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sábado, marzo 27

La segunda mujer del rey Fernando

(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 24 de abril de 2016)

El moribundo rey Fernando expresó afecto y admiración por su joven esposa francesa, la reina Germana, que dejó encomendada a las gentes de la Corona de Aragón.

Algunos cronistas dicen, de modo efectista e incomprobable, que Fernando el Católico no pensaba en una muerte inminente, pues se le había vaticinado que llegaría a ver Tierra Santa en manos cristianas. Según eso, aún debería estar vivo. Tal como encaja mal con su reiteración en testar, y tres veces, entre 1512 y 1516, año de su muerte. Sus voluntades de 1515 y 1516 pueden cotejarse en un reciente libro de Calderón y Díaz (Institución Fernando el Católico, 2015). El rey se siente muy mal y, según Pedro de Anglería, «no sabe ni a dónde dirigirse ni qué es lo que quiere». Agotado e irascible, incluso se resiste a recibir al cardenal Adriano de Utrecht (que pronto sería Papa), enviado al rey como embajador por su nieto, el futuro Carlos I, a quien no conoce físicamente, por haberse criado en Flandes: «No viene sino a ver si muero», alegaba.

Purgando pecados

La hora de la muerte desata la bolsa del soberano. Entre otras mandas piadosas, deja una, cuantiosa, para redención de cristianos cautivos «en tierra de infieles»; y otra, equivalente, para dotar a huérfanas casaderas y a pobres vergonzantes, siempre «mirando mucho se den a los que más necesidat tuvieren», sin atender a favoritismos, sino como hubiera gustado «a nuestro Señor y fuere a su servicio».

Tiene miedo de no haber servido a la justicia «con aquella diligencia y rectitud que debíamos, poniendo y tolerando oficiales y ministros» inadecuados. Gran falta, en verdad, contra la moral y la equidad y lección para nuestros días. Para lograr el perdón divino, ordena limosnas a ciertos establecimientos religiosos. Entre ellos, el aragonés monasterio jerónimo de Santa Engracia, «en la ciudat de Çaragoça», que él mandó edificar opulentamente. Lo favorece de forma que puedan vivir en él cincuenta monjes, los cuales a diario dirán una misa por su alma, y advierte que deben asignarse fondos para concluir las obras que hubiere pendientes. No en vano figura Fernando, con la reina Isabel, en la fachada del templo, que aún continúa en pie, a pesar de tantos daños como lleva sufridos.

Elogio de la bella Germana

Junto a las menciones de amoroso respeto y admiración que, como marido, hombre y rey, dedica a su añorada primera esposa, Isabel I de Castilla, dirige tiernos y no menos sinceros elogios a la segunda, Germana de Foix, princesa francesa de sangre real. Cuando casaron, en 1505, Fernando, con 53 cumplidos, recibió una esposa de solo 18. La pareja vivió en armonía un decenio largo. Tuvo un hijo, Juan, muerto a las pocas horas, de quien se dice, no sin alguna ligereza, que hubiera heredado la Corona de Aragón separada de la de Castilla.

Fernando cuenta que casó con Germana por razón de estado. En sus propias palabras, «por las cosas arduas y de grande importancia que estaban por suceder en los reynos de Castilla y en los otros reynos nuestros. Por el bien, sosiego y paz de todo, fue conveniente fiziéssemos casamiento con la sereníssima reyna doña Germana».

La boda política que salió bien

El rey se sintió bien servido políticamente por su nueva esposa, a la que encomendó misiones de gobierno y representación. Casar con «nuestra muy cara y muy amada mujer, como hasta aquí se ha visto, ha hecho el fruto, y ha puesto en todos los reynos el reposo y asiento que del dicho casamiento se esperaba».

Se muestra, pues, satisfecho de su decisión, tomada no sin antes haber probado otras medidas («después de haver ya pasado por otros medios») para lograr el aquietamiento de las tensiones internas y externas que dañaban el equilibrio y la unidad de aquella Monarquía recién unificada. Tal fue el «principal fin y fundamiento» para casarse de nuevo, en palabras del rey moribundo.

A esta unión atribuye «pacifficatión y sosiego en todos los reynos, en tiempo y sazón que fue necesario», esto es, cuando hizo falta. Germana tomó a pecho y como propias «las cosas destos reynos, teniendo en ellas el mismo zelo y respeto que Nos», trabajando por su «paz y sosiego» en cuanto se le ha alcanzado. Y fue «muy amadora y zeladora de nuestra persona, salud y estado», tratando a los hijos y nietos del rey «como de propios suyos».

Fernando ensalza a Germana, porque «verdaderamente hemos hallado mucha virtud» en ella y por «tenernos grandissimo amor. Y, así, nos la amamos mucho, entrañable y verdaderamente». Provee a la viudez de esta esposa con «mucha obediencia y amor muy entero y verdadero». Pide a los súbditos de la Corona de Aragón que la acaten y respeten y lo mismo encarga a Carlos, su nieto y sucesor, que cumplió (hay quien dice que en exceso).

Este año ha hecho medio milenio de que el rey se mandó enterrar vestido de dominico, orden fundada por el español Domingo de Guzmán y sostén de la Inquisición, inicialmente muy mal recibida en la Corona de Aragón.

 

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