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domingo, diciembre 9

Guano, el tesoro maldito

(Un texto de Fernando Goitia en el XLSemanal del 7 de enero de 2018)

Veintidós islas en Perú concentran los excrementos de millones de aves marinas, el mejor fertilizante orgánico que se conoce.

Antiguo motor económico del país, trasfondo de dos guerras, el guano vive un nuevo esplendor por el auge de la agricultura ecológica. Sin embargo, alguien tiene que recogerlo…

El olor, el olor… En isla Asia, diminuto y rocoso islote en el Pacífico peruano, los excrementos de las aves y el sudor de los recolectores de guano se combinan en un hedor irrespirable. Mientras los hombres le arrancan la inmundicia seca a las rocas, más de 100.000 pájaros -pelícanos, piqueros, cormoranes, guanayes, pingüinos, zarcillos, gaviotas…- los vigilan desde el suelo o sobrevolando sus cabezas. El escenario le habría fascinado a Alfred Hitchcock. El olor quizá no tanto.

Los 400 ‘campañeros’ que participan en la campaña de recogida del guano en isla Asia combaten la peste con trapos y pañuelos sobre la cara; evitan, de paso, inhalar el polvo que surge al rascar la capa de excrementos y también la ‘lluvia sólida’ de las aves. Solo así es posible recolectar, en tiempos de agrotóxicos y cultivos transgénicos, unas 77 toneladas diarias -30.000 toneladas es el objetivo de toda la campaña– del considerado como el mejor fertilizante orgánico del planeta.

Rico en nitrógeno, fósforo y potasio, tres elementos fundamentales para el crecimiento de las plantas, el guano –wuanu es el término quechua para ‘abono’- ha sido un tesoro de Perú desde tiempos incaicos. El método de extracción, de hecho, no ha variado desde entonces. Ni siquiera con la Revolución Industrial, cuando el mundo asistió a una inédita explosión demográfica y los excrementos avícolas procedentes de Perú -exportaba 300.000 toneladas anuales- permitieron triplicar la producción agrícola en Europa.

Los historiadores, de hecho, bautizaron al Perú de aquella época dorada como ‘la república del guano’ (1842-1879), tal fue el poderío económico que proporcionó al país andino este recurso natural. Su importancia incluso ha sido equiparada a la del petróleo en el siglo XX, de lo que dan fe dos guerras -la primera con España en 1865; la segunda contra Chile en 1879- y una intervención norteamericana en 1852; todas ellas desatadas por el control de las más de 20 islas guaneras en aguas peruanas.

La sobreexplotación, finalmente, acabó con la gallina de los huevos de oro. Cuando arrancó la extracción intensiva, en el siglo XIX, en las islas vivían unos 30 millones de aves y se acumulaban depósitos de hasta 50 metros de espesor. Hoy apenas quedan tres millones de pájaros y la capa de guano no supera los 30 centímetros.

El negocio hace tiempo que dejó de ser el mismo. Apenas se exporta ya el 30 por ciento de la producción, destinada en su mayoría a mejorar la agricultura local a ‘precios sociales’. Asimismo, los miles de convictos, desertores del Ejército y esclavos chinos que morían recogiendo guano en el siglo XIX han dado paso a jornaleros procedentes de regiones montañosas y pobres, como Áncash o Cajamarca, que acuden cada año a la llamada del guano y pasan ocho meses trabajando sin descanso desde las cinco de la mañana.

‘Hormigas’ en el acantilado

Como si de una colonia de hormigas se tratara, los acantilados del islote amanecen cubiertos por este ejército de ‘campañero’. Unos cepillan el endurecido suelo y, con palas y azadones, extraen las capas de excrementos. Otros introducen el guano en bolsones negros para 50 kilos, se los echan a la espalda y se alejan por la resbaladiza pared que cae a plomo sobre el Pacífico. Y otros más encargados del ‘tamizado’ separan manualmente las impurezas del guano, lo embolsan y lo suben a las barcazas que lo trasladan al puerto de Salaverry, donde es finalmente clasificado y envasado. Muchos trabajan descalzos, y a mediodía, con el cambio de turno, sus pies llevan adherida una gruesa capa de guano.

