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martes, julio 9

Oslo, la ciudad del fiordo

(Un texto de Ixone Diaz Landaluce en el XLSemanal del 9 de diciembre de 2018)

Oslo se ha convertido en uno de los destinos más fascinantes del invierno. Gastronomía exquisita, arquitectura de vanguardia y luces navideñas en un impresionante entorno natural. ¿Quién da más?

La llamaban Tigerstaden, la ‘ciudad del tigre’. El apodo se lo puso el poeta noruego Bjørnstjerne Bjørnson en 1870. Oslo era entonces una ciudad pequeña, pero peligrosa y algo salvaje, pese a estar enclavada en un privilegiado entorno natural.

Asomada a un fiordo y rodeada de bosques, durante décadas Oslo vivió de espaldas al mar, entre autopistas, astilleros y fábricas que bloqueaban un escenario de postal de colinas verdes y un mar sembrado de pequeñas islas. Pero, en el año 2000, Oslo se hizo una promesa a sí misma: reconquistar su entorno, apostar por la cultura y la arquitectura de vanguardia y dejar de ser la ‘ciudad del tigre’ para convertirse, por fin, en la ‘ciudad del fiordo’. Y no se tomaron el plan a la ligera. En la última década, la capital de Noruega se ha transformado hasta convertirse en una de las ciudades europeas más atractivas.

Aunque su inhóspito clima es legendario, en Navidad las luces encendidas las 24 horas sirven para alargar la luz del sol. Una visita a alguno de sus famosos mercadillos, como el de Jul i Vinterland, garantiza una inmersión total en la tradición festiva de Noruega. Por todo eso, este año Lonely Planet la incluía entre los destinos más interesantes que visitar.

Con una historia de más de mil años a sus espaldas, Oslo empezó a ser la ciudad que ahora conocemos en 1905, al mismo tiempo que Noruega conquistaba su independencia. De hecho, no recuperó su nombre original hasta 1925. Hasta entonces había sido Kristiania, una pequeña ciudad de provincias bajo escudo danés.

Convertida en la capital de un nuevo Estado, todo cambió en 1969. Aquel año se descubrió que el mar del Norte escondía una inmensa cantidad de petróleo que convirtió Noruega, un humilde país de pescadores, en uno de los más ricos del mundo. Pero los noruegos (y sus gobiernos) supieron tomarse la prosperidad con cautela, sin perder la cabeza con proyectos urbanísticos megalomaniacos. Quizá por esa austeridad nórdica autoimpuesta, a aquella pequeña ciudad le costó tanto cambiar el chip hasta convertirse en la capital europea que es hoy.

A menudo eclipsada por otras ciudades escandinavas como Estocolmo o Copenhague, Oslo por fin ha dejado de ser una ciudad portuaria para reivindicar sus atractivos. Todo empezó hace diez años, con la inauguración de su emblemática y vanguardista Opera House, obra del estudio de arquitectura Snøhetta. El edificio de mármol y cristal tuvo en la ciudad un efecto parecido al del Museo Guggenheim en Bilbao. revitalizó la zona portuaria industrial, en la que desde entonces han florecido nuevos barrios con vistas al mar. Pero el de la ópera no es el único edificio emblemático del nuevo Oslo.

El Museo Astrup Fearnley de arte contemporáneo, diseñado por el renombrado arquitecto Renzo Piano, o los edificios de viviendas y oficinas que conforman el Barcode, un vanguardista skyline que se asoma al mar, han convertido el antaño barrio obrero de Bjørvika en una exposición permanente de la mejor arquitectura. Tampoco falta el pertinente barrio joven, vibrante y hipster. Plagado de restaurantes, cafés y tiendas con encanto, Grünerløkka es el epicentro de la vida social. Y a orillas del río Akerselva, la antigua zona industrial de Vulcan también ha sido recuperada para la causa turística y cultural. En 2012 se inauguró allí el mercado gastronómico Mathallen, convertido en una de las grandes atracciones de la capital noruega.

Y esto solo es el inicio. Junto a la Opera House ya se está levantando el ambicioso Museo Nacional y en 2020 se inaugurará el nuevo Museo Munch, obra del arquitecto español Juan Herreros. Pero la transformación de la ciudad no tiene que ver, únicamente, con su efectista arquitectura de vanguardia. Oslo también está en plena efervescencia cultural, con instalaciones temporales como SALT o espacios como Kulturhuset, donde la música y el arte contemporáneo (pero también los cócteles y las birras artesanas) son los protagonistas. Además, Maaemo -el primer restaurante tres estrellas Michelin de Noruega y un templo de la gastronomía nórdica- ya no está tan solo como antes. En los últimos años, los pequeños bistrós y los restaurantes de diseño han florecido hasta convertir la ciudad en un interesante destino para foodies y amantes de la coctelería.

Por eso, no es extraño que Oslo sea también la ciudad europea que más crece. Solo en la última década, su población ha aumentado un 22 por ciento y se espera que en 2040 llegue a los 800.000 habitantes (ahora son solo 600.000). También es una de las urbes más cosmopolitas del continente: el 30 por ciento de sus vecinos son extranjeros. Pero no todo el paisaje social es idílico, claro. Con el boom urbanístico, los precios de la vivienda se han disparado.

El año que viene Oslo será, además, Capital Verde europea. No es un título concedido a la ligera. La capital de Noruega se lo ha ganado a pulso. a finales de 2019, todo el centro de la ciudad estará cerrado al tráfico. Y eso incluye también a los vehículos eléctricos, un auténtico ejército en el país escandinavo. Además, el tranvía y el metro (con el que se puede llegar a las estaciones de esquí más cercanas) circulan ya con energías renovables y se espera que Oslo sea la primera ciudad del mundo con un transporte público de emisiones cero. Gracias a su renovada arquitectura, su excitante vida cultural y su compromiso con el medioambiente, sus habitantes lo tienen claro. el 99 por ciento está satisfecho con su ciudad. Solo ese pequeño milagro justifica el billete de avión.

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