin firmar ninguna pieza y sin más
relieve que el de ser tachada de mera colaboradora cuando su verdadero papel
está aún por investigarse. De hecho, existen más que suficientes indicios de
que ella alentó y concibió la principal creación del artista: el vestido
Delphos, que la pareja confeccionó tras un viaje a Grecia.
Más allá del tiempo. La Florencia de siglo XV, la Venecia
del XVII, Persia, Asia, América del Sur, Egipto, China y Grecia inspiraron la
producción textil de Fortuny. En sus composiciones utilizó tintes y pigmentos,
fórmulas y pócimas basadas en las antiguas técnicas; toda una impronta de
alquimista con la que lograba impregnar a sus tejidos de un aspecto antiguo y
auténtico.Su universo artístico, próximo al Arts&Crafts, estaba iluminado
por Richard Wagner, que influyó en su obra pictórica y en su talante vital. La
concepción de que el artista, a la manera de William Morris, debía controlar
todo el proceso creativo es para Fortuny, más que una máxima, una forma de
vida. Trabaja como Leonardo. Una curiosidad innata lo convierte en un creador
poliédrico y prolífico. Pintor, grabador, escultor, fotógrafo, arquitecto,
escenógrafo, luminotécnico, decorador y diseñador. Produce su papel
fotográfico, encuaderna sus libros y proyecta y crea sus lámparas y sus
muebles. Con el vestido Delphos, presentado el 10 de junio de 1909, se
consagra. Inspirado en el famoso auriga griego, se trata de una prenda elegante
y versátil, que parecía alcanzar lo imposible: sencillez y complejidad al mismo
tiempo. El vestido resalta y se ciñe tan bien al cuerpo femenino, lo dota de
tal libertad que rápidamente todas las bailarinas célebres (Ruth Saint Denis,
Isadora Duncan...) lo hacen suyo. La fama del Delphos se extiende como una ola
en la alta sociedad. Las mujeres más influyentes se convierten en devotas del
vestido. En tanto, Fortuny deambula, cámara en mano, por el más bello
escenario, el dédalo de calles de Venecia. Más de 12.000 fotografías configuran
unos 200 álbumes.
Como devoto wagneriano, la luz le obsesiona. Crea una cúpula
para conseguir efectos lumínicos indirectos en los escenarios, lo que lo
convierte en uno de los inventores más inquietos del momento. Firma un contrato
con la empresa alemana AEG y consigue que su cúpula se instale en teatros de
varias ciudades europeas. Y con ella a cuestas logra incluso llevar a cabo un
proyecto de primer orden: un teatro ambulante bautizado El Carro de Tespi, que
lleva instalado su artefacto lumínico y que recorre los pueblos italianos
haciendo representaciones; casi a la vez que García Lorca difundía aquí el
teatro y los clásicos con un proyecto similar: La Barraca. Marcel Proust, quien
lo conoció en uno de sus viajes a Venecia, convirtió a Fortuny en un personaje
legendario de En busca del tiempo perdido.
Proust lo transforma en el símbolo del artista que vive entregado a su pulsión
interior, obsesionado por el ejercicio solitario de la creación.
Fallecido en el año 1949, habrá que esperar a finales de los
años ochenta para que aparezcan algunos trabajos importantes sobre su obra.
Este olvido, que se convierte en rechazo, alcanza su cénit justo cuando el
artista desaparece, en el momento en el que él y su viuda deciden dejar como
herencia al Estado español el palazzo
de Orfei, situado a espaldas del Gran Canal de Venecia, en el que había vivido
durante toda su vida; un bellísimo recinto repleto de pinturas, tapices,
muebles y valiosas obras de arte. España dice 'no' y lo proclama bien alto. El
ministro de Exteriores de entonces, Alberto Martín Artajo, rehúsa hacerse cargo
de la valiosa herencia. Parece dejarle indiferente la singularidad del palazzo
y el que haya sido la sede, durante la Primera Guerra Mundial, del Consulado de
España; sabe que Mariano Fortuny ha sido cónsul español en la ciudad veneciana
desde entonces, que ha ostentado ese cargo durante muchos años y que dimitió de
él en 1934, seguramente por desavenencias ideológicas con la República, y que,
además, en 1939, en pleno triunfo franquista, volvió a aceptar gustosamente el
nombramiento. Pero para las autoridades franquistas, todo eso carece de
importancia. Reconocen en Mariano Fortuny al hijo del gran pintor; pero en voz
baja hablan de él como un modisto al que no acaban de entender, por mucho que
periodistas tan respetables como María Cardona o Julián Cortes Cavanillas,
desde el diario ABC, argumenten que es un artista de primera y una suerte
inmensa para España heredar su legado. La dictadura, ni siquiera regalado,
quiso aceptar el bellísimo palazzo
Orfei, que con todos sus tesoros dentro pasó al cabo del tiempo a ser propiedad
de la comuna de Venecia. El sueño generoso de Mariano Fortuny, que tan español
se sentía, nunca pudo cumplirse.
Etiquetas: Pintura y otras bellas artes
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