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miércoles, julio 25

Nobel y la dinamita


(Un texto de Ramón Nuñez en la revista Muy Interesante de julio de 2017)

A partir de la nitroglicerina, este químico, que inspiró los célebres galardones, ideó un nuevo y potente explosivo menos peligroso de manejar. 

En 1847, mientras estudiaba en Turín la acción del ácido nítrico sobre distintos compuestos orgánicos, el químico italiano Ascanio Sobrero experimentó en sus propias carnes los dolorosos efectos que podía tener sufrir un accidente con el nuevo aceite explosivo con el que trabajaba. El compuesto destrozó el tubo de ensayo que lo contenía -y eso que solo lo había agitado- y le dejó la cara sembrada de cicatrices. Acababa de descubrir la nitroglicerina.

Esta resultaba tan difícil y peligrosa de manejar que Sobrero no pensó que pudiese tener utilidad práctica, y de hecho hasta se sintió avergonzado de su hallazgo cuando, pocos años más tarde, hizo balance de todas las víctimas que este había causado.

Pero su curiosidad investigadora daría otros frutos. Sobrero había querido probar qué impacto tenía una gota diminuta de nitroglicerina en su lengua, y el resultado fue un fuerte dolor de cabeza. Los estudios posteriores sobre los efectos farmacológicos de aquella sustancia confirmaron que funcionaba como vasodilatador, y en 1876 se utilizó por primera vez para tratar una angina de pecho. Hoy continúa aplicándose con ese fin en forma de tabletas que se colocan bajo la lengua.

Pero el uso de la nitroglicerina que tuvo más repercusión económica está vinculado al mundo de los explosivos, en donde, por su gran potencial -y pese a los grandes riesgos que entrañaba su manipulación- comenzó a usarse para reemplazar la pólvora. La solución vendría con Alfred Nobel, un químico sueco que había conocido a Sobrero en París. Nobel había aprendido de su padre la importancia de esta tecnología para la construcción, especialmente de puentes y carreteras, y desde pequeño se interesó por esa especialidad, a la que dedicaría su profesión.

En 1864, una explosión de nitroglicerina en una fábrica de Estocolmo mató a cinco personas, una de ellas el hermano menor de Nobel; el hecho supuso un acicate para que este se volcase en el estudio de un modo de hacer más seguro su manejo. Para desarrollar la dinamita, el sueco empleó tierra de diatomeas -proveniente de fósiles marinos- como si se tratara de una esponja, con la que podía absorber la nitroglicerina. Así, se formaba una pasta que podía envasarse en tubos de cartón.

 UN BOMBAZO ECONÓMICO

El 14 de julio de 1867 mostró públicamente su invento en una cantera de Surrey (Reino Unido). De este modo, pudo observarse que la dinamita se podía golpear y quemar al aire libre sin riesgo alguno, pues para conseguir que explotara era necesario un detonador eléctrico o químico. Aquello no convenció a las autoridades, pero en Alemania y los países escandinavos comenzó a fabricarse el explosivo recién inventado; los británicos autorizarían la producción dos años después. La patente, que pronto extendió su uso en la industria, la minería y el armamento de todo el mundo, hizo ganar a Nobel una gran fortuna, que al final cristalizó en la dotación de los prestigiosos premios.

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