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lunes, mayo 30

A la sombra de la torre ausente (la Torre Nueva)



(Un texto de Paula Figols en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2014)

Zaragoza pudo ser más famosa que Pisa. Tal vez lo fue durante un tiempo. Durante casi cuatro siglos tuvo una de las torres más altas y admiradas de Europa: la Torre Nueva. También estaba inclinada, como la de la ciudad italiana, y también fue motivo de polémica. Estaba en la plaza de San Felipe. En 1504 comenzó la construcción de esta torre para albergar un reloj público que diera las horas a los zaragozanos. La torre alcanzó los 80 metros de altura y pronto se detectó su inclinación, que llegó a ser de 2,57 metros respecto a la vertical. En Pisa decidieron conservarla, repararla y hacer de ella su símbolo. Aquí fue derribada en 1892, tras encendidos debates en la prensa de la época y en el Ayuntamiento. Hoy queda un dibujo estrellado en el suelo; una escultura de un chico que mira la torre en mitad de la plaza; referencias en los libros de historia; recuerdos de algunos nostálgicos, y el famoso reloj guardado en el Museo de la Torre Nueva (en la misma plaza). El derribo costó 16.000 pesetas. Lo cuenta un cuadro del Museo, escondido en los bajos de la tienda Montal.

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En los años 50, la plaza de San Felipe era una plaza de barrio, con sus tiendas y sus vecinos que se conocían por el nombre. «Mis abuelos y mis padres vivieron en la plaza. Tenía mucha vida, con todas las tiendas abiertas. La nuestra era una tienda de ultramarinos, con productos básicos, como legumbres, aceite a granel, latas... Después, en los años 80 se fue especializando para convertirse en una tienda gourmet, como la conocemos ahora. Y aquí seguimos, pensando en cómo celebraremos el centenario, en 1919», cuenta Nacho Montal, dueño del negocio familiar Montal (cuarta generación) y testigo de la evolución de la plaza.

En los años 80 se reabrió el debate sobre la reconstrucción de la Torre Nueva. Se creó una asociación de amigos de la torre y el Ayuntamiento instaló un memorial en la plaza. El monumento se convirtió en un foco de suciedad y fue derribado (también con polémica) en 1998. En mitad de la plaza se conservó la escultura del chico mirando la torre. Hoy conviven los negocios abiertos y cerrados, unos pocos vecinos con los turistas o la gente de paso. No está la torre, pero queda su recuerdo. «¿Te imaginas cómo sería si siguiera la Torre Nueva? Sería un atractivo turístico con fama mundial, como Pisa. La plaza siempre estaría llena de gente, habría filas para subir a verla...», reflexiona Nacho Montal.

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Nota: El Palacio de los Condes de Argillo, en la plaza de San Felipe, fue sede del Colegio San Felipe desde 1860 hasta mediados del siglo XX. El Ayuntamiento compró y restauró el edificio, que hoy es el Museo Pablo Gargallo.

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