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martes, marzo 5

El kilo ya no es lo que era

(Un texto de Javier Guillenea en el Heraldo de Aragón del 25 de noviembre de 2018)

El cilindro que durante más de un siglo ha servido de patrón para ajustar las básculas ha perdido peso y se enfrenta a la jubilación. Los científicos ya tienen sustituto.

Nada es lo que parece. Uno pide un kilo de naranjas y a poco que se distraiga le sisan 50 microgramos, que no es mucho, pero algo menos de zumo sí que dará: aproximadamente, lo que pesa un copo de nieve. La ausencia de ese peso, el del copo, es lo que intentan corregir los delegados de sesenta países miembros del Sistema Internacional de Unidades, que ayer comenzaron en la ciudad francesa de Versalles una trascendental conferencia en la que se dará el paso histórico de dotar al kilogramo de una nueva definición. La anterior, y aún vigente, se estableció en 1875 mediante la Convención del Metro, un tratado que estableció las unidades de longitud y peso para asegurar la uniformidad internacional de las unidades de medida. Años más tarde, en 1889, se creó un cilindro de platino e iridio de 39 milímetros de alto y de diámetro que, desde entonces, ha servido como patrón para determinar lo que pesa un kilo. Todas las balanzas del mundo se gradúan en función de este kilogramo original.

El cilindro, denominado 'Le Grand K', permanece custodiado bajo dos campanas de vidrio en las instalaciones de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas, en una cámara de alta seguridad en Sèvres. La puerta se cierra con tres llaves que están en poder de tres personas y se abre cada cierto tiempo para examinar el estado de la pieza.

En 1946, tras la Segunda Guerra Mundial, no se detectó ninguna anomalía, pero en 1989 se comprobó que 'Le Grand K' había adelgazado. Pesaba 50 microgramos menos. Aquello fue toda una sorpresa, que aumentó cuando se descubrió que las cuarenta copias del patrón diseminadas por todo el planeta -dos de ellas en el Centro Español de Metrología- habían seguido el mismo camino. «En todas ha variado la masa de diferente manera», explica María Ana Sáenz Nuño, investigadora del Instituto de Investigación Tecnológica de la Universidad Pontificia Comillas.

Estos cambios se deben a las propiedades de los materiales, que pueden perder átomos o absorber moléculas del aire. Son mínimos, apenas perceptibles; no van a paralizar el planeta, pero sí que introducen un elemento de incertidumbre en el delicado mundo de las mediciones. «Para la industria es una pérdida de peso insignificante, pero necesitamos una referencia invariable, una unidad que podamos reproducir en cualquier lugar», afirma Sáenz Nuño.

En cualquier lugar

Un kilo es todavía hoy una «unidad de masa del sistema internacional, equivalente a la de un cilindro de platino e iridio conservado en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas». A partir del 20 de mayo de 2019, fecha en la que entrará en vigor la nueva definición, el patrón dejará de estar vinculado a un objeto. Un kilogramo seguirá pesando lo mismo, pero ya no será necesario guardarlo bajo llave. Su medida exacta estará disponible para cualquier persona en cualquier parte del planeta, e incluso fuera de él.

Para decir con palabras más exactas lo que pesa un kilo se ha recurrido a dos experimentos que trabajan la relación del kilogramo con las constantes naturales: el de la balanza de Watt y el del método de Avogadro. Ambos están implicados entre sí a través de una constante, la de Planck, que permanece invariable en la naturaleza. La nueva definición es bastante más técnica que la anterior y obligará a reescribir los libros de texto. Los profesores tendrán que hablar de las constantes universales a la hora de explicar por qué un kilo pesa lo suyo.

«Para los científicos es muy importante la nueva definición, porque nos proporciona independencia al hacer las mediciones», argumenta María Ana Sáenz Nuño. El nuevo kilogramo dará a los investigadores la seguridad de que lo que están midiendo es lo que miden sus colegas al otro lado del mundo, pero poco más.

Un kilo seguirá siendo un kilo, aunque más democrático y al alcance de cualquier laboratorio que quiera sopesar lo que se trae entre manos. 'Le Grand K', el cilindro que durante 129 años ha servido para dictaminar cuántas naranjas entran en mil gramos, está a punto de pasar a la historia. Pronto dejará de ser el patrón de las balanzas. Todo por adelgazar más de lo debido.

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Los científicos buscan constantes universales que permitan realizar mediciones fiables en cualquier momento y lugar. El segundo, el metro y la candela (intensidad luminosa) ya cuentan con definiciones satisfactorias que alejan a estas unidades básicas de la dependencia de un objeto para ser medidas. Además del kilogramo, en la reunión que comenzó ayer se fijarán las nuevas definiciones del kelvin (temperatura), amperio (intensidad eléctrica) y mol (cantidad de sustancia).

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