San Silvestre y el dragón
(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de
Aragón del 30 de diciembre de 2018)
San Silvestre, que nació en Roma en el siglo III, fue
papa de la cristiandad desde el 314 hasta la fecha de su muerte, el 31 de
diciembre de 335 -por eso su onomástica se celebra el último día del año […]-.
Mucho tiempo después, hacia 1264, el dominico genovés Santiago de la Vorágine
escribió la 'Leyenda áurea', una hagiografía múltiple que se hizo muy popular en
la Europa medieval y en la que le dedica un capítulo:
«...firme en la esperanza, generoso en la caridad, distinguíase por su aspecto
angelical, por su presencia física y su buen tipo, por su elocuencia en hablar,
por la santidad de sus obras y por la sabiduría de sus consejos».
El papa que me ocupa fue contemporáneo del edicto de
Milán y de Constantino, a quien la tradición asegura que bautizó, impulsando de
esa manera la transformación del paganismo al cristianismo del orbe romano. Animó
la construcción de no pocas iglesias y entabló batalla dialéctica con 161
doctos maestros del judaísmo (los ganó por goleada).
Algunos tratadistas señalan que promovió la forja de
la Corona de Hierro, con la que los monarcas de la actual Italia se tocaron la
testa hasta el siglo XIX. Esa corona se adorna con un trozo de metal
fraguado a partir de un clavo de la pasión de Cristo.
Entre los prodigios que Santiago de la Vorágine
atribuye a Silvestre, figura el haber resucitado a un toro para el que «fue
menester que cien hombres fortísimos tiraran de él para conseguir con enormes
dificultades arrastrarlo». Lo logró impeliendo, a través de la oreja del
animal, al diablo que lo poseía: «¡Oh ser de maldición y muerte!, ¡sal de esta
res difunta! ¡Te lo ordena Nuestro Señor Jesucristo!, en cuyo nombre te conmino
yo a ti, toro, ¡levántate sano y salvo, y regresa mansa y tranquilamente a la ganadería!».
Pero eso no
es nada si se compara con que también venció a un dragón cuyo resuello mataba
diariamente a 300 personas. Silvestre acudió a su guarida subterránea y, tras
descender «ciento cincuenta
y dos pasos», pronunció un conjuro angelical y «amarró la boca
del monstruo». Mientras tanto, los que el esperaban fuera «estaban casi muertos
a causa de las emanaciones pestíferas que, desde
el fondo de la cueva, exhaladas por aquel animal infernal,
habían llegado hasta ellos». ¡Qué cosas tenía Vorágine!
El triunfo del santo sobre el dragón queda bien
reflejado, por ejemplo, en un retablo del siglo XV de estilo hispano-flamenco
(escuela aragonesa) que pude contemplar en el museo parroquial de Daroca: en un
precioso óleo sobre tabla, el papa triunfante, revestido de pontifical, tiene a
sus pies a la fiera.
Etiquetas: Cuentos y leyendas
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