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miércoles, enero 2

El general invierno, el arma infalible rusa

(Un texto de José Segovia en el XLSemanal del 11 de febrero de 2018)

Napoleón, los suecos o Hitler se internaron en Rusia para domeñarla. Fracasaron. Los machacó el frío, un aliado de los rusos poderoso e inmisericorde que desquicia a los soldados y gana batallas.

La mañana del domingo 14 de septiembre de 1812, bajo un engañoso sol deslumbrante, Napoleón y sus hombres llegaron a Moscú, cuyas calles y edificios habían sido abandonados por la población.

Al entrar en la ciudad, lo que más sobrecogió a los franceses fue el silencio, interrumpido por esporádicas detonaciones. Dos días después, la capital rusa comenzó a arder por los cuatro costados. Antes de evacuar la ciudad, el gobernador Rostopchín ordenó a un centenar de voluntarios que la incendiaran una vez que los franceses se hubieran instalado en ella. Los rusos también quemaron los campos y aldeas que la rodeaban, dejando sin avituallamiento a los invasores.

Napoleón pensó que los ejércitos del zar podrían atacar en cualquier momento. No estaba dispuesto a dejarse atrapar en una emboscada y abandonó Moscú solo un mes después de haberla conquistado. Durante la retirada comenzó el calvario de la Grande Armée, las temperaturas cayeron en picado. Los oficiales veían como los soldados despedazaban a los caballos que habían desfallecido. Algunos granaderos hundían los brazos en el vientre y removían sus entrañas para buscar el hígado mientras otros bebían la sangre caliente del animal. Los últimos equinos que sobrevivieron resbalaban y caían postrados arrastrando con ellos a los jinetes. El suelo era un espejo de hielo impracticable. Los días eran tan cortos que los franceses ya no sabían cuándo comenzaba y acababa la gélida noche.

Los semblantes de los soldados estaban ennegrecidos y de sus barbas colgaban témpanos de hielo. El precoz y riguroso invierno se cebó con ellos. Napoleón estaba enfurecido. En aquella durísima retirada escribió: «No nos han vencido los ejércitos rusos. Los hemos derrotado en el Moscova, en Krasnyi y en el Beresina […] El frío del invierno es lo único que nos ha obligado a retirarnos. En primavera emprenderemos una nueva campaña: y será victoriosa». Pero el emperador nunca la llevó a cabo. De su poderoso Ejército, formado por más de 680.000 hombres, solo sobrevivieron unos 136.000, alrededor del 20 por ciento.

Para combatir a las potencias que osaban invadir las interminables estepas rusas, el Kremlin siempre tuvo a su favor una poderosa arma estratégica que facilitó la defensa del país: el General Invierno. En 1707, el monarca sueco Carlos XII decidió emprender una campaña contra Rusia que no le salió tan bien como pensaba. Las tropas de Pedro el Grande se retiraron prudentemente para preparar con tiempo el contraataque, quemando en su huida las aldeas que pudieran servir de aprovisionamiento a los invasores.

Para desgracia de los suecos, el más gélido del siglo XVIII fue ese invierno. Además de padecer los rigores del clima, los suecos se enfrentaron a los efectos de la raspútitsa, un fenómeno de infiltración de agua en el suelo que causa un mar de lodo en el momento de la fusión de las nieves en primavera y durante las lluvias de otoño. La infantería, la caballería y la artillería sueca se enfangaron en aquel barrizal de dimensiones bíblicas.

Tras perseguir al Ejército ruso en los meses de otoño e invierno, los agotados soldados suecos fueron derrotados en la batalla de Poltava en julio de 1709. Los efectos retardados del General Invierno, en esta ocasión en forma de lodo, fueron determinantes en la victoria final de los rusos. De los 35.000 soldados que acompañaron al monarca Carlos XII sobrevivieron 19.000. Su derrota permitió que Rusia arrebatara a Suecia el papel de primera potencia en la región.

Hitler se equivocó

Cuando Adolf Hitler dio luz verde a la invasión de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, el dictador nazi tenía motivos para el optimismo. Su maquinaria de guerra ya había vencido con claridad a los franceses gracias a la ‘guerra relámpago’.

Creyó que podía invadir Rusia y derrotarla en pocas semanas, lo que le permitiría detener las maniobras militares cuando llegaran los rigores del invierno. El Führer estaba convencido de que a él no le pasaría lo que a Napoleón en diciembre de 1812. Olvidó también los padecimientos de los alemanes en la Primera Guerra Mundial, cuyas tropas estuvieron a punto de sucumbir a los rigores del invierno ruso.

