Guerras civiles en la Cataluña del XIX: Malcontents y matiners
(Un texto de Luis Reyes leído en la revista Tiempo del 13 de
noviembre de 2012)
Cataluña, 1827-1876 · El carlismo prende entre los sectores
rurales de Cataluña y alimenta cuatro guerras civiles, dos de ellas
exclusivamente catalanas.
España se partió en dos a la muerte de Fernando VII.
Teóricamente era una querella dinástica entre los que sostenían que la Ley
Sálica, que impide reinar a las mujeres, seguía vigente, y los que pensaban que
estaba derogada. Los primeros consideraban legítimo heredero de Fernando VII a
su hermano, don Carlos, los segundos a su hija, Isabel II.
En realidad el fondo de la cuestión era el
enfrentamiento entre las dos Españas. La España moderna, defensora de las
libertades y el progreso, la de las Cortes de Cádiz, defendía a la Reina-niña.
La España negra, atada al absolutismo monárquico y el clericalismo a ultranza,
la del “¡Viva las caenas!”, apoyaba al pretendiente don Carlos, cuyo talante
ultramontano garantizaba mantenerse en el pasado.
Al principio esta división no tenía carácter
geográfico, había carlistas en todas las regiones, de Andalucía a Vascongadas,
de Baleares a Galicia. Pero también había liberales en todo el país. La Iglesia
era mayoritariamente carlista, y el ejército se escindió, con un elevado número
de oficiales –no de unidades- que se pasó a don Carlos.
El apoyo popular a don Carlos estaba en el campo,
mientras que era rechazado en las ciudades. El carlismo sería un fenómeno
agrario, propio del sector más atrasado y religioso de la sociedad, donde la
prédica del párroco podía levantar en armas una aldea. Sin embargo, según se
desarrolló el conflicto de la I Guerra Carlista (1833-1840), la resistencia más
persistente frente al Estado liberal fue reduciéndose a un arco periférico:
Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia. El reconocimiento de “las
leyes viejas” que prometía don Carlos, la añoranza por unos fueros de origen
medieval, unos particularismos legislativos incompatibles con el igualitarismo
del Estado liberal, explica esta vinculación al carlismo de los territorios de
la antigua Corona de Aragón y de los vasco-navarros.
El carlismo ensangrentó España durante el siglo XIX
con tres guerras, y volvió a hacerlo en el XX, cuando participó en la
preparación y ejecución del alzamiento contra la República del 18 de julio de
1936. Cuarenta mil milicianos carlistas se sumaron al golpe militar, y en
Navarra fueron ellos quienes dominaron la situación, exportando luego sus
“Brigadas Navarras” a diversos frentes. Esta circunstancia dio lugar al tópico del
carlismo como fenómeno típicamente navarro. Sin embargo, durante toda la
primera época del carlismo fue Cataluña la región carlista por excelencia.
Cuna del carlismo.
Fue en Cataluña donde en realidad nació el carlismo,
con la especie de carlismo avant la lettre que fue la Guerra dels
Malcontents (agraviados). El conflicto estalló siete años antes de la muerte de
Fernando VII, en 1827. La mala situación económica del campo catalán suministró
el caldo de cultivo para una rebelión, más que una guerra, atizada por el clero
local, empeñado en el restablecimiento de la Inquisición, y los sectores
absolutistas más extremos, agraviados porque Fernando VII estaba
incorporando a liberales a su gobierno.
La rebelión empezó en mayo, y duró solo cinco meses.
Tuvo réplicas en otras regiones, pero no arraigaron. En Cataluña en cambio
prendió la sedición, y en el mes de agosto había en armas unos 30.000 rebeldes,
que se adueñaron de algunos pueblos. Sin embargo no eran un ejército y
fracasaron en sus intentos de tomar ciudades como Tarragona o Gerona. Los malcontents
pretendían sustituir a Fernando VII por su hermano don Carlos, que llevaba
algún tiempo atizando el extremismo absolutista contra la política tímidamente
liberal del rey, pero en el momento de la verdad don Carlos no quiso saber nada
de una tentativa que veía sin posibilidades.
