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sábado, junio 26

Falacias en la serie ‘Carlos, rey emperador'

(La columna de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 11 de octubre de 2015)

Las series históricas emitidas por TVE sobre la historia de España en la época de formación de la nación histórica incluyen falsedades difícilmente justificables.

Debo consolar a la criatura que escribe esto en la red: «Me ha dado penita la muerte del cardenal Cisneros. Qué rabia cuando queman, sin ni siquiera abrirlo, su testamento con los consejos al joven Carlos. Tantos desvelos para mantener unida la Corona de Castilla y te pagan así». El testamento del cardenal fue escrito en tres veces, entre los años 1512 y 1517, fecha de su muerte. Y nadie lo quemó. Su quema es un intragable invento de la serie sobre Carlos I que está emitiendo TVE. El testamento ni siquiera tiene el aspecto con que la película engaña al público: no es un mero folio doblado y sellado con lacre, sino un librito en vitela, que mide 225 x 335 x 15 mm. Lleva la firma de Cisneros, va precedido de un escrito papal, y está guardado en el Archivo Histórico Nacional de Alcalá de Henares, donde puede verse sin más que la autorización oportuna. Está entero, con sus treinta y nueve cláusulas y dos codicilos posteriores que lo perfeccionan. Y no contiene consejos a Carlos I.

Memeces absurdas

Es una absurda memez, y no la única, de esta serie, cara y cuidada en otros aspectos, como lo fue su precedente, dedicada a Isabel de Castilla. En esta, los reyes recibían todo el tiempo el anacrónico tratamiento de 'majestad' y se llamaba pertinazmente 'eminencia' a quien no era cardenal (sin contar con que ese tratamiento a los cardenales es del siglo XVII, no del XV). Si Cisneros no pasaba de ‘ilustrísimo y reverendísimo', el arzobispo Carrillo, uno de los malos de la serie anterior, no hubo de ser más. Las ficciones históricas pueden fabular, pero no deben incluir hechos contrarios a la verdad documentada. Una cosa es suplir lo que se ignora o adornar lo que se sabe y otra, mentir a sabiendas. No es de recibo presentar a Fernando de Aragón soltando denuestos contra el médico hebreo Cresques Abiatar, que remedió, en dos operaciones sucesivas la doble ceguera del anciano rey Juan II de Aragón y Navarra, padre de Fernando. El cirujano, que vivía en Lérida, además de sus conocimientos de oftalmología y de su extraordinaria habilidad manual, consultó la disposición de la bóveda celeste, como hacían casi todos en su tiempo, empezando por los monarcas cristianos. No obstante, Fernando dice airadamente a su padre: «Vais a poner vuestra salud en manos de un judío y sus supersticiones». Un abuso culposo del guion.

Estorba mucho a la comprensión de los hechos que se presente a Carlos I, recién llegado a sus reinos españoles, con un dominio absoluto del castellano, lengua que desconocía casi del todo, al revés que su hermano menor, Fernando. No fue esta ignorancia un factor secundario en los recelos que suscitó, pero el hecho no ha querido ni aun darse a entender con la simulación de un acento extranjero.

Debe, en fin, entenderse como una ligereza, que incluye una clara falta de respeto al público, la fórmula que jura el joven rey ante las Cortes castellanas y que nunca fue requerida de ningún monarca, ni en Castilla ni en Aragón, de donde se la suponía originaria: «Nos, que valemos tanto como vos, os hacemos nuestro rey y señor siempre que guardéis nuestros fueros y libertades y si no, no», enuncia un prócer en la filmación. A lo que Carlos responde sencillamente: «Juro».

El Fuero de Sobrárbe

El texto del Fuero de Sobrarbe es una invención, de la cruz a la raya, del cronista aragonés Jerónimo Blancas, en el siglo XVI. Lo compuso con retales tomados de fuentes anteriores (Viana, Sagarra) y es asunto bien estudiado y conocido tanto fuera (Giesey, 1968) como dentro de casa (G. Colás, 2013). Blancas daba por bueno tal juramento en el siglo IX y lo escribía en romance, y no en latín, «para conservar su enérgica gravedad». Según la traducción de Blancas por Manuel Lasala en 1868, «se tiene entre nosotros por tradición antigua y derivada de los primitivos tiempos, que nuestros mayores, en el acto de alzar rey, procuraban refrenar la soberbia que naturalmente inspira tan alta dignidad, dirigiéndosele en estos o semejantes términos: 'Nos tan buenos como vos e que podemos más que vos, tomamos a vos por rey: con que haya siempre entre vos y nos uno que mande más que vos' (el justicia)».

Este ridículo exceso no puede ser tomado por gazapo, sino como ligereza dos veces irrespetuosa con la verdad: el texto es falso; y, de ser cierto, Carlos no hubiera podido jurar de ese modo en Castilla. Esta clase de licencias no obedece al ahorro de dinero, ni a la mejora dramática. Colar a los espectadores tales falsificaciones es cosa de frivolidad, comodidad o capricho, lo que acerca la serie ‘histórica' a la patraña. Es difícil justificar tantos descuidos en producciones brillantes y costosas, que siguen muchas personas interesadas en la historia de España.

Que abunden los asesores bien retribuidos es una agravante para estas descaradas faltas emboscadas en el guion.

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