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miércoles, septiembre 4

Genocidio, el crimen sin nombre


(Un texto de Gervasio Sánchez en el Heraldo de Aragón del 9 de diciembre de 2018)

El 9 de diciembre de 1948, hoy hace setenta años, la ONU, bajo el impulso del jurista polaco Raphael Lemkin, definió por primera vez el crimen de genocidio; pero los europeos llevaban décadas implicados en la masacre de poblaciones enteras.

[El 9 de diciembre de 2018 se cumplieron] 70 años de la aprobación por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Convención para la prevención y la sanción del crimen de genocidio, aunque no entró en vigor formalmente hasta el 12 de enero de 1951. La Convención, que fue firmada por 41 países en sus inicios, ha sido ratificada por 133 estados. En su artículo II consideraba como genocidio todo acto «cometido con la intención de destruir totalmente o en parte a un grupo nacional, étnico, racial o religioso» y, tal como recuerda Bernard Bruneteau en su imprescindible libro 'El siglo de los genocidios', entre esos actos se mencionaban «el asesinato, los ataques físicos y psicológicos serios contra los miembros de un grupo, los daños deliberados a las condiciones de vida colectiva, las medidas de despoblamiento y el secuestro de niños en beneficio de otro grupo».

El siglo XX ha constituido un permanente reguero de sangre que en algunos casos ha supuesto terribles genocidios, tal como los describe Bruneteau: el armenio, conocido como primer genocidio moderno, las políticas genocidas en la Rusia soviética, el judío o genocidio extremo, el camboyano o genocidio impune hasta hace apenas un mes, cuando dos altos funcionarios de los jemeres rojos fueron condenados 43 años después a cadena perpetua, y el bosnio y el ruandés, genocidios basados en el etnicismo.

Pero el siglo XIX fue también el de las masacres olvidadas de la época colonial protagonizada por la Europa imperial, que ejercía su control sobre 72 millones de kilómetros cuadrados y más de 500 millones de seres humanos. Tal como recuerda el propio Bruneteau, la guerra de Java de 1825 a 1830 supuso la muerte de 200.000 aldeanos por parte de los holandeses, la conquista de Mozambique por los portugueses se saldó con 100.000 indígenas asesinados, los alemanes provocaron 145.000 víctimas en África oriental, los franceses consiguieron que la población de Argelia cayese entre un 15% y un 20% entre 1830 y 1870. Los belgas se llevaron la palma en el Congo, diezmando a diez millones de seres humanos, y los ingleses redujeron la población local de Sudán de nueve a tres millones de personas entre 1882 y 1903.

Los europeos, quizá, podamos dar algunas lecciones de ética y de convivencia sin guerras y muertos desde 1945, tras la bacanal dramática que provocó la Segunda Guerra Mundial. Pero hasta esa fecha habíamos protagonizado las peores fechorías de la historia de la humanidad e inventado los sistemas más horribles, como la esclavitud, el fascismo, el nazismo, el totalitarismo o el genocidio.

En un día como hoy es también obligatorio recordar a Raphael Lemkin, que murió el 28 de agosto de 1959. Este jurista polaco judío fue la primera persona que utilizó el neologismo genocidio, en 1944, y lo definió como «la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento». En un mensaje radiado por la BBC en agosto de 1941, Winston Churchill había dicho que los nazis estaban cometiendo «un crimen sin nombre».

Antonio Muñoz Molina recuerda, en el prólogo de una biografía que acaba de publicar en español el Berg Institute en colaboración con la Yale University Press sobre el jurista judío, que «Lemkin fue uno de aquellos aguafiestas que quisieron advertir a los aliados que la expansión de los nazis hacia el este de Europa incluía un programa de exterminio de poblaciones humanas a tina escala nunca vista hasta entonces».

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Lemkin centró su vida en conseguir el reconocimiento del delito de genocidio, que apenas fue utilizado en el juicio de Núremberg contra la cúpula nazi, detenida por los Aliados. De hecho, las condenas a muerte dictadas por este tribunal fueron por crímenes contra la humanidad, no por genocidio. En la sentencia final el genocidio de los judíos solo ocupó 16 de las 190 páginas. En su batalla legal Lemkin consiguió, a finales de 1946 en la Asamblea General, que se aprobase la resolución 96, en la que el término genocidio aparecía por primera vez en un documento internacional.

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