Las muertes más absurdas de la Historia: Esquilo y la tortuga que cayó del cielo
(Un texto de Javier Blanquez en El
Mundo del 27 de agosto de 2018)
A Esquilo los augures le vaticinaron
una muerte atroz: se le caería una casa encima. El dramaturgo se fue a vivir al
raso, pero ni aun así pudo escapar a su destino: la casa que le cayó fue la de
un galápago.
Cualquier momento de la Historia es bueno para tener una muerte absurda, e
incluso en el tiempo presente estamos perfeccionando maneras imaginativas de
palmarla con estilo -verbigracia, estamparse en el borde de una piscina
practicando el balconing, o cayéndose de un décimo piso intentando
hacerse un selfi-, pero si nos ponemos exquisitos habría que reconocer que no
hay muertes más exóticas, poéticas e incluso crueles que aquellas que, nos
cuentan las fuentes clásicas, se daban en los tiempos antiguos.
Se dice, valga como ejemplo, que Plinio el Viejo, uno de los eruditos más
sistemáticos y curiosos de la Roma imperial, encontró la muerte en Pompeya en
plena erupción del Vesubio, a donde acudió para estudiar de primera mano el
funcionamiento de los volcanes -padecía de asma y la congestión de humo le provocó
un ataque que le impidió respirar, y ahí se quedó. Y Mitrídates, el rey persa
cuyo nombre nos suena por el título de una de las óperas de juventud de Mozart,
murió a causa de un sofisticado método de tortura conocido como escafismo, que consiste
en encerrar al sujeto en un barril untado con miel y otros alimentos dulces
para atraer a los gusanos, las moscas y toda clase de alimañas que, poco a
poco, a la vez que van anidando en la putrefacción generada por el alimento
podrido y las heces, devoran al pobre reo. Mitrídates, por lo que parece,
resistió 17 días a tan repugnante tortura.
La lista, por supuesto, podría seguir para deleite de gente morbosa. Ahora
bien, muchas de estas muertes clásicas puede que sean, en realidad, historias
apócrifas que se han transmitido como verdaderas, sostenidas por las pocas
fuentes que han sobrevivido a los incendios de bibliotecas y saqueos de
patrimonios regios.
Es por ello que en la antigüedad abundan los muertos por ataque de risa (Crisipo
de Solos), o por fallos en la respiración debidos a la rápida lectura en voz
alta de un texto, que es una de las causas de fallecimiento atribuidas a Sófocles,
al parecer tras recitar un monólogo de su Antígona sin pausas ni
siquiera para tomar aire (hay otra versión que afirma que fue atragantándose
con una uva a la que no le quitó la semilla). Y qué decir de Heráclito, el
primer filósofo de la naturaleza, el teórico de la realidad cambiante (panta
rhei), que aparentemente murió devorado por unos perros famélicos que acudieron
por el olor de su cuerpo tullido, que había intentado curar tapando sus heridas
con un extraño emplasto de heces.
Pero si hay que identificar una historia que todavía nos llene de alborozo
y nos fascine por su desarrollo argumental insólito, esa sigue siendo la de Esquilo,
uno de los padres -junto a Eurípides y al mencionado Sófocles- de la tragedia
griega y, por tanto, el cimiento solidísimo de los grandes temas literarios de
nuestra civilización. Según explica Valerio Máximo en sus nueve libros de los Hechos
y dichos memorables, el anecdotario más suculento de los tiempos
precristianos, a Esquilo le pronosticaron los augures una muerte atroz: se le
caería una casa encima, así que llegado el momento decidió, por miedo a que se
le derrumbara un techo, que viviría desde entonces y en adelante a la
intemperie.
La historia del hado nefasto presentado ante el autor de la Orestíada
y Los siete contra Tebas seguramente sea una invención, pero en la
antigüedad estas cosas de la futurología no se tomaban a la ligera, así que
resulta completamente creíble: por entonces se visitaba al oráculo de Delfos y
se le tomaba la palabra, se abrían las vísceras de las reses, se desconfiaba de
las aves que aparecían a la izquierda del camino -de ahí viene la palabra sinistrum
para identificar lo que da yuyu-, así que si el pronóstico de tu muerte es la
caída de una casa, lo más prudente es no tener casa, evitar los techados, las
cuevas e incluso las copas de los árboles: mejor una vida errante y homeless
que una muerte humillante en plena hora de la siesta.
No contaba Esquilo con que la realidad se transformaría en literatura, como
él había hecho con la historia y los mitos, y que de este modo la vida le sería
arrebatada por medio de una metáfora. Su muerte no es la más lírica de la
antigüedad, ya que ésa le corresponde con todos los honores al poeta chino Li
Po -borracho en su barca, murió ahogado tras intentar abrazar el reflejo de la
luna en un río-, pero no le va a la zaga. Paseando por el campo, Esquilo
recibió el impacto de una tortuga en plena cabeza, arrojada por un águila que
sobrevolaba el cielo. Versión antigua de la actual y frecuente muerte causada
por el golpe de un coco desprendido del cocotero, la tortuga de Esquilo es
ridícula por los factores en juego, y fascinante porque, en efecto, y como
pronosticó el oráculo, fue una casa la que le cayó encima: la del pobre
galápago, que tenía que ser alimento del ave rapaz y que acabó siendo el primer
misil tierra-aire de la Historia.
Fecha de la muerte: 456 a.C.
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