Felipe Chuquilla es uno de los que camina entre las rocas con un bolsón de 50 kilos a la espalda. «No sé cuántas cargas llevo -revela-; más de cien, seguro». El suelo está muy resbaladizo y sabe que un error le costaría la vida; un precipicio con una caída de más de cien metros al océano se lo recuerda a cada paso. «Aquí nos hacen trabajar como esclavos, no les importamos nada, nos tratan como animales -se lamenta-. Nunca pensé que esto sería así».

Chuquilla, de unos 40 años, viene desde Cajamarca, al norte del país, y ya sabe que no repetirá el año que viene. Está cansado y se siente mal. «Este trabajo implica un gran riesgo para la vida y la salud -explica-. La necesidad te lleva a aguantar. Yo he de sacar adelante a una familia, intentar que mis hijos tengan una oportunidad, pero, siendo sincero, ¿qué más da? Si eres pobre, en Perú no vales nada. Da igual dónde busques trabajo; las condiciones son terribles en todos lados. Ya sé que mis hijos acabarán como yo, porque en este país las cosas nunca cambian para las familias como la mía».

Es lo que sustenta, por cierto, el informe Brechas latentes, en el que Oxfam denuncia un «estancamiento» de las condiciones laborales en un país donde solo uno de cada 23 trabajadores goza de protección gremial y en el que el salario mínimo, en términos reales, está muy por debajo del valor que tenía hace 40 años. La ONG resalta que la reducción de la desigualdad en Perú se halla estancada, pese a vivir un largo ciclo de crecimiento económico que no ha sido aprovechado para impulsar políticas sociales ni mejorar la recaudación fiscal.

Al borde de un doble abismo

Un abismo social que los ‘campañeros’ de isla Asia perciben a diario desde el viejo helipuerto que el recién indultado Alberto Fujimori mandó construir allí en sus años de gobierno. Finalizada la jornada, un peón de 26 años llamado Alexandre señala desde la tienda de lona que comparte con varios compañeros hacia el continente, a menos de una milla, donde se recorta el perfil de un complejo residencial. «¿Ve aquellas casas? -pregunta-. Allí vive la gente de plata de este país. Resulta humillante estar aquí, jugándonos la vida como esclavos cuando esa gente lo tiene todo y ni sabe que existimos. Así es Perú, hermano, unos tienen tanto y otros tan poco». Novato en isla Asia, Alexandre dejó su hogar en busca de dinero para proseguir sus estudios. «Vengo de una familia muy humilde. He tenido la suerte de poder estudiar lo básico, pero quiero ser arquitecto. Y lo voy a lograr -afirma-. Aquí, a diferencia de otros trabajos igual de duros, nos dan tres comidas, una cama y no pagan mal». Unos 400 euros al mes, más del triple de lo que cobraría en cualquier empleo en el empobrecido departamento de Áncash.

Alexandre, como los demás ‘campañeros’, está contratado por Agrorural, la entidad estatal que gestiona la extracción y comercialización del guano de las islas. Ante las quejas, el responsable de la campaña, Iván Balbín, que llegó al sector como ‘campañero’ hace 30 años, relativiza la situación: «Cuando yo empecé, las condiciones eran mucho más duras. Muchas veces no teníamos ni agua y la empresa no nos daba ropa ni herramientas de seguridad como damos hoy en día con las máscaras y las fajas».

