Historias de espías: la verdadera historia del paciente inglés
(Un texto de Alberto Rojas en El Mundo del 27 de julio de
2019)
La verdadera historia del paciente inglés: un espía alemán,
taciturno y bisexual que murió de disentería. Dulcificado por el romanticismo
de la película de Anthony Minghella, el descubridor de la cueva de los
nadadores usó su conocimiento del desierto para infiltrar una red de agentes al
servicio de Hitler.
Nombre: László Almásy
Organización: Abwehr (Alemania)
Tiempo de serivicio: De 1942 a 1944
Logros principales: Entrenar a los comandos alemanes para la
guerra en el desierto e infiltrar él mismo a espías cruzando cientos de
kilómetros más allá de los frentes aliados en Egipto
Condecoraciones: Cruz de Hierro alemana
Aún hoy, en un mundo
regido por la tecnología y la geolocalización, llegar hasta allí es casi
imposible. Las brújulas se vuelven locas, los GPS no encuentran señal y las
tormentas de arena lo engullen todo. La cueva de los nadadores, un misterioso
ejemplo de arte rupestre en mitad de la nada ocre, está enclavado en uno de los
parajes más inhóspitos e inexplorados del mundo, en la intersección de tres
fronteras, Egipto, Sudán y Libia. Ese océano de arena es tan estéril y tan
vacío que aún ninguno de esos tres países han reclamado la soberanía sobre él,
pese a lo que digan las viejas líneas coloniales dibujadas en los mapas.
Si sabemos que aquel
lugar, más parecido a Marte que a nuestra Tierra, fue habitado algún día, es
porque un explorador se empeñó en buscar el oasis perdido de Zerzura hasta ese
punto remoto del mapa para confirmar simples rumores de beduino. Un piloto
húngaro fue el hombre que documentó aquel ejército de nadadores sobre la roca
arenisca en una zona nunca cartografiada: Gilf Kebir. Ese hombre, cuya historia
fue deformada por la película El paciente inglés (Anthony Minghella,
1996) fue mucho más que un viajero. Fue un espía de los alemanes, y no uno
cualquiera.
El conde Almásy era un
experto en la navegación por el desierto. Conocía los vientos, las sombras y
las formas de la arena que se iba encontrando como si fuera el jardín de su
casa. Recorrió las dunas de Libia y Egipto junto a su amigo, el príncipe
Kemal al Din e hizo una prueba de resistencia con dos vehículos marca Steyr
desde Alejandría hasta Jartum siguiendo el cauce del Nilo. Además, con sus
amigo británico Sir Robert Clayton, recorrió lo que los tuareg llaman El
gran mar de arena, donde murieron de hambre y sed tanto Kemar al Din como
Robert Clayton.
Hablamos del Sáhara,
un territorio que no da segundas oportunidades. Fueron los últimos de la era
romántica de los descubrimientos, donde Almásy competía con el explorador
británico Ralph Bagnold en ver cuál de los dos recorría mayores
distancias, se adentraba más en lo desconocido y conseguía llegar vivo.
Imaginemos aquellos viajes en los camiones Ford con los neumáticos bajos de
presión para poder avanzar por las dunas, en campamentos donde el fuego
aliviaba el frío nocturno del desierto, donde sonaba Cheek to cheek en
gramófonos de cuerda, se bebía ginebra en las jaimas y donde se ponían al
límite los biplanos De Havilland Gipsy Moth, capaces de aterrizar en cualquier
pedregal.
Todo ese conocimiento
era muy valioso para la guerra que estaba por empezar en Europa, y que luego se
extendería como una plaga por todos los confines del mundo. Además, Almásy
tenía mapas de todo el norte de África pertenecientes a la Real Sociedad Geográfica
británica, un material valioso para moverse tras las líneas enemigas.
La Segunda Guerra
Mundial le cogió a nuestro protagonista en el lado de los nazis. Como ciudadano
húngaro, pertenecía a un estado aliado de Hitler y fue llamado a filas por su
experiencia como piloto en la Primera Guerra Mundial. Se le permitió llevar el
uniforme de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana y pasó a servir en el Afrika
Korps del mariscal Erwin Rommel, el zorro del desierto.
Mientras que su rival
Bagnold ponía en marcha el legendario Grupo del Desierto de Largo Alcance, más
conocido como Los escorpiones del desierto, una unidad de piratas de la
arena especializada en recorrer los anchos espacios para infiltrar a comandos
tras las líneas de Rommel, Almásy fue reclutado por el servicio secreto
alemán e instruyó a los miembros alemanes del regimiento de élite Brandemburg.
Los preparó para misiones de infiltración, golpes de mano y espionaje al otro
lado del frente.
Fue el mismo Almásy el
que guió, en 1942, a un comando germano a través de Libia y Egipto para
introducir a dos espías alemanes en El Cairo. Se llamó operación Salam y
fue una de las más audaces de todo el conflicto. Tal fue su contribución a
aquella guerra que obtuvo una Cruz de Hierro, la mayor condecoración alemana al
valor. Los nazis lo rebautizaron como Ladislaus von Almásy. Cuando sus
amigos británicos como Pat Clayton, Kennedy Shaw o el propio Bagnold se
enteraron de que trabajaba para Rommel (gracias a la rotura del código Enigma)
trataron de ponerle trampas en el desierto para capturarlo. Sabían que se
enfrentaban a un rival formidable. No sólo no lo consiguieron, sino que Almásy
localizó sus bases remotas donde los escorpiones del desierto ocultaban
gasolina, agua y comida para abastecerse en sus travesías y robó todo el botín,
condenando a sus enemigos a la muerte.
Respecto a la imagen
romántica que la película ofrece de él, quizá sea aproximada pero no exacta. El
Almásy de carne y hueso era solitario y taciturno, pero también bisexual.
Estuvo enamorado de un soldado alemán y también tuvo relaciones con mujeres.
Después de la guerra volvió a encontrarse con Bagnold en El Cairo. Ambos se
respetaban demasiado como para enfadarse por su rivalidad durante la guerra.
Hablaron toda la noche. Almásy preparaba una nueva misión de búsqueda, en este
caso el ejército de Cambises, una tropa de 50.000 hombres perdido en el
desierto 525 años antes de Cristo. No sabemos si leía a Herodoto como en la
película, pero sí que no murió por haberse quemado en un aeroplano trasladando
a su amante muerta, sino de disentería años después.
Si desea volver a
visitar la cueva de los nadadores, prepare mucho dinero, una buena dosis de
crema solar y reserve 17 días de travesía por el desierto desde El Cairo con el
único turoperador que se atreve a llegar hasta allí y que descarga toda
responsabilidad en caso de secuestro por bandas yihadistas o salteadores de
caminos.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s.XX, Tardes de cine y palomitas
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