Falseando la historia: los ‘historiafrikis’
(Un texto de Luis Algorri en la revista Tiempo del 18 de
septiembre de 2015)
La manipulación de la historia es uno de los delitos
intelectuales más viejos del mundo y es propio de todos los totalitarismos,
según un concepto que definió el jerarca nazi Joseph Goebbels: una mentira mil
veces repetida acaba por convertirse en una verdad. Se convierte así en lícito
mentir por una “buena causa”. Un ejemplo clásico: para animar a los cristianos
a combatir a los musulmanes, el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada se inventó a
mediados del siglo XIII la batalla de Clavijo, que jamás existió, y en la que
habría intervenido a mandoble limpio el mismísimo apóstol Santiago. El apóstol
debe a aquel cuento su iconografía (a caballo, espada en mano) y buena parte de
su fama. De aquello procede el “voto de Santiago”.
La “buena causa” de la independencia de Cataluña ha animado
a personajes muy pintorescos a hacer cosas parecidas.
El autodenominado “historiador” Jordi Alsina i Bilbeny,
miembro e incluso creador de algunas sociedades “historiográficas” que siempre
acaba abandonando por voluntad propia o por la de otros, lleva años difundiendo
que Cristóbal Colón era catalán y que su viaje a América no comenzó en Palos de
la Frontera sino en Pals de l’Empordá (Gerona); que Miguel de Cervantes no era
tal, sino un noble de los Països Catalans (concretamente de Valencia) llamado
Joan Miquel Servent, que tenía casa en Barcelona y familia en Jijona; que El
Quijote se redactó originariamente en catalán y que venía a ser un durísimo
alegato contra España.
Más investigaciones históricas de Bilbeny: que El
Lazarillo de Tormes cuenta en realidad la vida de Llàtzer de Tormos; no Tormes
sino Tormos, pueblo de la Marina Alta, provincia de Alicante; que Santa Teresa
de Jesús no se llamaba Teresa de Cepeda y Ahumada, como ella misma decía cada
vez que le preguntaban, ni había nacido en Ávila, sino que era Teresa Enríquez
de Cardona, abadesa del monasterio de Pedralbes, en Barcelona. Y por ahí
seguido.
Prosigue Bilbeny con que Hernán Cortés no era extremeño de
Medellín, provincia de Badajoz, sino catalán de nombre Ferrán, lo mismo que el
insigne médico Miguel Servet (que pasaría así a ser exaragonés), y hasta que la
bandera de los Estados Unidos no es, en realidad, más que una versión mucho más
fea de la senyera.
La locura es enfermedad fácilmente contagiosa, y así otro
sujeto, de nombre Pep Mayolas, autor de algunos libros de viajes y de artículos
en la prensa local, se ha transmutado en investigador y sostiene no solo que
Cristóbal Colón era catalán, sino que Erasmo de Rotterdam también lo era... y,
además, hijo del propio Colón. Además: que buena parte de los hijos de Isabel
de Castilla y de Fernando de Aragón no los paría Isabel sino otra mujer, a la
que este Mayolas llama “vientre de alquiler”, que era, ¡naturalmente!,
catalana. Así que los reyes de Castilla descendientes de Isabel eran, en
realidad, todos catalanes.
Todo esto ¿con qué se argumenta? Pues, en primer lugar, con
el prestigio personal y la palabra de honor de los historiadores, que han
dedicado largos años de esfuerzo a descubrir semejantes maravillas.
En segundo término, con la existencia (fabulosa, claro
está), de una mano negra censora y perversa que durante ¡cinco siglos enteros!
se habría dedicado a cambiar todo hecho o logro de los catalanes para atribuirselo
a Castilla (o a Holanda en el caso de Erasmo de Rotterdam, hay que suponer). El
famoso mito de que nos han engañado siempre, toda la vida, los “historiadores
oficiales”, que Pep Mayolas argumenta así: “Sí, la gente no está dispuesta a
cambiar su visión de la historia. Parece que lo aprendido en la escuela tenga
que ir a misa. La existencia de la censura era palpable y demostrable. Si se
quería controlar el discurso [oficial, la historia que conocemos] era porque lo
que ocurría era diferente a lo explicado”. Es decir, el victimismo, la
desvergüenza y la impunidad en estado puro, porque, al parecer, la creación de
esa mano negra exime a estos historiadores de demostrar las cosas que dicen. No
hace falta. Basta con hacer creer a la gente que los otros eran malísimos y que
durante medio milenio crearon un ministerio del tiempo para jorobar a los
catalanes. Y eso se repite las veces que haga falta. Como lo de Clavijo. Como
Goebbels.
Lo más parecido a una argumentación científica (de algún
modo hay que llamarlo) que hacen estos historiafrikis es recurrir a semejanzas
lingüísticas y a “importantes estudios que pronto verán la luz y que
demostrarán todo esto”. Las semejanzas lingüísticas o toponímicas pueden
inventárselas cualquiera, como puede verse, y no significan nada ante las
montañas de evidencias documentales que prueban que lo que dice la historia era
cierto. Y los “importantes estudios que pronto verán la luz”... nunca la han
visto. Ni la verán, sin duda, porque la gente ya no se cree invenciones como
las de Clavijo... por más independentistas que sean.
Lo único que queda demostrado –esto sí– en los
“descubrimientos” de personajes como Bilbeny y Mayolas es un inmenso amor por
la historia y la literatura españolas. Tanto que quieren apropiárselas para su
“buena causa”. Eso sí que hay que agradecérselo, sin duda.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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