Heredera de la histórica Compañía Administradora del Guano (CAG), fundada en 1909 con afán sostenible para reorganizar la explotación y el uso de este fertilizante, a Agrorural se le atribuye el pequeño milagro de que Perú preserve todavía sus escasas reservas de guano. El tesoro se sigue explotando, pero restringido a dos islas al año y bajo un plan rotativo que deja cada ‘explotación’ en barbecho, durante cinco o seis años, hasta que vuelve a estar lista la capa de guano. Todo depende, claro está, de las aves, cada vez más amenazadas por los pescadores, los furtivos y por fenómenos como El Niño, que trastoca las corrientes marinas y aleja a las anchovetas, el pez principal sustento de los ‘productores’ de guano peruano.

Incas solitarios

La protección de este precario ecosistema está encomendada a los ‘guardaíslas’, hombres solitarios que habitan y patrullan los islotes y el mar. Una profesión que existe desde tiempos incaicos -según Garcilaso de la Vega en sus Comentarios reales de los incas, publicados en 1609-, cuando se penaba con la muerte a quien pisara las islas en periodo de cría, y a la que los peruanos le dedican el 11 de marzo.

Cuatrocientos años después, Edgar Rivera es el supervisor de estos guardaíslas. Según dice, el futuro del guano pasa por endurecer las leyes contra quienes lo amenazan. «Es decir, sin alimento no hay aves, y los peces se los llevan las empresas industriales de pesca -denuncia-, amén de la matanza de aves para venderlas al consumo humano. Justo hoy me han comunicado la muerte de 25.000 polluelos abandonados por sus padres que deben ir cada vez más lejos en busca de comida». Algunos biólogos temen, de hecho, que si no se toman medidas contra la sobrepesca tanto las anchoetas como las aves guaneras podrían extinguirse antes de 2030.

Perú es el mayor productor de guano, muy por delante de Chile y Namibia. El grueso se extrae en 22 islotes desiertos a lo largo de todo su litoral. Cuando empezó a explotarse, en el XIX, la capa de guano alcanzaba en algunos lugares 50 metros de espesor. Hoy, no pasa de 30 centímetros.

Hace 150 años habitaban la región unos 30 millones de aves. Hoy apenas quedan tres millones, aunque se ha registrado una cierta recuperación en los últimos años. La pesca intensiva, los cazadores furtivos y el cambio climático son los grandes enemigos de estos animales. 

Los ‘campañeros’ se cubren todo el cuerpo cuando trabajan  para no respirar el polvo que surge al raspar el guano de las rocas y evitar los excrementos que caen del cielo. Al final de la jornada, el guano acaba adherido a la piel. El baño se convierte en uno de los mejores momentos del día.

Los ‘campañeros’ viven los ochos meses que dura su contrato en tiendas de lona o en precarias casetas. El clima es excepcionalmente seco, apenas llueve, lo que facilita que las heces se solidifiquen pronto. El olor, en esas condiciones, es irrespirable.

Usado como fertilizante por los incas, fue durante la Revolución Industrial cuando el guano se convirtió en un producto de fama mundial. Considerado como el mejor abono agrícola, su explotación proporcionó a Perú el periodo de mayor poderío económico de su historia.

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(Texto de José Segovia en el XLSemanal del 13 de noviembre de 2011)

No solo resulta más barato que los abonos químicos, sino que, además, es ecológico. Una explotación ancestral que ahora corre peligro de desaparecer. Viajamos hasta allí.

Soluciones del siglo XIX para retos del XXI. La crisis ha hecho que el precio de las materias primas se ponga por las nubes. De allí precisamente, del cielo, muchos agricultores esperan ahora que vengan las soluciones para amortiguar el golpe de costes que ya no pueden pagar por sus fertilizantes. Y lo esperan en forma de excrementos. El guano las heces de aves marinas como el pelícano, el cormorán y el piquero es ya el abono más buscado del planeta. En rigor vuelve a serlo, ya que en el XIX era un bien tan importante como el petróleo, causa de guerras incluso. como la de las islas Chincha, en la que Perú frenó a España en sus intentos de controlar las islas con más guano del Pacífico, o la que casi enfrenta al país andino con Estados Unidos en 1852.

