Nobel y la dinamita
(Un texto de Ramón Nuñez en la revista Muy Interesante de
julio de 2017)
A partir de la
nitroglicerina, este químico, que inspiró los célebres galardones, ideó un
nuevo y potente explosivo menos peligroso de manejar.
En 1847, mientras estudiaba en
Turín la acción del ácido nítrico sobre distintos compuestos orgánicos, el
químico italiano Ascanio Sobrero experimentó en sus propias carnes los
dolorosos efectos que podía tener sufrir un accidente con el nuevo aceite
explosivo con el que trabajaba. El compuesto destrozó el tubo de ensayo que
lo contenía -y eso que solo lo había agitado- y le dejó la cara sembrada de cicatrices.
Acababa de descubrir la nitroglicerina.
Esta resultaba
tan difícil y peligrosa de manejar que Sobrero no pensó que pudiese tener
utilidad práctica, y de hecho hasta se sintió avergonzado de su hallazgo cuando,
pocos años más tarde, hizo balance de todas las víctimas que este había causado.
Pero su
curiosidad investigadora daría otros frutos. Sobrero había querido probar qué
impacto tenía una gota diminuta de nitroglicerina en su lengua, y el resultado fue
un fuerte dolor de cabeza. Los estudios posteriores sobre los efectos farmacológicos
de aquella sustancia confirmaron que funcionaba como
vasodilatador, y en 1876 se utilizó por primera vez para tratar una angina de pecho.
Hoy continúa aplicándose con ese fin en forma de tabletas que se colocan bajo
la lengua.
Pero el
uso de la nitroglicerina que tuvo más repercusión económica está vinculado al mundo
de los explosivos, en donde, por su gran potencial -y pese a los grandes
riesgos que entrañaba su manipulación- comenzó a usarse para reemplazar la pólvora.
La solución vendría con Alfred Nobel, un químico sueco que había conocido a
Sobrero en París. Nobel había aprendido de su padre la importancia de esta tecnología
para la construcción, especialmente de puentes y carreteras, y desde pequeño se
interesó por esa especialidad, a la que dedicaría su profesión.
En 1864,
una explosión de nitroglicerina en una fábrica de Estocolmo mató a cinco
personas, una de ellas el hermano menor de Nobel; el hecho supuso un acicate
para que este se volcase en el estudio de un modo de hacer más seguro su
manejo. Para desarrollar la dinamita, el sueco empleó tierra de diatomeas -proveniente
de fósiles marinos- como si se tratara de una esponja, con la que podía absorber
la nitroglicerina. Así, se formaba una pasta que podía envasarse en tubos de cartón.
UN BOMBAZO ECONÓMICO
El 14 de julio de 1867 mostró
públicamente su invento en una cantera de Surrey (Reino Unido). De este modo,
pudo observarse que la dinamita se podía golpear y quemar al aire libre sin riesgo
alguno, pues para conseguir que explotara era necesario un detonador eléctrico o
químico. Aquello no convenció a las autoridades, pero en Alemania y los países escandinavos
comenzó a fabricarse el explosivo recién inventado; los británicos autorizarían
la producción dos años después. La patente, que pronto extendió su uso en la
industria, la minería y el armamento de todo el mundo, hizo ganar a Nobel una gran
fortuna, que al final cristalizó en la dotación de los prestigiosos premios.
Etiquetas: Innovando que es gerundio, Pequeñas historias de la Historia
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