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sábado, octubre 27

¿Es usted un ciudadano AAA o un ciudadano 'bono basura'?

(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 31 de diciembre de 2017)

En China ya evalúan a los ciudadanos como las agencias de ‘rating’: de AAA a D. De momento, el sistema funciona solo en una ciudad, pero en 2020 se implantará en todo el país.

El mayor experimento de control social de la Historia está en marcha. China ha empezado a clasificar a sus habitantes con un sistema que recuerda al de las agencias de calificación de riesgos.

Los ciudadanos AAA, considerados «dignos de confianza» por el Partido Comunista, tendrán acceso a créditos baratos, descuentos en restaurantes y los mejores colegios para sus hijos, entre otros privilegios.

Los que no demuestren un comportamiento ejemplar irán descendiendo escalones hasta ser relegados a la clase D, equivalente al bono basura. «Y lo pasarán mal hasta para dar un solo paso por la calle», advierten las autoridades.

Para instaurar este sistema de castas, el Gobierno se sirve de toda la tecnología y el big data a su alcance gracias a su control absoluto de Internet -731 millones de chinos tienen acceso, más de la mitad de la población-, la connivencia de ocho de las principales aplicaciones de pago por móvil y más de veinte millones de cámaras con reconocimiento facial instaladas en calles, aeropuertos y estaciones para identificar a los delincuentes y afear públicamente la conducta de los incívicos.

El sistema ya se experimenta en ciudades como Rongcheng o en el comercio electrónico, siguiendo el rastro digital de los clientes del gigante Alibaba -y de su plataforma de pagos Alipay-, que ponen sus algoritmos y bases de datos al servicio del proyecto. El objetivo es tenerlo listo para 2020. A partir de entonces, la reputación social de toda la población será evaluada en tiempo real.

Premiar a «la gente decente»

La ciudad de Rongcheng, frente a las costas de la península coreana, se ha convertido en un laboratorio sociológico; y sus 600.000 habitantes, en conejillos de Indias. La fachada del Ayuntamiento está decorada con las fotografías de algunos de los ciudadanos que han conseguido la triple A, la máxima puntuación social (1300 puntos). Al principio, todos tienen 1000 puntos. Es el saldo que hay en la cuenta personal de cada hijo de vecino. Un saldo que se va incrementando con buenas acciones.

El funcionario que trabaja diez horas sin rechistar gana puntos, el hijo que cuida de su padre anciano, el conductor al que nunca han puesto una multa o el que dona unos yuanes a una causa benéfica… «La gente decente que contribuye a la armonía de la sociedad china», como recalca el presidente Xi Jinping.

Por el contrario, resta puntos saltarse un semáforo, no pagar una deuda, descuidar la salud, suspender un examen, tener una mala crítica de un superior o una queja de un cliente. Por debajo de 600, te conviertes en un paria. No podrás contratar un seguro ni pedir un préstamo, pagarás más por la calefacción y te vetarán el acceso a las codiciadas oposiciones a funcionario, a las que este año se presentan más de un millón de aspirantes.

Una oficina de calificación se encarga de implantar el sistema. Se pueden recuperar puntos haciendo trabajos comunitarios, como una especie de penitencia. La directora del servicio de voluntariado, Ju Junfang, se confiesa encantada al respecto. «Nunca se han visto tantos ciudadanos barriendo las calles o ayudando a los ancianos a subir y bajar de los trenes».

Todo lo que los chinos hagan -o dejen de hacer- quedará registrado. «El objetivo es alcanzar un orden social óptimo -explica entusiasmado Guo Tao, un consultor de Pekín-. Los que no estén implicados en temas de pornografía, violencia y oposición política no tienen nada que temer». Otros, sin embargo, ven resonancias de pesadilla orwelliana, como la experta en tecnología Rachel Botsman. «Si tu puntuación de confianza baja de cierto nivel, te pueden vetar incluso el acceso a un empleo. Y esa mala reputación puede seguirte de por vida y afectar también a tus hijos o nietos durante décadas».

El Gobierno chino dispondrá de una enorme base de datos nacional donde almacenará toda la información disponible sobre cada habitante, desde el pago de impuestos a sus búsquedas por Internet. Y ejercerá una vigilancia especial sobre ciertas profesiones, como profesores, médicos, periodistas y guías turísticos.

También sobre los miembros del Partido. En la provincia de Sichuan, en torno a dos millones de camaradas se someten ya a una vigilancia constante con la ayuda de la inteligencia artificial. El programa se basa en una aplicación llamada Nube Roja Inteligente, que recoge información personal, la actividad on-line o comentarios en las redes.

Puntos que dan estatus

Las plataformas de pago por el móvil como WeChat Pay y Alipay -esta última a través de su línea financiera Sesame Credit, que está implantando un programa piloto llamado Shanghái Honesto- también crean sus particulares rankings de confianza, que se incorporarán al estatal. Los algoritmos extraen sus propias conclusiones: «Alguien que juega a videojuegos durante diez horas al día, por ejemplo, será considerado como un tipo ocioso, y alguien que compra pañales será identificado como un padre con sentido de la responsabilidad», comenta Li Yingyun, director de tecnología de Sesame Credit.

A pie de calle, el proyecto es popular porque obliga a todos, incluida la élite, a rendir cuentas. Y frenaría la proliferación de deudas incobrables, una auténtica epidemia. Un sondeo de Ipsos revela que el 47 por ciento de los chinos considera la falta de confianza y el deterioro moral como los grandes problemas de la sociedad. Ser un «ciudadano modelo» se ha convertido en un símbolo de estatus. Según la prensa china, más de cien mil personas publican sus buenas puntuaciones en la red Weibo -parecida a Twitter- y eso influye en sus posibilidades de tener una cita. A mayor calificación de un usuario, más atractivo es su perfil en Baihe, una aplicación de citas semejante a Tinder.

La revista Wired explica que el sistema de control social se está implantando, sobre todo, gracias a la generalización de los pagos con el móvil. Ya hay mendigos incluso que aceptan limosnas mediante Alipay y han sustituido la gorrilla por un código QR que se puede escanear. Alipay tiene fama de ser de confianza, más incluso que los bancos en un país que, en los últimos 30 años, ha vivido su milagro económico sin apenas recurrir a los créditos bancarios. Los chinos recurrían a préstamos personales entre familiares y conocidos; y pagaban en metálico hasta que Alipay entró en escena. Circula incluso un chiste sobre la burbuja inmobiliaria. «Antes hacía falta un maletín para comprarte una casa, ahora hacen falta dos».

Un país de buenos y malos

Por otro lado, el Gobierno se aprovecha también del miedo a los pianzis, los estafadores. «¿Cómo sé que no eres un pianzi?», es pregunta habitual en China. El advenimiento de la cultura de la sinceridad, como la define Stanley Lubman, profesor de Derecho de la Universidad de California, se complementa con la vigilancia tecnológica. «Esto permite al Gobierno una penetración en la sociedad hasta niveles sin precedentes en la Historia».

Otros expertos hablan de un nuevo comunismo digital y ‘gamificado’ donde las puntuaciones remiten a los videojuegos. «Ganan los buenos y pierden los malos», resume He Junning, funcionario de la oficina de calificación social de Rongcheng. ¿Pero quiénes son los buenos?, se preguntan los detractores del sistema. Respuesta: los que obedecen las directrices del Partido Comunista. «Si criticas al poder, perderás puntos», sentencia el escritor Murong Xuecun.