Jean Meckert: píntalo de negro
(Un texto de Manuel Hidalgo en El Mundo del 24 de diciembre
de 2017)
La media docena larga de pseudónimos con los que Jean Meckert firmó sus cuantiosas
novelas avisa del carácter variopinto de su producción literaria y de la tensión
en ella entre la ambición artística y el pragmatismo alimenticio de un escritor
al que las circunstancias impusieron una vocación comercial de supervivencia.
‘Las
Afueras’ acaba de publicar Los
golpes (1941), y la buena noticia es
que la primera novela de Meckert, firmada con su nombre auténtico y que nunca
se había traducido al castellano, es una pieza maestra, una revelación.
Como su lectura permite apreciar, el parisino Meckert, abandonado a
los 10 años por su padre -que se las piró con una amante-, con su madre ingresada en un asilo e internado él mismo en un horripilante
orfelinato, vivió una juventud espantosa en la que se forjó un carácter rebelde,
arisco, asocial y de temple anarquista, reforzado después en diversos trabajos
poco satisfactorios como obrero y empleado y nada atemperado con su participación en la Segunda Guerra
Mundial, en cuyo transcurso fue capturado por los alemanes y confinado en un
campo de prisioneros. Con anterioridad, además de contraer un matrimonio calamitoso,
ya había ingresado en el ejército durante un par de años con el solo propósito
de comer caliente.
Félix
-tan poco feliz-, el protagonista de Los golpes,
es un obrero en
dificultades que se embarca en una historia de amor con una oficinista de su
empresa, pero que
siempre incómodo con todo, siempre hostil a las insoportables medianías de la
clase media trabajadora, siempre viviendo en precarias condiciones y siempre celoso,
irá tirando crudamente por la borda el más que frágil confort de su estabilidad
laboral y sentimental.
Los golpes sorprende por la vigencia de su escritura fluida, rabiosa, ácida, canalla, tierna también e indiscutiblemente moderna y por su desazonante visión del mundo de los de más abajo y de los de un poco más arriba, embrutecidos, confinados
en viviendas ínfimas y malolientes -el
mal olor y el sudor
son tremendas constantes del libro-, cuyos momentos de expansión, alegría o entretenimiento
son siempre malogrados por su inconsistencia o por la estupidez, bellaquería, aburguesamiento
o maldad que Félix detecta por todas partes.
Sin
meterme en camisa de once varas, advierto en Los golpes
una cierta conexión con la llamada literatura
proletaria francesa -estoy pensando en Eugène
Dabit y su Hôtel du Nord
(1929)- y con novelas en esa estela -como
la feroz Viejos tiempos
(1935), de Henri Calet-, que
Meckert hace evolucionar y superar hacia otros horizontes. Entre esos horizontes, y por su nihilismo
y por la mirada al absurdo de vivir; cabe pensar en el existencialismo entonces
emergente.
Los golpes, editada nada menos que por
Gallimard, fue un éxito de ventas, y Meckert
recibió los parabienes de destacados nombres de la literatura francesa. Sin
embargo, otras novelas posteriores suyas no funcionaron igual de bien, y Meckert comenzó a fragmentarse en tantas personalidades como
pseudónimos.
Escribió,
sin parar, novelas de amor; de aventuras y hasta de ciencia-ficción
y también policiales, que fueron teniendo buena salida y garantizaron su tranquilidad
económica. Entonces fue cuando el sagaz Marcel Duhamel le echó el ojo para su legendaria
colección Série Noire, que fundada
por él en 1945 en Gallimard, no sólo fue traduciendo a los grandes de la novela
negra norteamericana (Hammett, Chandler, Thompson, McCoy, todos…), sino que
lanzó y consolidó el cultivo del género entre escritores franceses
(Jean-Patrick Manchette, por ejemplo).
Así, de la mano de Duhamel, Gallimard y la Série Noire, nació
John Amila -después, Jean Amila-, el más célebre de los pseudónimos de Jean Meckert.
Si Boris Vian firmó como Vernon Sullivan
algunas de sus novelas con Duhamel para darse un aire americano,
John Amila pretendió lo mismo.
Jean
Meckert, ya famoso como John Amila, llegó a publicar 21 novelas negras en la
Série Noire de Gallimard, y le vino rodado que al menos seis de ellas se
adaptaran al cine y a la televisión franceses y que
el propio Meckert versionara sus obras o escribiera guiones originales para la gran
pantalla -otros cinco-, en algunos casos para directores
tan consolidados en la industria como Yves Allégret, André Cayatte o Maurice Labro.
Meckert
se las ingeniaba para incluir en sus tramas denuncias
sociales y políticas y por ello se metió en problemas. En 1975, fue apaleado
por unos desconocidos y quedó muy maltrecho, con problemas de epilepsia y, después,
de depresión y de amnesia. No obstante, vivió 20 años más y falleció en 1995 a
los 84.
Etiquetas: libros y escritores
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