A la sombra de la torre ausente (la Torre Nueva)
(Un texto de Paula Figols en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre
de 2014)
Zaragoza pudo ser más famosa que Pisa. Tal vez lo fue durante
un tiempo. Durante casi cuatro siglos tuvo una de las torres más altas y admiradas
de Europa: la Torre Nueva. También estaba inclinada, como la de la ciudad
italiana, y también fue motivo de polémica. Estaba en la plaza de San Felipe.
En 1504 comenzó la construcción de esta torre para albergar un reloj público que
diera las horas a los zaragozanos. La torre alcanzó los 80 metros de altura y
pronto se detectó su inclinación, que llegó a ser de 2,57 metros respecto a la
vertical. En Pisa decidieron conservarla, repararla y hacer de ella su símbolo.
Aquí fue derribada en 1892, tras encendidos debates en la prensa de la época y
en el Ayuntamiento. Hoy queda un dibujo estrellado en el suelo; una escultura
de un chico que mira la torre en mitad de la plaza; referencias en los libros
de historia; recuerdos de algunos nostálgicos, y el famoso reloj guardado en el
Museo de la Torre Nueva (en la misma plaza). El derribo costó 16.000 pesetas. Lo
cuenta un cuadro del Museo, escondido en los bajos de la tienda Montal.
[…]
En los años 50, la plaza de San Felipe era una plaza de
barrio, con sus tiendas y sus vecinos que se conocían por el nombre. «Mis abuelos
y mis padres vivieron en la plaza. Tenía mucha vida, con todas las tiendas abiertas.
La nuestra era una tienda de ultramarinos, con productos básicos, como legumbres,
aceite a granel, latas... Después, en los años 80 se fue especializando para
convertirse en una tienda gourmet, como la conocemos ahora. Y aquí seguimos,
pensando en cómo celebraremos el centenario, en 1919», cuenta Nacho Montal,
dueño del negocio familiar Montal (cuarta generación) y testigo de la evolución
de la plaza.
En los años 80 se reabrió el debate sobre la reconstrucción
de la Torre Nueva. Se creó una asociación de amigos de la torre y el Ayuntamiento
instaló un memorial en la plaza. El monumento se convirtió en un foco de
suciedad y fue derribado (también con polémica) en 1998. En mitad de la plaza
se conservó la escultura del chico mirando la torre. Hoy conviven los negocios abiertos
y cerrados, unos pocos vecinos con los turistas o la gente de paso. No está la
torre, pero queda su recuerdo. «¿Te imaginas cómo sería si siguiera la Torre Nueva?
Sería un atractivo turístico con fama mundial, como Pisa. La plaza siempre
estaría llena de gente, habría filas para subir a verla...», reflexiona Nacho
Montal.
[…]
Nota: El Palacio de los Condes de
Argillo, en la plaza de San Felipe, fue sede del Colegio San Felipe desde 1860
hasta mediados del siglo XX. El Ayuntamiento compró y restauró el edificio, que
hoy es el Museo Pablo Gargallo.
Etiquetas: Sin ir muy lejos
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