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martes, marzo 1

Falseando la historia: los ‘historiafrikis’



(Un texto de Luis Algorri en la revista Tiempo del 18 de septiembre de 2015)

La manipulación de la historia es uno de los delitos intelectuales más viejos del mundo y es propio de todos los totalitarismos, según un concepto que definió el jerarca nazi Joseph Goebbels: una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en una verdad. Se convierte así en lícito mentir por una “buena causa”. Un ejemplo clásico: para animar a los cristianos a combatir a los musulmanes, el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada se inventó a mediados del siglo XIII la batalla de Clavijo, que jamás existió, y en la que habría intervenido a mandoble limpio el mismísimo apóstol Santiago. El apóstol debe a aquel cuento su iconografía (a caballo, espada en mano) y buena parte de su fama. De aquello procede el “voto de Santiago”.

La “buena causa” de la independencia de Cataluña ha animado a personajes muy pintorescos a hacer cosas parecidas.

El autodenominado “historiador” Jordi Alsina i Bilbeny, miembro e incluso creador de algunas sociedades “historiográficas” que siempre acaba abandonando por voluntad propia o por la de otros, lleva años difundiendo que Cristóbal Colón era catalán y que su viaje a América no comenzó en Palos de la Frontera sino en Pals de l’Empordá (Gerona); que Miguel de Cervantes no era tal, sino un noble de los Països Catalans (concretamente de Valencia) llamado Joan Miquel Servent, que tenía casa en Barcelona y familia en Jijona; que El Quijote se redactó originariamente en catalán y que venía a ser un durísimo alegato contra España.
Más investigaciones históricas de Bilbeny: que El Lazarillo de Tormes cuenta en realidad la vida de Llàtzer de Tormos; no Tormes sino Tormos, pueblo de la Marina Alta, provincia de Alicante; que Santa Teresa de Jesús no se llamaba Teresa de Cepeda y Ahumada, como ella misma decía cada vez que le preguntaban, ni había nacido en Ávila, sino que era Teresa Enríquez de Cardona, abadesa del monasterio de Pedralbes, en Barcelona. Y por ahí seguido.

Prosigue Bilbeny con que Hernán Cortés no era extremeño de Medellín, provincia de Badajoz, sino catalán de nombre Ferrán, lo mismo que el insigne médico Miguel Servet (que pasaría así a ser exaragonés), y hasta que la bandera de los Estados Unidos no es, en realidad, más que una versión mucho más fea de la senyera.
La locura es enfermedad fácilmente contagiosa, y así otro sujeto, de nombre Pep Mayolas, autor de algunos libros de viajes y de artículos en la prensa local, se ha transmutado en investigador y sostiene no solo que Cristóbal Colón era catalán, sino que Erasmo de Rotterdam también lo era... y, además, hijo del propio Colón. Además: que buena parte de los hijos de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón no los paría Isabel sino otra mujer, a la que este Mayolas llama “vientre de alquiler”, que era, ¡naturalmente!, catalana. Así que los reyes de Castilla descendientes de Isabel eran, en realidad, todos catalanes.

Todo esto ¿con qué se argumenta? Pues, en primer lugar, con el prestigio personal y la palabra de honor de los historiadores, que han dedicado largos años de esfuerzo a descubrir semejantes maravillas.

En segundo término, con la existencia (fabulosa, claro está), de una mano negra censora y perversa que durante ¡cinco siglos enteros! se habría dedicado a cambiar todo hecho o logro de los catalanes para atribuirselo a Castilla (o a Holanda en el caso de Erasmo de Rotterdam, hay que suponer). El famoso mito de que nos han engañado siempre, toda la vida, los “historiadores oficiales”, que Pep Mayolas argumenta así: “Sí, la gente no está dispuesta a cambiar su visión de la historia. Parece que lo aprendido en la escuela tenga que ir a misa. La existencia de la censura era palpable y demostrable. Si se quería controlar el discurso [oficial, la historia que conocemos] era porque lo que ocurría era diferente a lo explicado”. Es decir, el victimismo, la desvergüenza y la impunidad en estado puro, porque, al parecer, la creación de esa mano negra exime a estos historiadores de demostrar las cosas que dicen. No hace falta. Basta con hacer creer a la gente que los otros eran malísimos y que durante medio milenio crearon un ministerio del tiempo para jorobar a los catalanes. Y eso se repite las veces que haga falta. Como lo de Clavijo. Como Goebbels.

Lo más parecido a una argumentación científica (de algún modo hay que llamarlo) que hacen estos historiafrikis es recurrir a semejanzas lingüísticas y a “importantes estudios que pronto verán la luz y que demostrarán todo esto”. Las semejanzas lingüísticas o toponímicas pueden inventárselas cualquiera, como puede verse, y no significan nada ante las montañas de evidencias documentales que prueban que lo que dice la historia era cierto. Y los “importantes estudios que pronto verán la luz”... nunca la han visto. Ni la verán, sin duda, porque la gente ya no se cree invenciones como las de Clavijo... por más independentistas que sean.

Lo único que queda demostrado –esto sí– en los “descubrimientos” de personajes como Bilbeny y Mayolas es un inmenso amor por la historia y la literatura españolas. Tanto que quieren apropiárselas para su “buena causa”. Eso sí que hay que agradecérselo, sin duda.

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