El primer día del primer museo (El Prado)
(Un
artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo del 17 de noviembre de 2017)
Madrid, 19 de noviembre de 1819. Abre el Museo Real de
Pinturas, creado a partir de las colecciones reales. Será mundialmente conocido
como Museo del Prado.
La Revolución Francesa derramó mucha sangre inocente,
pero pese a sus excesos significó un progreso en el curso de la Historia:
abolió la esclavitud, prohibió la tortura y emancipó a los judíos, entre otros
adelantos que hoy nos parecen normales, pero que no existían en el Antiguo
Régimen. Una de las cosas buenas que indudablemente hizo la Revolución fue
abrir al público el Museo del Louvre. El Louvre era un palacio real que
albergaba numerosas obras de arte de la colección de los reyes de Francia, y el
decreto de 1793 que creó el Muséum Central des Arts suponía que el pueblo
podría disfrutar de unas maravillas hasta entonces reservadas para los
cortesanos.
En realidad la idea había sido de los enciclopedistas,
y en el tomo de la Encyclopédie aparecido en 1765 figura un proyecto muy
completo para convertir el palacio del Louvre en museo. Desde la subida al
trono de Luis XVI en 1774 se comenzó a planear el futuro museo e incluso se
llegó a nombrar al conocido pintor Hubert Robert conservador del mismo, pero en
20 años no se llevó a la práctica, hasta que lo hizo la Revolución. Cuando el
general Bonaparte dio el salto a la política y se convirtió en primer cónsul de
la República, se tomó un interés personal en el asunto, y en 1803, un año antes
de proclamarse emperador, el Louvre fue rebautizado “Museo Napoleón”. El
proyecto pretendía llevar allí obras maestras de toda Europa incautadas –o si
se quiere, robadas– por los ejércitos franceses.
No es extraño por tanto que al sentar Napoleón a su
hermano José en el trono de España, una de las primeras medidas del nuevo rey
fuese un decreto de 1809 creando el Museo Real de Pinturas, para abrir al
público las colecciones de arte reales. Aparte de las aportaciones del rey, y
prueba de cómo la monarquía bonapartista era heredera de la Revolución
Francesa, se decidió requisar los tesoros artísticos que encerraban los
innumerables conventos españoles. Por desgracia, la interesante idea tuvo una
realización peor que desastrosa, criminal. José I encargó de la requisa a un
marchante francés, Frédéric Quilliet, que era un auténtico experto en pintura
española, pero también un ladrón que robaba y vendía en el extranjero los
cuadros de los conventos.
Este frustrado proyecto tendría que esperar 20 años
más que el Museo del Prado, aunque se llevaría finalmente a cabo con la
Desamortización de Mendizábal, creándose por Real Orden de 1837 el Museo
Nacional llamado de la Trinidad, una impresionante muestra de arte religioso.
El Museo Nacional de la Trinidad sería finalmente absorbido por el Prado en
1872, transmitiéndole también el título de Museo Nacional.
Exposiciones públicas
En España existía cierta tradición de exponer al
público algunas grandes obras de las colecciones reales o privadas. Cuando en
1626 Velázquez realizó un retrato ecuestre de Felipe IV, hoy perdido, “se puso
en la calle Mayor, enfrente de San Felipe, con admiración de toda la corte y
envidia de los del arte, de que soy testigo”, según cuenta Pacheco, el suegro
de Velázquez, en Arte de la pintura. En El diablo Cojuelo, la
fantástica novela de Vélez de Guevara, el travieso demonio muestra a su
embaucada víctima la exposición de retratos de la Casa de Austria que se ha
hecho en la Puerta del Sol, donde aparecen pinturas de Felipe IV, el príncipe
Baltasar Carlos, el cardenal-infante, la infanta María y su esposo el emperador
Fernando de Austria.
El valor propagandístico de estas exhibiciones está
claro. Cuando Felipe IV participó por única vez en su vida en una guerra, la
reconquista de Cataluña, Velázquez lo retrató en Fraga con brillante uniforme
militar. El cuadro fue enviado a la reina, como un recuerdo de la campaña, pero
los catalanes residentes en Madrid, el día de su patrón, lo pidieron prestado
para exponerlo bajo un dosel bordado de oro en su iglesia, San Martín, “donde
concurrió mucho pueblo a verlo”.
Pero nada hay semejante a la exhibición pública de
pintura de Sevilla en 1665, cuando para celebrar la consagración de la iglesia
de Santa María la Blanca, el canónigo Justino de Neve, mecenas de Murillo, sacó
a la calle una exposición de cuadros de colecciones particulares, incluida la
suya, donde se podía ver a Tiziano, Rafael, Rubens, Rembrandt,Alonso Cano o
Murillo, por citar solo algunos. Un auténtico “museo efímero”, según Javier
Portús, conservador de pintura española del Prado.
Isabel de Braganza
Tras la Guerra de la Independencia Fernando VII
reimplantó el absolutismo. Se acabaron las libertades proclamadas por la
Constitución de Cádiz, volvió el oscurantismo y la Inquisición pero,
sorprendentemente, en esa triste época logró sobrevivir el proyecto de museo del
intruso rey francés. Fernando VII no era tan lerdo como pretendían sus bien
ganados enemigos, y sobre todo contó con el estímulo de su segunda esposa,
Isabel de Braganza, una princesa portuguesa cultivada y con sensibilidad para
el arte.
Se instalaría el Museo de Pinturas en el gran edificio
que Carlos III levantó para academia y museo de Historia Natural, obra del gran
arquitecto neoclásico Villanueva y situado en el paseo del Prado, lo que daría
lugar a su nombre popular. Hubo que hacer muchas obras porque el edificio
estaba destrozado desde la guerra, ya que los franceses lo convirtieron en
cuartel de caballería y las planchas de plomo del tejado se fundieron para
fabricar balas. La demora provocó que la reina Isabel, a quien el Prado
proclama su fundadora, prematuramente fallecida con 21 años, no pudiese ver su
proyecto realizado. Pero Fernando VII lo mantuvo y 11 meses después de la
muerte de Isabel de Braganza se abrió al público.
El rey hizo una generosa donación de las colecciones
reales, 1.500 obras, pero la inmensa mayoría no pudieron exhibirse de entrada,
porque solamente se habilitó para la exhibición una décima parte del edificio,
mientras el resto seguía en reparación. Solo se colgaron 311 cuadros de pintura
española, pues el proyecto museístico de José I era dar a conocer al mundo la
escuela española de pintura, desconocida en Europa con la excepción de Murillo.
El Prado fue por tanto un museo temático de pintura española, hasta que la
apertura de nuevas salas permitió exhibir los otros tesoros que había donado
Fernando VII. Esa política de promoción hizo que en 1823 se tradujese el
catálogo al francés, no porque visitasen el Prado turistas, sino militares de
los Cien mil hijos de San Luis, el ejército reaccionario que invadió España
para restaurar el absolutismo.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Pintura y otras bellas artes, s.XIX
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