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jueves, octubre 10

Aragón, visto por un cura francés del XVIII


(Un reportaje de Mariano García en el Heraldo de Aragón del 8 de diciembre de 2018)

La Institución Fernando el Católico recupera y publica el diario, hasta ahora inédito en castellano, de Joseph Branet, sacerdote refractario que se refugió en España. 

Prácticamente desde que se publicó a principios del siglo XX, en una limitadísima edición francesa de 100 ejemplares, el ‘Diario de un sacerdote refractario refugiado en España (1791-1800)’, de Joseph Branet , ha permanecido olvidado en nuestro país. Ha habido estudiosos, eso sí, que han recuperado algunos de sus pasajes, llenos de pinceladas coloristas sobre la España del siglo XVIII, También aragoneses, puesto que Branet estuvo durante su exilio en distintos puntos de HuescaZaragoza y Teruel. Pero faltaba una edición completa del libro en castellano. La acaba de publicar ahora la Institución Fernando el Católico, en una edición crítica del historiador José Luis Ona. La obra, que cuenta con la aportación de numerosas ilustraciones, muchas de ellas inéditas o apenas vistas, se presenta el día 12 en el seminario de San Carlos.

"Branet era el párroco de una pequeña población del sur de Francia, y en 1792 fue deportado, junto a cientos de sacerdotes más, por negarse a prestar juramento a la ‘Constitución civil del clero’, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de Francia –relata Ona–. A estos sacerdotes remisos al juramento cívico se les denominó ‘refractarios’".

Branet, se supone, entró en España por el Pirineo aragonés, y en nuestro país vivió años intensos. Se supone, porque el primero de los cuatro cuadernos en los que escribió su diario no se encontró a su muerte y, por tanto, tampoco se reproduce en la edición francesa. "Nunca dejaremos de lamentar esa pérdida. Transcurría desde finales de septiembre de 1792 hasta el 31 de marzo de 1797, cuatro años y medio que suponen algo más de la mitad del tiempo de su destierro", añade. El estudioso ha recreado con el máximo rigor, en un apéndice, el contenido de aquel cuaderno perdido.

Pese al vacío, el ‘Diario’ tiene enorme atractivo para el lector aragonés. El segundo cuaderno, por ejemplo, narra su viaje de ida y vuelta de Teruel, en cuyo convento de San Francisco fue obligado a residir, a Valencia. Y lo realizó por distintos itinerarios (la ida por Arcos de las Salinas –itinerario del que hasta ahora apenas se tenían descripciones históricas– y la vuelta por Segorbe y Sarrión). "Branet, curioso impenitente, se asombra de la plantas y árboles desconocidos que ve por primera vez en Valencia y sus proximidades (algarrobos, pitas, palmeras…) y es testigo y fiel notario de los festejos y procesiones de la Semana Santa valenciana".
Branet también habla en su diario de Navarra (vivió nueve meses en Tudela), pero Aragón es una referencia constante. El sacerdote recorrió (y describió) caminos poco trillados, y le habla al lector, por ejemplo, de la Casa de San Martín, cercana a Roda de Isábena, donde ejerce de capellán privado en una masía aislada; o de su largo y tranquilo refugio en Monzón, donde discurrió una de las estancias más agradables de su exilio; o de Sádaba, donde fue profesor privado del descarriado hijo del conde de Larrosa. Todo con una mirada fresca y coloristas pinceladas.

Su relato concluye el 13 de octubre de 1800, cuando traspasa el Puerto de Benasque rumbo a Bañeras de Luchón, terminando así su exilio.

Procesiones, toros y el temible ‘¡Agua va!’

“El largo exilio de Branet le permitió conocer mejor a los españoles –subraya Ona-. Curioso como era, aprendió el idioma y no tuvo problemas de comunicación. Fue tremendamente realista en sus descripciones. No dejó de lamentarse del mal estado de ventas y mesones, una larga tradición que cultivaron los viajeros extranjeros, no sin razón.”

Su ‘Diario’ está lleno de datos curiosos y jugosas descripciones (fue el primero en describir el paseo en barco por el Canal Imperial). Le asombró, por ejemplo, el sistema de conservación del agua de los zaragozanos y que consideraran incorruptible la del Ebro. Le incomodaron costumbres como la del ‘¡Agua va!’, por la cual un día acabó empapado con los orines lanzados por una ventana.

“Branet, como buen francés, mira a los españoles un poco por encima del hombro, pero sus pinceladas no son nunca insultantes pues están tamizadas por su larga estancia en el país –subraya Ona-. Llega incluso a envidiar la emotividad y sinceridad de la religiosidad popular reflejada en devociones que a él, severo sacerdote, no le disgustan.”

Siendo clérigo, y en una sociedad mucho más religiosa que la actual, es lógico que una buena parte del relato se ocupe de ceremonias y celebraciones católicas. O que detalle peculiaridades de órdenes como el Colegio de las Vírgenes. Pero también ofrece pinceladas sobre la gastronomía, la vestimenta y la vida cotidiana. Le sorprende, como a todo extranjero en España, la enorme afición a los toros. “Presenció en Zaragoza la corrida del 14 de octubre de 1797. Toreaba el mítico Pedro Romero ante una plaza a rebosar. Y como a Branet el espectáculo taurino no acababa de entusiasmarle, encontró motivo de distracción en el bullicioso ambiente de los tendidos. Su notarial relato se corresponde exactamente con los datos documentales y es perfecto complemento de las obras taurinas de Goya”, concluye el historiador.