Lorca en Nueva York
(Un texto de Juan Bolea en la revista Tiempo del 12 de mayo
de 2017)
Era la primera vez que Federico salía de España. El 28
de junio de 1929, tras ver la estatua de La Libertad, su carta a Granada
reflejaba emoción: “Aquí me tenéis en New York... Yo estoy contentísimo,
saboreando alegría... La llegada a esta ciudad anonada pero no asusta... París
y Londres son dos pueblecitos si se les compara con esta Babilonia trepidante y
enloquecedora”.
Meses después, en septiembre, ya aclimatado,
epistolarmente reportaba: “Queridísimos padres: he hecho mi veraneo. Después de
dejar a Cummings, me fui con Ángel del Río y allí estuve unos días
deliciosos. Por las mañanas estudiaba inglés y por las tardes trabajaba... Con
estos buenos amigos lo he pasado muy bien. Ellos son mi familia aquí. La mujer
de Ángel me cose, me arregla las corbatas, todo...”.
La ciudad iba captando el espíritu del poeta, y
Federico, el alma de Nueva York. Inspirado, versificaría: “Los primeros que
salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraíso ni amores deshojados; /
saben que van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores
sin fruto”. Versos de “La aurora” que no son ya los de El Romancero gitano.
Atrás quedaron Góngora y la copla, los nardos y los gitanos, las
enlutadas mujeres del Sur. Las vanguardias u otro Federico habían borrado
todo resto de tradición, de la misma manera que Nueva York seguía creciendo no
como una flor nueva, sino como una flecha de acero.
Hay algo frío y metálico, oscuro y druídico en Poeta
en Nueva York. Los símbolos sustituyen a las navajas, el humo al perfume,
el dolor al fuego, y en vez de guardias civiles presentimos espíritus rondando
la lucidez de un poeta ensimismado, aunque buscara la música, la fiesta. 14 de
julio: “Visité el barrio negro, donde vi cosas sorprendentes... Los negros
cantaron y danzaron, ¡qué maravilla de cantos! Solo se puede comparar con ellos
el cante jondo... Yo me senté en el piano y también canté...”. De aquella
experiencia en Harlem surgió “Norma y paraíso de los negros”: “Aman el azul
desierto, / las vacilantes expresiones bovinas, / la mentirosa luz de los
polos, / la danza curva del agua en la orilla”. Otro día, Federico oyó que el
mundo se venía abajo y corrió a Wall Street, al crack. “Estuve más de
siete horas entre la muchedumbre en los momentos del gran pánico financiero. No
me podía retirar de allí. Los hombres gritaban y discutían como fieras y las
mujeres lloraban”.
Etiquetas: libros y escritores
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