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lunes, diciembre 24

Entre la mula y el buey


(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el suplemento dominical del Heraldo de Aragón del 17 de diciembre de 2017)

En la Alta Ribagorza los encargados de arrastrar hasta el pueblo la tronca de Navidad eran los bueyes. «Este árbol se cortaba con una antelación de ocho meses y se dejaba secar en el campo; duraba en el fuego unos ocho días aproximadamente, ardiendo el tronco con las raíces...», escribió el antropólogo Lisón Huguet en 1984. Una docena de años más tarde, su colega María Elisa Sánchez completaba con que escuchó en el Sobrarbe: «Indistintamente del tiempo que la tronca duraba en el hogar, lo que tenía un valor fundamental era recoger su ceniza 'bendita' (…) que se les echaban a los bueyes sobre los lomos el día de San Blas para protegerlos de las enfermedades».

En Laspaúles (Ribagorza), se creía que, en Nochebuena, durante la misa del Gallo, las vacas de color pardo se arrodillaban en la cuadra para demostrar su piedad. En el Serrablo y en las Cinco Villas he oído contar que, durante esa liturgia navideña, gatos negros embrujados aprovechaban para morder a los mejores mulos, que amanecían muertos al alba. En Bolea (Hoya oscense), incluso se escuchó hablar a un felino: «Mula, muleta, mucho te quiero, pero te tengo que matar...».

Durante la huida a Egipto para esquivar las aviesas intenciones de Herodes, la Sagrada Familia utilizó una borrica, en cuyos lomos se acomodaron María y su Hijo. No se portó mal la bestia y, en agradecimiento por los servicios prestados, sus descendientes aún nacen señalados con una cruz en su piel y son animales sumamente apreciados por sus dueños. San José tiró del ramal con fuerza en aquel renombrado momento, y para homenajear su tesón los carpinteros lo eligieron como patrono.

Hace casi treinta años, el recordado don Antonio Beltrán evocaba en estas mismas páginas una curiosa costumbre prenavideña que ya se había perdido: «Con ocasión de la Navidad se celebraba en Tarazona la 'fiesta de los asnos', que se sumaba a la del 'niño en verde', o el repique de campanas llamando 'alaguico y a la o'.

Ocurría la cosa en la iglesia de Santa María y seguramente por la participación que la borrica tomó en salvar a la Sagrada Familia de las iras de Herodes en la huida a Egipto; el 15 de enero desfilaba una cabalgata que subía hasta la catedral, formando en ella las burras de Tarazona alhajadas con los mejores atalajes, montadas solamente por mujeres, y sobre la de más alzada y prestancia, una niña, entrando ésta con su cabalgadura hasta la nave central acompañada de los canónigos revestidos con capas pluviales; después de la misa, las mujeres desfilaban ante la borrica, llevando a los hijos en brazos». ¡Qué tiempos!

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