Muralla de pumita blanca

 (La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 25 de agosto de 2019)

 Trato de imaginarme una Zaragoza sobre cuyo cielo flota y se exhibe una especie de boina de intensa luminosidad blanca, tan rotunda que se deja ver las veinticuatro horas del día, tan resplandeciente que se anuncia a kilómetros de distancia. Carrusel de luz apotropaico, que rechaza el mal y propicia el bien; resplandor profiláctico, que ahuyenta influjos malvados. Eso soñaron los geógrafos musulmanes que, en el arranque de la Baja Edad Media, escribieron descripciones de una Saraqusta de maravillas. […] se asoció semejante asombro a que las murallas que protegían el núcleo urbano más importante de la Marca Superior se habían ensamblado con sólidos bloques de una suerte de prodigioso mármol blanco, puede que alabastro o piedra de sal.

«Lo maravilloso de la arquitectura de esta ciudad escribió un anónimo de al-Andalus, traducido por el arabista L. Molina, es que está rodeada de un foso cuyo muro está hecho de pumita blanca desbastada, de apariencia marmórea y con los bloques machihembrados (...). Se la llama la Blanca porque irradia una luz brillante. (...). En ella no se pudre ni se corrompe ningún alimento, se puede encontrar allí trigo de cien años, uvas rojas de seis, higos, melocotones, granos, manzanas, peras y mirolábanos de cuatro y habas y garbanzos de veinte. Tampoco se estropean la madera ni la ropa». ¡Vaya con Zaragoza y sus murallas!, quién sabe si construidas por «los godos que habitaron al-Andalus en la época de Moisés».

La ortodoxia, anclada en razonables estudios, señala que las murallas que se encontró el islam fueron levantadas allá por época tardorromana. Se les supone un rectángulo de 910 m de largo y 540 de ancho, capaz de proteger en 44 hectáreas a unos 12.000 habitantes. ¿Es segura la datación? Tras años de estudio, hace tres el arqueólogo Juan Paz cuestionó todo en trescientas páginas publicadas bajo el incontestable paraguas de la Institución Fernando el Católico: gran parte de lo que hoy consideramos murallas romanas fueron obra de época islámica, conclusión a la que llegó tras analizar, sobre todo, los torreones que permanecen en pie. Paz declaraba a HERALDO: «Esos cubos debieron construirse entre los años 1065 y 1075, cuando al-Muqtadir vio peligrar la taifa, reconquistó Barbastro y decidió hacerse fuerte en la ciudad. Cuando lo logró, y la muralla estuvo terminada y Zaragoza segura, se lanzó a la conquista del litoral Mediterráneo (...). Es entonces, además, cuando se construyó su palacio, la Aljafería».