Las inmensas estepas rusas, los campos enlodados de primavera y otoño y la resistencia del Ejército Rojo frenaron el avance de los ejércitos mecanizados de la Wehrmacht. A partir de entonces los alemanes se iban a enfrentar a una larga campaña de posiciones para la que no estaban preparados. La batalla de Stalingrado, que concluyó hace 75 años, fue la más encarnizada y deshumanizada del Frente Oriental. También fue la que destruyó el mito de la invulnerabilidad de los ejércitos alemanes.

Las mujeres rusas

La ofensiva alemana comenzó a finales del verano de 1942 con el empleo masivo de bombarderos de la Luftwaffe, lo que redujo gran parte de la ciudad a escombros. En las primeras etapas de la batalla, los soviéticos apenas disponían de tecnología militar suficiente para contener el ataque alemán. Mientras los poderosos bombarderos Stukas y Heinkel machacaban la ciudad, las mujeres de Stalingrado manejaban los escasos cañones antiaéreos para tratar de frenar la avalancha de bombas que se les venía encima.

Si las primeras fases de la operación fueron un éxito para Hitler, sus posteriores decisiones de defensa y consolidación del frente resultaron desastrosas. Los durísimos inviernos, las intensas nevadas y los inadecuados pertrechos de los soldados alemanes para afrontar temperaturas tan gélidas fueron minando poco a poco sus fuerzas. El 6.º Ejército de la Wehrmacht se enfrentó a un enemigo mucho mejor preparado para resistir aquellas heladas infernales. Los carros de combate soviéticos T-34 tenían las cadenas más anchas que las de los carros alemanes y se manejaban mucho mejor en la nieve.

Los uniformes y otros equipos bélicos de los invasores tampoco habían sido diseñados para soportar tanto frío y nieve. Los alemanes iban mal equipados cuando invadieron Rusia. Los rusos, sin embargo, tenían chaquetas y pantalones acolchados, gorras de piel y botas de fieltro. Si los suministros llegaban tarde a la primera línea de combate, las armas perdían su eficacia o se encasquillaban por las bajas temperaturas, lo que provocaba la inseguridad de los combatientes. El aceite de los motores de aviones, camiones y carros de combate se congelaba y la dureza del suelo helado dificultaba cavar trincheras.

A las duras condiciones ambientales se unieron dos factores nuevos que cogieron por sorpresa a Berlín: la creciente eficacia del Ejército Rojo, que logró quitarse de encima la presión que ejercía la poderosa maquinaria militar alemana, y la sorprendente vitalidad de la industria bélica soviética. En 1942, su producción de carros de combate se elevó de 11.000 durante el primer semestre a 13.600 en el segundo, lo que suponía más de 2200 al mes, cuando Alemania solo lograba fabricar 500 al mes.

El frío intenso, la constante presencia de hielo y nieve en otoño e invierno, la falta de alimentos y la muerte de cientos de miles de personas contribuyeron a crear un escenario bélico terrible. Stalingrado fue el infierno en la Tierra. Los médicos de la Wehrmacht no entendían el enorme número de bajas de soldados que aparentemente no habían sufrido síntomas de enfermedad y tampoco presentaban heridas de bala. Posteriormente se supo que la causa de esas bajas mortales era una grave alteración del metabolismo provocada por la combinación de profundos ataques de ansiedad, malnutrición y unas temperaturas gélidas.

En ese ambiente de terror y estrés de combate, los rusos capturados por los nazis apenas recibían alimentos. Una situación desesperada que también padeció la población de Stalingrado. «Pese a todos esos sufrimientos, los rusos que permanecieron en el interior de la ciudad lucharon con valentía y resistieron el tremendo bombardeo al que fueron sometidos», recuerda Antony Beevor.

Canibalismo

Este historiador británico investigó en los archivos del KGB antes de que fueran cerrados. Los documentos proporcionaron a Beevor testimonios escalofriantes sobre prisioneros rusos que practicaron el canibalismo con sus compañeros fallecidos o sobre las órdenes de los comisarios políticos, que prohibían a la población escapar de Stalingrado. Los que lo intentaron fueron acribillados a balazos por sus propios compatriotas.

El cambio de rumbo de la batalla de Stalingrado se produjo en noviembre de 1942, cuando los alemanes fueron cercados por los soviéticos. El 31 de enero, el Ejército Rojo inició el ataque contra el 6.º Ejército alemán, que resistió hasta el 2 de febrero, cuando el general Friedrich Paulus se rindió a los soviéticos. La derrota fue tan inesperada que Joseph Goebbels decidió censurarla. Los alemanes apenas tuvieron datos del desastre ocurrido en la ciudad rusa.

 Nota: En diciembre de 1941 caían hasta 800 alemanes congelados al día.

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