Genocidio, el crimen sin nombre
(Un texto de Gervasio Sánchez en el Heraldo de Aragón del 9
de diciembre de 2018)
El 9 de diciembre de
1948, hoy hace setenta años, la ONU, bajo el impulso del jurista polaco Raphael
Lemkin, definió por primera vez el crimen de genocidio; pero los europeos
llevaban décadas implicados en la masacre de poblaciones enteras.
[El 9 de diciembre de 2018 se cumplieron] 70 años de
la aprobación por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Convención
para la prevención y la sanción del crimen de genocidio, aunque no entró en
vigor formalmente hasta el 12 de enero de 1951. La Convención, que fue firmada por
41 países en sus inicios, ha sido ratificada por 133 estados. En su artículo II
consideraba como genocidio todo acto «cometido con la intención de destruir
totalmente o en parte a un grupo nacional, étnico, racial o religioso» y, tal
como recuerda Bernard Bruneteau en su imprescindible libro 'El siglo de los
genocidios', entre esos actos se mencionaban «el asesinato, los ataques físicos
y psicológicos serios contra los miembros de un grupo, los daños deliberados a
las condiciones de vida colectiva, las medidas de despoblamiento y el secuestro
de niños en beneficio de otro grupo».
El siglo XX ha constituido un permanente reguero de
sangre que en algunos casos ha supuesto terribles genocidios, tal como los describe
Bruneteau: el armenio, conocido
como primer genocidio
moderno, las políticas genocidas en la Rusia
soviética, el judío o genocidio extremo, el camboyano o genocidio impune hasta
hace apenas un mes, cuando dos altos funcionarios de los
jemeres rojos fueron condenados 43 años después a cadena perpetua, y el bosnio y
el ruandés, genocidios basados en el etnicismo.
Pero el siglo
XIX fue también el de las masacres olvidadas de la época colonial protagonizada
por la Europa imperial, que ejercía su control sobre 72 millones de kilómetros cuadrados
y más de 500 millones de seres humanos. Tal como recuerda el propio Bruneteau,
la guerra de Java de 1825 a 1830 supuso la muerte de 200.000 aldeanos por parte
de los holandeses, la conquista de Mozambique por los portugueses se saldó con
100.000 indígenas asesinados, los alemanes provocaron 145.000 víctimas en África
oriental, los franceses consiguieron que la población de Argelia cayese entre
un 15% y un 20% entre 1830 y 1870. Los belgas se llevaron la palma en el Congo,
diezmando a diez millones de seres humanos, y los ingleses redujeron la
población local de Sudán de nueve a tres millones de personas entre 1882 y
1903.
Los europeos, quizá, podamos dar algunas lecciones
de ética y de convivencia sin guerras y muertos desde 1945, tras la bacanal dramática
que provocó la Segunda Guerra Mundial. Pero hasta esa fecha habíamos protagonizado
las peores fechorías de la historia de la humanidad e inventado los sistemas
más horribles, como la esclavitud, el fascismo, el nazismo, el totalitarismo o
el genocidio.
En un día como hoy es también obligatorio recordar a
Raphael Lemkin, que murió el 28 de agosto de 1959. Este jurista polaco judío fue
la primera persona que utilizó el neologismo genocidio, en 1944, y lo definió
como «la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción
de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la
finalidad de su aniquilamiento». En un mensaje radiado por la BBC en agosto de
1941, Winston Churchill había dicho que los nazis estaban cometiendo «un crimen
sin nombre».
Antonio Muñoz Molina recuerda, en el prólogo de una
biografía que acaba de publicar en español el Berg Institute en colaboración con
la Yale University Press sobre el jurista judío, que «Lemkin
fue uno de aquellos aguafiestas que quisieron advertir a los aliados
que la expansión de los nazis hacia el este de Europa incluía un programa de
exterminio de poblaciones humanas a tina escala nunca vista hasta entonces».
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Lemkin
centró su vida en conseguir el reconocimiento del delito de genocidio, que
apenas fue utilizado en el juicio de Núremberg contra la cúpula nazi, detenida
por los Aliados. De hecho, las condenas a muerte dictadas por este tribunal
fueron por crímenes contra la humanidad, no por
genocidio. En la sentencia final el genocidio
de los judíos solo ocupó 16 de las 190 páginas. En su batalla legal Lemkin
consiguió, a finales de 1946 en la Asamblea
General, que se aprobase la resolución 96, en la que el término genocidio aparecía
por primera vez en un documento internacional.
Etiquetas: Cosas que hay que saber, Culturilla general
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