Malinche: la 'lengua' de Hernán Cortés y la madre de un bastardo legitimado
(Un texto de Iván Vélez en El Mundo del 6 de agosto de 2019)
Publicada en Filadelfia en 1826, la novela anónima Xicoténcatl narró las hostilidades primeras y la alianza postrera habidas entre los hombres de Hernán Cortés
y la nación tlaxcalteca, enemiga mortal del Imperio mexica. En el
drama, el caudillo indígena que le da título al libro, aparece como un joven virtuoso al que una mujer contamina.
La hembra que en la ficción imanta con su sensualidad a Xicoténcatl
había nacido en la región de Coatzacoalcos, acaso en Olutla, y
pertenecía a un distinguido linaje, circunstancia que no fue obstáculo
para que, siendo niña, fuera vendida a los mercaderes mexicas.
Ya en poder de los comerciantes, es muy posible que viajara por vías
fluviales hasta la ciudad comercial de Xicallanco, acompañada por
esclavos y productos artesanos y agrícolas. Allí fue comprada por los mayas de Potonchán.
Tan accidentado itinerario vital permitió que la muchacha hablara
náhuatl, maya y, probablemente, popoluca, la lengua de los olmecas.
La figura del apóstol Santiago, a quien Cervantes llamó "caballero andante de Dios", ofrece fértiles paralelismos. Si en España iba unido a su extraordinaria intervención en la batalla de Clavijo, que puso fin al tributo de las cien doncellas, en la nueva tierra, poblada por idólatras, Santiago Matamoros se transformó en Mataindios. En este caso, después de su cabalgada, fueron los españoles quienes recibieron una veintena de mujeres, entre ellas una llamada Malintzin. La joven, de unos 16 años, fue bautizada junto a sus compañeras y mutó su nombre por el de Marina antes de ser entregada a Alonso Hernández Portocarrero, primo hermano del conde de Medellín.
Ya entre los españoles, Marina comenzó a comunicarse con Jerónimo de Aguilar, religioso rescatado en Cozumel de un cautiverio en el cual aprendió maya. Gracias a Marina y Aguilar, más conocidas como lenguas, se estableció un doble proceso de traducción que permitió que los extranjeros pudieran transmitir sus mensajes no sólo a los mayas, sino también a los emisarios que Moctezuma desplegó por una costa por la que ya habían asomado otras velas anteriormente. Con Portocarrero rumbo a España para hacer llegar al rey Carlos los documentos de Veracruz y los tesoros obtenidos de los naturales, Marina se convirtió en amante y consejera de Cortés. Así, exhalando un glifo, aparece en los códices, mientras asiste al de Medellín, a menudo representado sentado en una silla de caderas desde la que despliega el mayor de sus talentos: el diplomático.
El conquistador habló poco de doña Marina, a la que se aludió como "la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra" en sus Cartas de Relación dirigidas al rey Carlos. A pesar de esas omisiones, cada vez que Cortés narra un diálogo con los indígenas, bajo sus letras se recorta la silueta de aquella mujer, a la que la leyenda añadió nuevas tonalidades. Si la matanza de los nobles de Cholula le tributó a Cortés el apelativo lascasiano de "Nuevo Herodes", Bernal Díaz del Castillo puso en escena a doña Marina de este modo:
"Y
una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama
que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua.
Como la vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se
fuese con ella a su casa, si quería escapar la vida, porque ciertamente
aquella noche o otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba
así mandado y concertado por el gran Moctezuma, para que entre los de
aquella ciudad y los mexicanos se juntasen y no quedase ninguno de
nosotros a vida, o nos llevasen atados a México"
La pareja se disolvió en otoño de 1524, durante la expedición que llevó a Cortés a la selva y el laberinto de ríos de Las Hibueras en pos de Cristóbal de Olid. En un pueblo perteneciente a Ojeda, El Tuerto, casó a doña Marina con el capitán Juan Jaramillo, otorgándole como dote una rica encomienda, raro privilegio entre los indígenas. Cinco años después, doña Marina murió dejando huérfana a una niña de tres años, llamada María, fruto de su matrimonio con Jaramillo, que volvió a matrimoniar, esta vez con doña Beatriz de Andrada, hija de un comendador de la Orden de Santiago.
En 1528 Cortés viajó a España para casarse con doña Juana de Zúñiga. Su hijo Martín le acompañó y quedó en la Corte como paje del príncipe Felipe. Desde la Nueva España, el conquistador, al que Juana había logrado dar un hijo varón, se interesó constantemente por el bienestar del muchacho, enviándole dinero y joyas para que pudiese desenvolverse de acuerdo con su calidad.
Años después, consciente de la alta mortalidad infantil, cuando su segundo Martín cumplió cuatro años, Cortés pidió a sus escribanos que redactaran una escritura de mayorazgo. En ella hicieron constar que si el niño moría, nombraba herederos a sus otros hijos, pero que si en aquel trance no quedaban hermanos vivos, su impresionante herencia debía volver al primer Martín, nacido del vientre de doña Marina, para quien pidió al Papa una bula de legimitidad.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XVI
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