Zafadola, el último rey moro de Zaragoza
(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 9
de diciembre de 2018)
Alfonso I tomó Zaragoza hace ahora nueve siglos, pero no la
ganó a su rey moro, exiliado y bajo su protección, a quien dio amparo y tierras
en Rueda y Borja.
El rótulo zaragozano dice, a la antigua usanza (mucho
más inteligente que la moderna, muy embrutecida), "Calle Alfonso I. Rey Aragonés. En 1118 conquistó Zaragoza a los
almorávides". En efecto, el belicoso Alfonso Sánchez, rey de
Aragón, conquistó el reino musulmán de Zaragoza cuando ya no era reino, porque
el rey había sido destronado ocho años antes y andaba en el exilio. Los almorávides, rigoristas islámicos del
Magreb profundo, habían expulsado a la refinada familia yemení de Ibn Hud, de
pura cepa árabe.
Pero la victoria les duró poco, por obra del
contundente Alfonso, deseoso, como antes su padre Sancho y su hermano Pedro, de
adquirir la totalidad del territorio que había gobernado el derrocado rey hudí
y que constituía la dilatada frontera norte del islam en Europa. La capital, bien resguardada por sus
murallas, cayó por etapas. El 11 de junio, Alfonso se hizo con la acastillada
Aljafería, desde la que pudo controlar el Ebro por las dos orillas y
cerrar el cerco a Saraqusta. Aislada de posibles refuerzos, sus gobernantes la rindieron el 11 de
diciembre (el martes hará nueve siglos exactos) y convinieron en que el
aragonés entrase como vencedor a los siete días. Y así fue.
No había ya rey moro en Zaragoza,
pero el rey moro de Zaragoza existía, solo que huido. Los almorávides se apoyaron en zaragocíes rebeldes
que los consideraban más capaces de oponerse al constante embate de los tres
últimos reyes aragoneses. En pocos años, habían arrebatado a la dinastía hudí
las significativas plazas de Huesca y Barbastro, con sus distritos y los
almorávides, ya asentados en Valencia, quisieron asumir la lucha que elrey Abd
al-Malik no sabía dirigir. Tampoco ellos supieron. El desdichado se había titulado Imad al-Dawla (‘Pilar de la dinastía’),
mote copiado a su bisabuelo, el sabio y victorioso Ahmad Abu Jafar (de donde Al-jafería), llamado también al-Muqtadir
billah, ‘El Poderoso por la gracia de Dios’. (Los apodos de todos los hudíes
fueron muy devotos: el hijo de Ahmad fue Al-Mustain, ‘El Encomendado a Dios’, y
su nieto, Al-Mutamin, ‘El que fía en Dios’).
El último hudí
El rey moro huido en 1110
murió trasterrado en 1130, rigiendo un
pequeño señorío centrado en Rueda de Jalón y en Borja. Allí, con la interesada venia
de Alfonso I, mantuvo su reivindicación y molestó en la medida de sus fuerzas a
los almorávides, combatiendo junto al Batallador.
Su hijo también se tituló
rey, pero nunca pisó la añorada Zaragoza: Abu Jafar Ahmad ibn Abd al-Malik ibn Hud, al-Mustansir billah Zay
al-Dawla, motes que valen por ‘El que busca la ayuda de Dios’ y ‘Espada de la
Dinastía’, respectivamente. Los
cristianos convirtieron el segundo cognombre (que sonaba como ‘zaifaldaula’) en
Zafadola y así se le conoció entonces y se le llama hoy. Detestaba a los
almorávides. Se sometió a Alfonso VII de León, que lo invitó a su coronación
imperial en 1135 y diez años después estaba buscando por su cuenta apoyos para
reinar en Córdoba, Jaén, Granada y Murcia. No tuvo mala acogida y se creyó con fuerza
para alzarse contra Alfonso VII, espejismo que le costó ser preso en combate, en Chinchilla de Montearagón, junto a
Albacete. Tras la batalla, fue ejecutado.
La académica María Jesús Viguera recuerda que aún aparece en la historia un último hudí, descendiente
del desventurado Zafadola. También cayó en batalla, en 1238, contra los
almohades, la oleada de integristas africanos que sucedió a los almorávides en
el dominio de Al Ándalus.
Cosas de Saraqusta
Son muchas las anécdotas que los cronistas arábigos
recogen sobre el reino zaragocí. Por ejemplo, esta. Abu Bakr Yahyá al-Gazzar
as-Saraqustí, escribía en árabe y también en romance, idioma de los cristianos
vencidos. Enamorado de un mozo forastero, que le correspondía, pero cuya
presencia le era vedada por el arraquibe o tutor del muchacho, sonaba así su
verso nostálgico, que traslado fonéticamente, a partir de una transcripción de
Alberto Montaner: "C’adaméi filiol alieno ed éll ad mibe /quérello de mib
vetare seu arraquibe". ‘Porque amé a un chico forastero, y él a mí, me lo
quiere vedar su mentor’.
Y también puede destacarse la que narró, doscientos
años más tarde de estos episodios, el
historiador marroquí Ibn Idari, sobre el triste final del gran al-Muqtadir,
hacedor de la Aljafería. Algunos dicen que murió a causa de un perro,
quizá infectado de rabia. Pero Ibn Idari describe una muerte humillante y
temible, sobrevenida como castigo de Alá. En palabras del investigador libanés
Afif Turk, "Dios lo afligió en su cuerpo con una enfermedad que le hizo perder
la razón y la inteligencia, y murió ladrando como los perros, porque había
ordenado matar a un hombre piadoso que fue a amonestarle por los muchos
impuestos que ponía en su país". Hacienda siempre dando problemas a la
gente.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XII
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