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jueves, marzo 14

Donde fueres, haz lo que vieres (viajar por el mundo sin meter la pata)

(Un texto de Antonio Corbillón en el Heraldo de Aragón del 5 de agosto de 2018)

Unos 1.500 millones de personas harán turismo este año. Para evitar disgustos y malentendidos, en cada país deberán estar atentas a las normas locales de comportamiento, aunque muchas les parezcan absurdas.

El animado desayuno multiétnico en aquel sencillo hotel de Milán se interrumpió de golpe y con estrépito. Sentados en las mesas se repartían grupos de españoles, británicos, algún turista local y, el más numeroso, un alegre grupo de indios. De repente, el más gordo de ellos balanceó su generosa anatomía sobre su asiento y soltó una sonora ventosidad. Sus tres compañeros de mesa y varios compatriotas cercanos sonrieron cómplices. Entre el resto de clientes se impuso el estupor y el enfado. Alguien decidió llamar a la dirección del hotel. Ante la sorpresa del colectivo asiático, que no entendía los motivos del altercado, su guía tuvo que mostrar sus mejores dotes de persuasión para hacer entender que, en la región de aquellos viajeros, en el extremo norte de aquel enorme país, aquellos 'exabruptos' del cuerpo eran vistos como una muestra de satisfacción y buena salud.

La Organización Mundial del Turismo calcula que este año se acercarán a los 1.500 millones las personas que salgan a visitar otros paisajes y paisanajes. Uno de cada cinco habitantes del planeta se aleja al menos unos días de su lugar, costumbres y leyes habituales para sumergirse en otros ajenos.

Viajar vive tiempos de récord. Pero también son cerca de 1.500 millones de posibles encontronazos con formas de vivir y normas que ignoramos. Lo sabe bien César García, responsable de Tantra Viajes, con varias décadas organizando expediciones para viajeros casi siempre experimentados a lo que él llama «territorios comanche». 

El próximo es a Irán. Un país en el que ni siquiera uno de esos trotamundos que creen sabérselas todas puede estar del todo tranquilo. Estos días César García anda averiguando datos como el nivel de flequillo que puede asomar por el velo de una mujer. Porque sin velo allí no pisa la calle ninguna. «Se han relajado un poco, pero es importante que mis clientas sepan el volumen de pelo que pueden enseñar», explica.

Para medir el grado de aperturismo iraní, la melena femenina es el equivalente a la minifalda en España en los años sesenta y setenta. Cuanto más pelo, más reformismo. Pero todo ello «custodiado por las guardianas de la revolución, que te pueden dar un toque en plena calle», recuerda el experimentado guía.
El país de los ayatolás tiene una especial obsesión con los pelos. Y no solo los femeninos. Una ley de 2010 prohibe los «peinados occidentales decadentes». Y como tales entiende las crestas de colores, en punta o el estilo punk. La tercera sanción seguida llevará a su infractor a la cárcel.

La expedición de Tantra Viajes también deberá saber que mostrar allí los pulgares hacia arriba no significa satisfacción sino que puede ser un insulto. También que en lugares con maravillosas mezquitas como la ciudad de Isfahán «la planta del pie no puede 'mirar' hacia los fieles sino hacia otro lado». La reprimenda tendrá condena segura si uno se cuela en una zona de las playas del mar Caspio adecuada solo para mujeres. Y aún será más grave si se muestran inclinaciones homosexuales, penadas duramente en este país islámico.

En el caso de Irán podría pensarse que se trata de un Estado integrista y de diferencias insalvables para cualquier viajero occidental. Pero el repaso a las normas, muchas de ellas absurdas, que jalonan las leyes de todos los países del mundo obligaría a un máster urgente de Derecho Comparado para no meter la pata en muchos lugares.

La lista es interminable y, en muchos casos, cómica. La turista alemana Judith Schulte tuvo que elegir entre pagar una cuantiosa multa o pasar dos noches en la cárcel porque un vecino de Zurich (Suiza) la sorprendió tirando su basura de reciclaje un domingo. Parece un día complicado para hacer cosas, ya que sus vecinos alemanes prohíben usar taladros ese día. El bricolaje casero en el día de descanso es allí una pequeña blasfemia.

