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viernes, septiembre 8

Del gesto a la palabra: el misterio de la lengua de signos en el cerebro

(Un reportaje de María Sofía Ruiz en el suplemento Tercer Milenio del Heraldo de Aragón del 22 de marzo de 2016)

En las últimas décadas, el estudio de distintas lenguas de signos ha servido para arrojar luz sobre el misterio del procesamiento del lenguaje en el cerebro, una cuestión que ya preocupaba a los científicos en el siglo XIX. Al contrario de lo que se pensaba en un principio, las lenguas de signos y las orales activan las mismas áreas del órgano pensante, aunque con algunas diferencias. Incluso en nuestra cabeza, el lenguaje es algo universal que funciona más allá de su codificación.

UNA ÚTIL ALIADA

Uno de los grandes misterios del cerebro humano es cómo entiende y cómo produce el lenguaje. La mayor parte de los intentos por comprender esta cuestión se han basado en el estudio de idiomas hablados, como el inglés, el francés o el alemán.

Sin embargo, la investigación de distintas lenguas de signos ha demostrado ser una aliada muy útil en la búsqueda de respuestas. Este tipo de idioma permite preguntarnos si el procesamiento del lenguaje depende de la modalidad de este o si, por el contrario, la forma en la que se codifica –de manera auditiva y oral en el caso de las lenguas habladas, y visual y manual en las de signos– no supone una activación cerebral diferente.

Las investigaciones de los últimos años con la lengua de signos norteamericana, británica y china ofrecen la respuesta: los núcleos del cerebro en los que se procesa el lenguaje son los mismos tanto en una lengua oral como en una signada.

Tanto el área de Broca como el área de Wernicke, situadas en el hemisferio izquierdo y fundamentales en los idiomas orales, siguen siendo importantes en la producción y comprensión de las lenguas de signos. Esto indica que estas zonas no son centros para la generación del habla y la audición del sonido, sino áreas de lenguaje de orden superior en el cerebro.

«Antes se creía que la lengua de signos activaba más el hemisferio derecho que una lengua oral, pero los estudios más recientes muestran grados similares de implicación de ambos hemisferios», explica Gregory S. Hickock, investigador del Centro de la Ciencia del Lenguaje en California (EE. UU.) y autor de varios estudios sobre este tipo de idioma.

Sin embargo, la activación cerebral no es exactamente la misma. En el caso de la lengua de señas hay más actividad de las zonas visuales y de control de las manos, que tienen que utilizarse para el proceso de input –‘ver’ la lengua de signos– y para el output –producirla–.

La directora del Laboratorio de Lenguaje y Neurociencia Cognitiva (EE. UU.), Karen Emmorey, incide en estas diferencias y destaca que cuando los signantes –las personas que emplean la lengua de signos– explican una relación espacial (por ejemplo, el libro está al lado del florero en el estante), tienen lugar procesos que no intervienen en una lengua oral. «Se activan zonas que participan en el procesamiento espacial y en la conciencia de la localización corporal, ya que, en lugar de preposiciones, emplean sus manos en el espacio para representar la ubicación de objetos», concreta la especialista.

REDES NEURONALES

El centro de investigación Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL), ubicado en San Sebastián, está inmerso en un ambicioso proyecto que pretende profundizar aún más en el funcionamiento de la lengua de señas en el cerebro. Desde 2012, el estudio, que busca descubrir cuáles son las rutas por las que navega la información, es el primero que se realiza utilizando la lengua de signos española (LSE) como objeto de análisis.

«Lo primero que queremos hacer es comprobar si lo que se conoce sobre las lenguas de signos ya estudiadas se repite también con la española, si es posible reproducir ese patrón de solapamiento de las zonas básicas del lenguaje», afirma Brendan Costello, director del programa.

Pero su proyecto busca ir un paso más allá. «El cerebro es un órgano muy complejo en el que las distintas áreas trabajan de forma conjunta, conectadas por redes. Por ello, queremos analizar no solo las zonas de activación, sino las redes neuronales que las conectan», concreta.

Según el especialista, si el núcleo del procesamiento lingüístico es más o menos igual que en las lenguas orales, la red necesitará, de alguna forma, estructurarse de forma distinta por el hecho de estar trabajando con información codificada de una manera diferente. Por ello, el equipo comprobará si la red asociada con el procesamiento lingüístico coincide en el caso de la lengua de signos.

«Aún nos queda mucho por descubrir. Por ejemplo, todavía no entendemos la forma en que la producción del lenguaje y su comprensión se integran en la lengua de signos. En las lenguas orales, el hablante puede escuchar su propia voz, pero los signantes no miran sus propias manos cuando signan y lo que ven de esas señas no se corresponde con lo que ven en los demás», destaca Karen Emmorey. «¿Cómo consiguen aprender de manera correcta a producir signos? Creemos que dependen del input somatosensorial, es decir, la manera en la que los signos se ‘sienten’, pero aún no sabemos cómo se combina la información somatosensorial y la visual en el cerebro», indica la investigadora.

A pesar de las respuestas que aportarán estudios como el del centro vasco, aún queda mucho por descubrir. Mientras, la excepcionalidad de la lengua de signos permitirá confirmar la regla sobre los distintos misterios del lenguaje y acercarnos un poco más a la comprensión de nuestro órgano pensante. De momento, los idiomas signados ya nos demuestran que, incluso en el cerebro, el lenguaje es un concepto universal.

