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martes, diciembre 29

Almansa (Albacete), 25 de abril de 1707: la batalla que asentó a los Borbones

 (Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo de Hoy del 22 de junio de 2007)

Felipe V, el primer Borbón de España, tenía casi perdido el trono frente al pretendiente austriaco. En Almansa le dio la vuelta a la guerra.

Las antiguas monarquías salieron de los campos de batalla, los guerreros victoriosos se convertían en reyes, como don Pelayo en Covadonga. La Casa de Borbón se asentó en el trono de España en un combate que cambió nuestra historia: la batalla de Almansa.

La falta de hijos de Carlos II dio lugar a una guerra que primero fue mundial y luego civil. España era todavía una primera potencia, aunque fuese en decadencia, y poseía entre Europa y América el mayor imperio conocido. El conflicto sucesorio daba a otros países la oportunidad de apoderarse de algo de ese imperio. Francia, Inglaterra, Austria y Holanda se repartían la piel del oso antes de cazarlo. Todavía en vida de Carlos II negociaban repartos: Nápoles para ti, Flandes para mí, Milán para el otro...

Testamento

Había acuerdo en aceptar como rey de España al designado por Carlos II en su testamento, José Fernando de Baviera, nieto de su hermana la infanta Margarita, la de las Meninas. Era hijo de un soberano de tercer rango, el elector de Baviera, no parecía amenaza para nadie y tendría que aceptar el desmembramiento del imperio español.

Pero José Fernando murió antes que Carlos II, y entonces quedaron frente a frente dos candidatos de peso. Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV, y el archiduque Carlos, hijo del emperador de Alemania. Cualquiera de ellos reinando en Madrid reforzaría demasiado a Francia o a Austria, desequilibraría los poderes mundiales.

Carlos II, tras oír a juristas, teólogos y órganos políticos, designó heredero al primero, que era nieto de su hermana mayor, María Teresa, y por tanto biznieto del rey Felipe IV. Tras la muerte de Carlos II en 1700, Felipe de Borbón vino a España, fue reconocido por las Cortes y comenzó a reinar con el nombre de Felipe V.

Casi a la vez comenzó una auténtica guerra mundial no sólo en las posesiones españolas ambicionadas por las potencias, los Países Bajos e Italia, sino también en el centro de Europa. En 1704 la guerra llegó a España. Desde Portugal, los confederados austracistas, es decir, ingleses, holandeses y portugueses, que apoyaban al austriaco, nos invadieron. Y por si eso no fuera bastante desgracia, el conflicto se convirtió en guerra civil. Desconfiando del centralismo borbónico, los Estados de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia) se declararon por el archiduque.

No podemos resumir aquí los avatares de la Guerra de Sucesión, pero iba muy mal para Felipe V, que llegó a abandonar temporalmente Madrid a Carlos III.. En la primavera de 1707 ambos bandos se dispusieron a un choque decisivo. Los austracistas veían la oportunidad de establecer definitivamente la superioridad militar que le daban los tres ejércitos invasores. Para los borbónicos, que habían recibido el refuerzo de un ejército francés, era la ocasión de invertir el mal rumbo de la contienda.

Frontera

El escenario sería el llamado Corredor de Almansa, un llano junto a la villa del mismo nombre en las estribaciones de La Mancha, frontera de Castilla con Valencia. Allí iba a tener lugar la batalla más cosmopolita jamás librada en nuestro país, entre los ejércitos de España, Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal. Los confederados estaban muy altos de moral. Acostumbrados a la victoria, pecaban de excesiva confianza. Berwick, jefe del Ejército de las Dos Coronas (el hispanofrancés), hacía extraños movimientos, retiraba las tropas de las poblaciones fronterizas. En realidad estaba agrupando fuerzas, pero daba la sensación de que abandonaba las plazas al enemigo. Los propios españoles desconfiaban de aquel general inglés al servicio de Francia; los confederados creían que era incapaz de luchar. Envalentonados con esto, se lanzaron a la ofensiva por terreno desconocido y en inferioridad de número. Entraron alegremente en terreno castellano hasta que un lunes de Pascua, 25 de abril de hace justo tres siglos, se toparon con el Ejército de las Dos Coronas, bien desplegado al pie del castillo de Almansa. Sin más evaluación se lanzaron al ataque. Su ímpetu obtuvo un premio que sería castigo. La línea borbónica cedió por el centro.

Los confederados llegaron incluso a las primeras casas de Almansa, creían haber ganado la batalla, pero la superioridad numérica le permitía a Berwick contar con reservas. Las situó a ambos lados de la brecha, y ésta se convirtió en una trampa de fuego para el enemigo. La inesperada mortandad desconcertó a los confederados, que emprendieron la retirada. Los borbónicos se lanzaron entonces al ataque, provocando la debacle austracista. De 16.000 hombres, sufrieron 5.000 bajas y 10.000 prisioneros, según Berwick, aunque sus cifras son exageradas.

En todo caso, la victoria era tan apabullante que cambió el curso de la guerra. Todavía tendría vaivenes, pero Felipe V salvó en Almansa la corona que tenía casi perdida. Malborough, el gran general inglés victorioso en los teatros europeos, dijo al conocer la batalla: “Este desgraciado suceso de España ha hecho retroceder todo... Lo mejor es simular que estamos dispuestos a continuar la guerra para obtener una paz honrosa”.

Ejércitos cosmopolitas

Además de los ejércitos de cinco naciones, Almansa fue la babel habitual en las guerras de la época. El ejército español, por ejemplo, tenía regimientos italianos y belgas, además de mercenarios suizos. Pero el rasgo más cosmopolita es que al frente del ejército francoespañol había un inglés, y al ejército inglés lo mandaba un francés. El primero era James Fitz-James Stuart (en el grabado), hijo bastardo del destronado rey de Inglaterra Jacobo II. El segundo, Henri de Massue de Ruvigny, conde de Galway, un noble hugonote (protestante francés).

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