Singapur persigue a los amantes del chicle desde hace 25 años. Está penado fabricarlo e incluso mascarlo en la calle. En China al que no es capaz de comer con palillos le pueden dar un tenedor. Pero ¡ojo con chupar los palillos si tratamos de emular las habilidades locales! Lo mínimo que nos caerá será una buena bronca.
En Venecia una visita a la plaza de San Marcos puede resultar muy cara si además de pedirnos un café en una terraza (12 euros por una mini taza a la italiana) le echamos migas a las palomas. Para que las aves dejen más sitio a los turistas, la multa puede alcanzar los 600 euros y no bajará de 50. Hay prohibiciones bastante comprensibles, como el rechazo en las zonas monumentales griegas a usar tacones que dañen el suelo.

La clave para evitar sorpresas son los guías, esos intermediarios de viaje cuya labor es «vender sueños y tratar de que se hagan realidad y no vayan acompañados de alguna pesadilla», explica poéticamente la presidenta de la Confederación Española de Federaciones y Asociaciones de Guías, Almudena Cencerrado. Destaca la necesidad de documentarse a fondo sobre el país o región a visitar. Reconoce que los malentendidos «se suelen solucionar con una sonrisa, aunque a veces nos toca usar mano de hierro para imponer el respeto a las normas».

Cencerrado recuerda que «el Vaticano no deja entrar a nadie con un pantalón de deporte». Si entendemos eso como occidentales, no «debería sorprendernos tanto la rigidez en la mayoría de las visitas en lugares de culto de otras religiones».

La tozudez de la clientela provoca a veces sustos. A César García le reclamó un grupo una visita a los pueblos uigures de la región china de Xinjiang de mayoría musulmana y sometida a férreos controles oficiales. «Apareció una tropa de policías que nos hicieron subir al autobús y marchar. Fue lo menos que pudo ocurrir». En otras zonas asiáticas, como Tibet, es muy difícil saber qué puedes y no puedes hacer. «Lo decide el policía que va contigo en tu expedición», zanja García.

En Illinois (EE UU) se aplica la ley de vagos si no se lleva al menos un dólar en el bolsillo. En Dubai (y muchos otros Estados islámicos) está prohibido besarse en público. En Indonesia nunca se debe tocar a la gente en la cabeza. Hay barrios de Nápoles donde están vedadas las minifaldas, vaqueros cortos o generoso escote. La sonrisa se puede helar en caso de ser denunciado por masturbación en Indonesia: la pena puede alcanzar la decapitación.

A veces, los problemas pueden empezar sin ni siquiera haber pisado el lugar. «Las exigencias de vestimenta de determinadas compañías aéreas exigen un 'dress code' (normas de vestuario) que podría parecer un tanto excesivo para los occidentales», reconoce el vicepresidente de la Confederación Española de Agencias de Viajes (CEAV), Carlos Garrido, mientras exhibe las normas de Qatar Airways que prohíben «camisas o 'tops' escotados, vestidos de tirantes, chandal o, en general, prendas muy ajustadas».

RAREZAS LOCALES
Oriente Medio.
No se puede dar la mano a las mujeres en el Líbano. El contacto físico entre sexos está prohibido. En Bahréin los ginecólogos solo pueden ver los genitales de una paciente con un espejo. 

Estados Unidos.
En Alaska se puede disparar a un oso, pero nunca despertarlo. En Colorado es delito montar un caballo estando ebrio. No tener ni un dólar puede llevar a un arresto en lllinois. No se pueden usar pantuflas en las calles de Nueva York después de las 10 de la mañana. 

Gran Bretaña.
Solo se puede orinar en público sobre la rueda de tu propio vehículo y con la mano derecha sobre el capó. Poner un sello con la imagen de la reina al revés es punible.

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