En septiembre llegó a Cataluña Fernando VII al frente
de un potente ejército y haciendo propuestas conciliatorias. La resistencia de
los malcontents se vino abajo, pero en cuanto tuvo el control Fernando
VII aplicó su principio de gobierno: “Palo a la burra negra, palo a la burra
blanca”, y fusiló a los cabecillas de la insurrección, enviando a otros 300
deportados a África.
Al estallar la I Guerra Carlista en 1833, las zonas
rurales de Cataluña secundaron la rebelión, aunque no las grandes ciudades, lo
que ha llevado a un historiador catalán a definir: “Cataluña es una ciudad
moderna rodeada de obispados carlistas”. El núcleo más importante que
conquistaron los rebeldes fue Berga, donde se estableció la Junta de Gobierno
carlista. Se considera que la I Guerra Carlista terminó cuando el general
Cabrera abandonó Berga y con los restos de sus tropas atravesó la frontera de
Francia en julio de 1840.
La II Guerra Carlista.
Cataluña asumiría un protagonismo total de la
insurgencia en la siguiente intentona carlista. Además de motivaciones
políticas –la promesa de los pretendientes de restablecer los fueros– y
socio-económicas –las crisis del campo catalán ante la implantación del Estado
liberal moderno–, ese empeño por sostener a don Carlos y sus sucesores tenía en
realidad raíces históricas. Parece como si los catalanes de siglos pasados
estuviesen dispuestos a aceptar a cualquier rey que no fuese el que reinaba
legítimamente en España, fuese el rey de Francia, como hicieron en 1640, un
archiduque austriaco, como en la Guerra de Sucesión (ver Historias de la
Historia, “Vísperas Catalanas” I y II en los números 1.575 y 1.576 de Tiempo),
o un madrileño castizo como don Carlos.
La II Guerra Carlista fue de ámbito exclusivamente
catalán y por eso se la llama también Guerra dels Matiners, los
madrugadores, porque las partidas de guerrilleros tenían que operar al abrigo
de la oscuridad, de madrugada, cuando el ejército liberal descansaba. Desde el
primer conflicto habían quedado algunas bandas carlistas en las montañas de Cataluña,
sobreviviendo mediante el bandidismo, pero fue otra crisis económica, combinada
con medidas administrativas modernizadoras, como las quintas o el derecho de
propiedad común, lo que provocó el alzamiento en 1846.
El pretendiente era ahora el primogénito de don
Carlos, llamado igualmente Carlos aunque se lo conoce por conde de Montemolín (ver
recuadro). El carlismo había intentado alcanzar sus metas por medio
distinto de la guerra, mediante el matrimonio de Montemolín con Isabel II, pero
la operación matrimonial fracasó, y el pretendiente se agarró al clavo ardiendo
de la rebelión catalana, encabezada por un cura, mosén Tristany, que entró en
Cervera a los gritos contradictorios de “¡Viva la Constitución y viva Carlos
VI!”
Este contrasentido tendría su continuación durante la
insurgencia, cuando a las partidas carlistas de mosén Tristany se sumaron
algunas partidas republicanas. Desde el principio los entendidos le vieron poco
futuro a los matiners. El general Cabrera, el mejor caudillo militar del
carlismo, exilado en Lyon, dijo: “Entre esto y una guerra hay una distancia
inmensa”. No obstante acudió a la llamada de lo que consideraba su deber, y a
mediados de 1848 entró en Cataluña para intentar convertir a las guerrillas en
una fuerza militar viable.
Cabrera creó el Ejército Real de Cataluña, pero pese a
su solemne nombre sus tropas no eran adversario para el ejército liberal. Los
intentos de alzamiento en diversas zonas de España para apoyar la rebelión
catalana fueron abortados, y para colmo, en abril de 1849, el conde de
Montemolín, que intentaba entrar en Cataluña, fue detenido en la frontera
hispano-francesa. Por segunda vez en su carrera, Ramón Cabrera emprendió el
camino de Francia con los restos de sus fuerzas, y así terminó la Guerra
dels Matiners.
En la III Guerra Carlista (1872-76) volvieron a
formarse partidas en Cataluña, aunque las operaciones militares de
trascendencia tuvieron lugar en otro escenario, en el Norte.
Entre las cuatro aventuras carlistas, Cataluña había
sufrido la asolación de sus campos y la violencia de una guerra civil durante
un total de 15 años, sin lograr que triunfara su “otro rey”.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XIX
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