El guano es un abono eficaz en la agricultura por sus altos niveles de nitrógeno y fósforo, dos elementos básicos para el metabolismo de las plantas, por lo que se trata de un abono ecológico de gran calidad para todos los cultivos de interior y exterior. Libre de químicos, mejora además la estructura del suelo, por lo que es también cada vez más demandado por los productores de la agricultura orgánica. Utilizado por los peruanos desde la época inca, actúa incluso como fuente de energía eléctrica y calorífica, ya que puede producir biogás. La producción de este tipo de energía ha experimentado incluso en Alemania un importante crecimiento gracias a la promoción del Gobierno. Pero, claro, como en toda época de necesidad, la demanda es mayor que la oferta. Y no hay guano para todos. Sobre todo porque en uno de los yacimientos históricamente más ricos del planeta una veintena de islas del Perú es ya un bien en extinción.

En el siglo XIX, los depósitos de guano heces amontonadas unas sobre otras alcanzaban allí los 50 metros de altura. Hoy, en la mayoría de las islas, rara vez se halla una capa de más 30 centímetros. Apenas quedan reservas para 10 años, 20 como mucho. De hecho, la industria peruana del guano resiste de milagro. su explotación intensiva estuvo a punto de hacerla desaparecer. Y eso que su recolección es ardua. Cada año, decenas de peones llegan a algunas de estas 20 islas con un clima excepcionalmente seco, nunca llueve, lo que facilita que las heces se solidifiquen pronto y antes del amanecer ya raspan el duro guano con palas y picos.

Muchos andan descalzos, pero se cubren el rostro con trapos para no inhalar el polvo de los excrementos, casi inodoro, con algo de olor a amoniaco. Los peones ganan unos 600 dólares mensuales, casi el cuádruple de lo que cobra un obrero en el continente.

A nadie extraña que el Perú se muestre hoy tan celoso de su recurso. los fertilizantes sintéticos como la urea superan ya los 600 dólares por tonelada, mientras que en el Perú los mil kilos de guano salen a 250, luego vendidos en Francia, Israel o Estados Unidos por 500. Antiguamente, la exportación de guano engrosaba la mayor parte del presupuesto nacional peruano, pero hoy, con el bien en mínimos, el Gobierno ha restringido su recogida a un par de islas al año. Ha ordenado a su vez que se alisen los terrenos, para que el guano fresco se deslice, cuesta abajo, y tope con unos muros que también ha mandado construir, favoreciendo así no solo la acumulación de las heces, sino su recogida. Se han introducido incluso lagartos en las islas para acabar con la plaga de garrapatas que diezma las aves. El Gobierno, a su vez, ha situado a vigilantes armados en las islas para evitar que los pescadores se acerquen y espanten las aves con sus barcos.

No es el único peligro que llevan por allí los pesqueros, dedicados como están a la pesca de la anchoveta, una especie de anchoa de 15 centímetros, que es el principal alimento de estas aves. Si este pez se extingue, cuya demanda también aumenta entre los productores de harinas de pescado, las aves podrían marcharse o morir.

La nota positiva es que la población aviar de las islas ha pasado de 3,2 a 4 millones en los dos últimos años, pero sigue siendo baja en relación a los 60 millones de aves que había en la edad de oro del guano. Los biólogos ya lo alertan. o se frena la sobreexplotación pesquera, o la anchoveta y las aves marinas podrían extinguirse para el año 2030.

Alexander von Humboldt recogió muestras de guano para enviarlas a Francia y analizarlas. Años después, hacia 1840, los agricultores europeos comenzaron a importarlo al comprobar que sus cosechas mejoraban.

Muros de carga
En el siglo XIX, las aves en estas islas eran 60 millones. Hoy, cuatro millones. Aprovechar al máximo lo que queda es clave. Por ello, el Gobierno peruano hizo alisar los terrenos, para que el guano fresco se deslice y tope con unos muros que también mandó construir, favoreciendo la acumulación de las heces.

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