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jueves, septiembre 5

San Silvestre y el dragón


(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 30 de diciembre de 2018)

San Silvestre, que nació en Roma en el siglo III, fue papa de la cristiandad desde el 314 hasta la fecha de su muerte, el 31 de diciembre de 335 -por eso su onomástica se celebra el último día del año […]-. Mucho tiempo después, hacia 1264, el dominico genovés Santiago de la Vorágine escribió la 'Leyenda áurea', una hagiografía múltiple que se hizo muy popular en la Europa medieval y en la que le dedica un capítulo: «...firme en la esperanza, generoso en la caridad, distinguíase por su aspecto angelical, por su presencia física y su buen tipo, por su elocuencia en hablar, por la santidad de sus obras y por la sabiduría de sus consejos».

El papa que me ocupa fue contemporáneo del edicto de Milán y de Constantino, a quien la tradición asegura que bautizó, impulsando de esa manera la transformación del paganismo al cristianismo del orbe romano. Animó la construcción de no pocas iglesias y entabló batalla dialéctica con 161 doctos maestros del judaísmo (los ganó por goleada).

Algunos tratadistas señalan que promovió la forja de la Corona de Hierro, con la que los monarcas de la actual Italia se tocaron la testa hasta el siglo XIX. Esa corona se adorna con un trozo de metal fraguado a partir de un clavo de la pasión de Cristo.

Entre los prodigios que Santiago de la Vorágine atribuye a Silvestre, figura el haber resucitado a un toro para el que «fue menester que cien hombres fortísimos tiraran de él para conseguir con enormes dificultades arrastrarlo». Lo logró impeliendo, a través de la oreja del animal, al diablo que lo poseía: «¡Oh ser de maldición y muerte!, ¡sal de esta res difunta! ¡Te lo ordena Nuestro Señor Jesucristo!, en cuyo nombre te conmino yo a ti, toro, ¡levántate sano y salvo, y regresa mansa y tranquilamente a la ganadería!».

Pero eso no es nada si se compara con que también venció a un dragón cuyo resuello mataba diariamente a 300 personas. Silvestre acudió a su guarida subterránea y, tras descender «ciento cincuenta y dos pasos», pronunció un conjuro angelical y «amarró la boca del monstruo». Mientras tanto, los que el esperaban fuera «estaban casi muertos a causa de las emanaciones pestíferas que, desde el fondo de la cueva, exhaladas por aquel animal infernal, habían llegado hasta ellos». ¡Qué cosas tenía Vorágine!

El triunfo del santo sobre el dragón queda bien reflejado, por ejemplo, en un retablo del siglo XV de estilo hispano-flamenco (escuela aragonesa) que pude contemplar en el museo parroquial de Daroca: en un precioso óleo sobre tabla, el papa triunfante, revestido de pontifical, tiene a sus pies a la fiera.

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