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jueves, junio 7

Jordania: un tesoro de luz y de piedra

(Un texto de María de León en la revista Mujer de Hoy del 25 de febrero de 2017)

Si, como dijo Hans Christian Andersen, "viajar es vivir", visitar Jordania es comprobarlo con los cinco sentidos: la espectacular vista de Petra (una de las siete maravillas del mundo); el gusto incomparable de su gastronomía -de la que destaco el mansaf, el plato nacional, realizado con cordero-; el sonido de la animada música beduina; el aroma de las cachimbas, a las que se conoce con el nombre de narguile; y el tacto de terciopelo que queda en la piel después de probar los tratamientos con barro del Mar Muerto.

Como todos los destinos de Oriente Medio, Jordania encierra una historia milenaria, aunque su nombre y su extensión actual se remonta solo a 1946, cuando Gran Bretaña y Francia dividieron la región tras la Segunda Guerra Mundial. La convivencia de culturas, sin embargo, ha dotado al pueblo jordano de un carácter abierto, cariñoso y hospitalario, que se hace evidente a cada paso. Amán, la capital, es una ciudad de dos millones de habitantes que se conoce como la ciudad de las siete colinas. Allí nos alojamos en el Hotel Intercontinental, del que destacaría su restaurante libanés, con larguísimas mesas de productos... ¡a cada cuál más apetecible!

Nuestra ruta por la ciudad comenzó en la Ciudadela, un tesoro arquitectónico en el que destacan el templo de Hércules (romano y muy bien conservado) y una mezquita de la época Omeya (s. VIII). Para conocer mejor la historia de la ciudad, os recomiendo una visita a su museo, uno de los tres más importantes de la ciudad, junto al del Folclore y Tradiciones Populares y el Museo Nacional.

Al Balad, también conocido como Downtown, es el centro de la ciudad y es muy agradable recorrerlo a pie. En la calle Príncipe Mohammed -desde donde se divisa, a lo lejos, la mezquita Grand Hussein Al Balad-, podéis descubrir sus tiendas y hacer un alto en el camino para comer, de manera informal, en el restaurante Hashem (atentos, porque los reyes Abdalá y Rania a veces se dejan ver por aquí).

¿Otras propuestas? Un té y una cachimba en la cafetería Zajal, o los dulces de dos estupendas pastelerías: Habibah (es la más antigua de la ciudad y tienen un postre típico con queso, miel y pistacho) y Zalatimo.

El barrio residencial es Jabal Al Weibdeh. Allí, además de la mezquita de Abdalá I (conocida como Mezquita Azul), os recomiendo una visita a la Galería Nacional de Bellas Artes y, después, una pausa en Rakwet Arab, un local fantástico, tipo chill out, ideal para desconectar, como suelen hacer los jordanos tras salir de trabajar.

El barrio más alternativo es Jabal Amman, especialmente su calle Rainbow Street, donde cada viernes se celebra el souk jara, un mercadillo de artesanía. El resto de la semana no os perdáis sus variadas tiendas, muchas vintage, donde encontraréis ropa y accesorios artesanales. En mi ruta de shopping, os recomiendo Al Aydi, Badr Adduja, Tiraz y, sobre todo, Urdon Shop, con todo tipo de productos 100% jordanos. Por cierto, allí descubrí que el pañuelo típico es rojo y blanco -los colores de la dinastía hachemita-, mientras que el palestino es el negro y blanco.

Otro lugar muy especial es el Wild Jordan Center, donde, además de una divertida tienda y un espacio para niños, tienen un restaurante de productos ecológicos, donde disfrutamos de una cena tan sana como sabrosa. Además, organizan rutas de ecoturismo y tienen sus propios alojamientos rurales. ¡Ah! Y la vista de la ciudad desde su terraza es absolutamente fantástica, especialmente de noche. Y otra recomendación más: a las afueras de la ciudad, en el Amman Mirage Village, edificado sobre una antigua construcción otomana, está el restaurante Kan Zamaan, del que os recomiendo los deliciosos pinchos morunos a la brasa.

Dos días y una noche 

Si Amán conquista, la siguiente ciudad en nuestra ruta os enamorará: Petra, un espectacular enclave arqueológico de 250 kilómetros cuadrados de piedra arenisca, en el que cada centímetro es pura belleza, en especial el desfiladero de la entrada (que llaman Siq), además del Tesoro y el Monasterio, dos de los monumentos más admirados. Para disfrutar de esta visita como merece, os recomiendo dedicar al menos dos días. Imprescindible: calzado cómodo (el terreno pedregoso puede provocar algún accidente si no andáis con cuidado), un sombrero y agua fresca. Claro que, en lugar de caminar, podéis también alquilar caballo, burro, mula o camello para que os dé tiempo a recorrer todos sus espectaculares rincones. Dentro del recinto hay muy poca oferta gastronómica y, aunque la mejor opción es hacer un picnic, si buscáis mesa y mantel, el buffet del restaurante The Basin del Crowne Plaza es una buena alternativa.

Petra fue fundada en el S.VIII a.C por los edomitas, aunque su antigua prosperidad se la debe a los nabateos, que la convirtieron en punto clave del comercio en el S.VI a.C. Con el declive de esa civilización llegó también el olvido de esta ciudadela, hasta que en 1812 fue descubierta por el explorador suizo Jean Louis Burckhardt. Merece la pena sentir la magia de Petra por la noche, después de disfrutar de una cena típica... elaborada por nosotros mismos. ¿Dónde? En Petra Kitchen, un local muy especial en Wadi Mousa, el pueblo más próximo a Petra, donde se imparten entretenidas clases de cocina que nos permiten descubrir todos los sabores que encierra la gastronomía de este país.

Dejamos atrás Petra para dirigirnos al desierto de Wadi Rum, que debe su paisaje al choque de placas tectónicas. Recorrerlo en globo, jeep o camello es una experiencia inolvidable, tanto como degustar cordero en un campamento beduino. Nosotros estuvimos en el Hillawi Camp, y allí mismo se puede pasar la noche, en tiendas de campaña, para ver las estrellas disfrutando de uno de los cielos menos contaminados del planeta.

Y después de la arena, el agua. El Mar Muerto es uno de los mejores destinos para relajarse de verdad: un baño con sus barros deja la piel tan suave como el terciopelo y hace que tu cuerpo se conecte con la tierra. Los hoteles en esta área son en su mayoría resorts turísticos. Os recomiendo el Marriott, donde nos alojamos, o el Kempinski, considerado el mejor de la zona.

La tierra prometida

Nuestro viaje terminó con una visita al monte Nebo, desde donde, según cuentan las Sagradas Escrituras, Moisés contempló la tierra prometida. Llegar hasta allí es como sumergirse en cada pasaje del Antiguo Testamento y cuando recorres este lugar sagrado (custodiado en la actualidad por los monjes franciscanos) no puedes dejar de sentirte en el pasado, ya que desde allí se contempla una vista mítica de Jerusalén.

Antes de llegar al Monte Nebo pasamos por un pueblecito, Madaba. Allí hicimos un descanso en el restaurante Haret Joudna, un clásico de la zona, y descubrimos también la historia que encierra la iglesia de San Jorge, en la que se encuentra un mosaico con el mapa más antiguo que se conserva de la Tierra Santa. "Tú la verás, pero no la pisarás", le dijo Dios a Moisés. Y, según cuenta la Biblia, el profeta nunca la pisó, pues murió allí mismo, en el punto final de este viaje inolvidable.

www.visitjordania.com

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