UN SIGNO NO ES UNA PALABRA

La gente sorda alrededor de todo el mundo se comunica empleando distintas lenguas de signos. Según la Federación Mundial de los Sordos, 70 millones de personas con una discapacidad auditiva emplean uno de estos idiomas como su primera lengua. A esta cifra se suman familiares y especialistas que también la usan de forma habitual, así como sordociegos, que utilizan la lengua de signos por medio del tacto o el sistema dactilológico.

Las lenguas de señas emplean códigos gestuales para establecer la comunicación interpersonal y se articulan como idiomas completos que permiten elaborar mensajes de elevada complejidad y precisión. A pesar de que existe la creencia de que los signos son la representación de una palabra en una lengua oral, estos idiomas señados no tienen una relación con una lengua hablada, sino que desarrollan su propia gramática, vocabulario y sintaxis. Tal y como ocurre en cualquier idioma, hay frases hechas difíciles de traducir y ciertas palabras/signos que no tienen una traducción literal.

De la misma manera que en el caso de los idiomas orales, puede haber más de una lengua en un mismo país. En España, por ejemplo, coexisten la lengua de signos española y la catalana. En Bélgica, la francófona y la flamenca. Además, hay diferentes lenguas de signos en países donde se habla el mismo idioma oral: un signante de lengua británica y un signante de lengua norteamericana serán incapaces de entenderse, ya que la norteamericana desciende de la primitiva lengua de signos francesa.

Existe la idea generalizada de que existe una lengua internacional que hace que todo el colectivo sordo pueda comunicarse. A pesar de que esto no es real, sí que existe un Sistema de Señas Internacional. A menudo se utiliza en conferencias y reuniones con participantes que no comparten una lengua de signos común. Sin embargo, no cuenta con una gramática ni un léxico: una gran parte de él se compone de gestos que tienen significado únicamente dentro de un contexto y hace uso del vocabulario procedente de la lengua materna del usuario. Se trata de lo que se conoce como pidgin: una lengua simplificada, creada y usada por individuos de comunidades que no tienen un idioma común ni conocen suficientemente ninguna otra lengua para usarla entre ellos.

LA LECTURA, UN RETO PARA LAS PERSONAS SORDAS

Cuando una persona aprende a leer lo hace a partir de una lengua oral que ya ha adquirido por el oído. De esta manera, asocia las formas impresas en las páginas con palabras, sonidos y representaciones mentales que ya tiene establecidos: ya sabe cómo suena la palabra que está leyendo y qué significa. Sin embargo, las personas sordas no tienen esa base, lo que, en muchas ocasiones, les ocasiona problemas en el aprendizaje lector.

Además de profundizar en el funcionamiento de la lengua de signos en el cerebro, el proyecto del Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) tiene otra rama para analizar a sujetos sordos que han sido capaces de alcanzar un alto nivel de lectura. Noemí Fariña, investigadora del centro, está al frente de este trabajo, que tiene como objetivo final ayudar a mejorar el sistema de enseñanza de la lectoescritura para niños con una discapacidad auditiva.

«La lectura supone un gran desafío para las personas sordas, dado que tienen un acceso limitado a los sonidos y, en muchas ocasiones, un conocimiento escaso del lenguaje que van a aprender a leer o incluso de cualquier lengua, signada o hablada. Por ello, una gran cantidad de personas sordas no llegan a alcanzar niveles de lectura competentes de acuerdo con su edad», explica la experta.

«Sin embargo, en lugar de centrarnos en las dificultades de los sordos que no logran acceder a la lectura, ponemos el foco de atención en los procesos que realizan los buenos lectores con una discapacidad auditiva que han aprendido a leer en español, una ortografía transparente donde la fonología juega a priori un papel muy importante», concreta.

De esta forma, el equipo pretende averiguar cómo algunas personas sordas logran alcanzar un buen nivel de lectura, si los procesos cognitivos de los buenos lectores sordos son similares a los de los oyentes y si existen diferencias, sobre todo en cuanto al acceso a la fonología durante la lectura.

CARA Y CUERPO

En la configuración cerebral de la lengua de signos hay dos procesos de especial importancia que no son tan relevantes en una lengua oral: el procesamiento de información facial dinámica –cambios de expresión en la cara– y el procesamiento del movimiento biológico –la observación del movimiento de otro cuerpo humano– son esenciales para la ejecución y comprensión de este tipo de idioma. Ambas funciones están asociadas con la activación en la zona occipitotemporal, fronteriza entre el lóbulo occipital (en la zona posterior del cerebro) y el lóbulo temporal (en la lateral).

«Estamos comprobando la activación del giro fusiforme, que juega un papel importante en el reconocimiento de caras y de cuerpos, y la actividad presente en la parte superior y posterior del lóbulo temporal, también involucradas en estas funciones. Queremos averiguar hasta qué punto estas áreas tienen mayor importancia, más conectividad o sincronización con la red de procesamiento lingüístico cuando la lengua que se procesa es la de signos», explica Brendan Costello desde el BCBL. Costello afirma que el análisis se producirá a dos niveles: estructural y funcional. El equipo comprobará si hay más neuronas entre estas dos zonas, «si el ‘cableado’ es más gordo», y si, al funcionar la red de procesamiento lingüístico, también lo hacen de forma más intensiva las áreas asociadas al movimiento biológico y facial. «Una cosa es el ‘cable’, que te dice que las dos zonas están conectadas; y otra cosa es que funcionen a la vez, en sincronización, de forma cooperativa», puntualiza.

El objetivo último de este proceso sería descubrir si estas dos parcelas cerebrales pueden arrojar luz sobre la manera en que una red lingüística se adapta a la lengua signada.

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