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jueves, marzo 2

Marrakech, una experiencia sensorial

(Un texto de María León en la revista Mujer de Hoy del 24 de octubre de 2015)

Escapar de la rutina y el estrés es posible. Descubre un paraíso tan cercano como exótico, un lugar donde recobrar la paz y despertar los sentidos. Bienvenidos a Marruecos.
 
Para mí, octubre es un mes en el que estoy desbordada de trabajo. Y en estas situaciones de estrés, lo que me suele relajar es dedicar un ratito a soñar con algún destino exótico. Por eso os propongo un viaje repleto de sensaciones y al alcance de todos: una escapada de fin de semana a Marrakech.

No es la primera vez que piso territorio marroquí y haber vuelto me ha hecho revivir el hechizo que sentí en aquel momento al disfrutar de esta urbe cosmopolita y llena de sabor. No me extraña que numerosos personajes hayan creado en ella un segundo hogar. Así lo hizo en su día el diseñador Yves Saint Laurent (aún hoy podéis visitar los Jardines de Majorelle, su casa marroquí) y actualmente el futbolista Zidane, la top model Naomi Campbell o Nicolas Sarkozy.

Para mí, Marrakech es la ciudad de los sentidos: los tonos terracota de sus edificios y los vivos colores de su artesanía enamoran la vista; el oído se inspira con la llamada al rezo; el gusto se deleita con el cous cous o la pastela (un hojaldre delicioso hecho con tórtola, almendras, huevo y canela); el olfato se activa con el aroma a azahar; y el tacto se renueva con las experiencias únicas de los hammam. Y todo ello lo tenéis a tan solo dos horas y media de Madrid, con un vuelo diario de Iberia. Así que abrochaos los cinturones... ¡que despegamos!

Mi primer destino en Marrakech fue el Hotel La Mamounia, donde tuve la suerte de hospedarme, ¡un verdadero lujo! Ya que se ha convertido en uno de los alojamientos preferidos de personalidades de todo el mundo, desde Poppy Delevingne a los Rolling Stones y los Clinton.

El hotel fue un regalo del rey Moulay Abdellah a su hijo Moulay Mamoun en el siglo XVIII y abrió sus puertas en 1923. Desde entonces solo ha cerrado tres años, entre 2006 y 2009, para redecorarlo y transformar sus antiguas 50 habitaciones en 209. El interiorista francés Jacques Garcia creó el nuevo estilo con cuatro elementos de la arquitectura andalusí: azulejos, mármol, yeso y madera. A todo eso hay que sumar una tenue luz interior... y tendréis una atmósfera 100% sugerente.

Al traspasar el umbral de La Mamounia me recibieron con la bienvenida tradicional de Marruecos: leche de almendra con agua de azahar y dátiles. Enseguida me acompañaron a mi habitación, una suite con terraza con vistas a los jardines. Y de ahí a conocer los mil y un detalles del hotel: tres riads con piscina y patios, cinco bares, cuatro restaurantes, un gimnasio rodeado por naranjos y palmeras, piscina interior climatizada con ozono y dos hammams tradicionales.

Aunque cuando estás en este magnífico hotel solo te apetece perderte en sus mil rincones, resulta imperdonable no dar un paseo y adentrarse en los secretos de Marrakech gracias a una de las visitas que organiza el establecimiento.

Cada esquina de Marrakech tiene una historia propia, como el minarete de la mezquita de Koutubia, rematado con tres bolas de oro creadas con las joyas fundidas de una princesa que redimió así su pecado de no haber ayunado en Ramadán; la calle de las Siete vueltas (la primera de la ciudad, construida en el siglo XI); la Madrassa Ben Yusef, una escuela coránica de la Edad Media de estilo morisco con artesonados en relieve que simbolizan la esperanza; o la plaza Jemma El-Fna, punto de encuentro de los habitantes de la ciudad, donde confluyen comida típica marroquí, plantas medicinales, artesanía... El lugar ideal para tomar, al atardecer, un té moruno en el Café Francés, un establecimiento mítico donde se reúnen los intelectuales bohemios de la ciudad.

Dos curiosidades: en Marrakech os encontraréis infinidad de gatos (porque los habitantes de La Medina creen que los perros asustan a los ángeles cuando ladran) y veréis por todas partes la famosa mano de Fátima, que según la cultura musulmana protege la salud y previene el mal de ojo.

Mi ruta de shopping fue reducida, pero, aun así, pude visitar tres puntos clave. Primero, la Maison du Caftán... ¡casi me desmayo al ver todos esos maravillosos caftanes confeccionados a mano! Para los amantes del arte, vuestro rincón es el anticuario Tresor de Milles et Une Nuit: piezas de esencia árabe o prendas de ropa antigua son los must del establecimiento. Y, por supuesto, no dejéis de visitar la herboristería La Sagesse: allí compré aceites esenciales de azahar (imprescindibles para combatir el estrés) y de rosa, para evitar las ojeras.

Después de almorzar en el Café Árabe volví al hotel, donde viví una de las grandes experiencias sensoriales de mi viaje: el hammam. Comienzas el tratamiento en un baño de vapor y después llega el ritual de exfoliación y barro. Unos minutos para que actúe, una ducha... ¡y la piel queda como el terciopelo!

Ya estaba preparada para disfrutar de una deliciosa cena en el restaurante marroquí de La Mamounia, donde nos sirvieron un cordero riquísimo que se cocina a fuego lento durante horas y horas y por eso hay que solicitarlo con un día de antelación.

Así, con el cuerpo y el alma enriquecidos por estas experiencias únicas, descansé en la segunda noche... y al día siguiente, después de otro desayuno espectacular, de nuevo puse rumbo al aeropuerto y, regresé a casa renovada por completo gracias a una escapada exótica.

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