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viernes, agosto 6

Pablo Ruiz Picasso, de visita en el Matarraña

 (Un texto de Antón Castro en el Heraldo de Aragón del 10 de febrero de 2018)

El artista malagueño pasó dos veranos en Horta de San Juan en 1898 y en 1909, y recorrió algunas poblaciones de Aragón, y estuvo en Zaragoza en 1934, en un viaje incógnito.

Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) es un pintor genial, decisivo para la historia del arte y la modernidad, y a la vez controvertido. Como ha vuelto a recordar, con sus particulares modales, Albert Boadella, que le dedica su último trabajo. El omnipresente Carlos Saura lleva algún tiempo aplazando su rodaje del 'Guernica' y Antonio Banderas, que le da vida en una serie, no encuentra tiempo para ser el protagonista de la película del realizador oscense, de 86 años. Picasso ha tenido algunos vínculos; un tanto borrosos, con Aragón, como se encargó de probar hace años Jaime Esaín o como recuerda ahora, en la revista ‘Aragón', de nuevo, el pintor y diseñador Paco Rallo.

¿Estuvo Pablo Picasso en Aragón? Podría afirmarse que sí. Al menos en tres ocasiones y en distintos lugares. Horta de Ebro, luego Horta de San Juan, fue su primer destino en 1898 y en 1909. Estuvo en el Matarraña, en Lledó, Cretas, posiblemente en Beceite y Calaceite, en ese inicial contacto. Pablo Ruiz Picasso, que ya empezaba a demostrar su virtuosismo y su magnífica mano, acudió a la localidad a pasar parte el verano en la casa de su amigo Manuel Pallarés. Ambos estudiaban arte en Madrid. Fue como una cura de reposo porque le el malagueño padecía escarlatina.

El verano de la escarlatina

Vivieron unas semanas estupendas. Y aprovecharon para dar rienda suelta a sus impulsos: salieron de paseo, contemplaron ese paisaje especial, de atmósfera y olor mediterráneos, con almendros, viñas y oliveras, y parece más que seguro que asistiesen a distintas escenas de fiestas populares, donde asomarían los típicos trajes, la jota y el cachirulo. Se ha escrito, no solo por los citados Esaín, Rallo o Julián Gállego, en estas páginas, que se bañaban en los ríos Algás y en el Matarraña de aquel entorno.

Incluso el propio Jaime Esaín, llevado por el arrebato de lo probable y algunos testimonios, ha escrito que Pablo Picasso aprendió a nadar en el río Matarraña. No sería descabellado en modo alguno. Al fin y al cabo el joven pintor «quería aliviar el intenso calor del verano». Picasso resumió esa estancia con una frase que lo dice toda «Todo cuanto sé lo aprendí en el pueblo de Pallares».

Aventuras en el paisaje

Si el Matarraña es un río ya legendario, cargado de historias, reales y fabulosas, quizá debiera sacársele más partido a esta conjetura. «El Matarraña, el río donde Pablo Picasso aprendió a nadar», podría ser un eslogan. Paco Rallo añade en la revista ‘Aragón' del SIPA: «También se conoce que pernoctaban en cuevas, dado que las jornadas de excursión duraban varios días; les acompañaba un gitanillo de la zona que llevaba la mula acarreando lo imprescindible, tanto para la supervivencia como las necesarias herramientas de pintor de los dos artistas», recuerda Paco Rallo en su artículo. En HERALDO, en la página que se le dedicó para conmemorar sus 90 años en 1971, se decía: «Aprendió seguramente a conocer el campo, los oficios rurales y manuales, las técnicas rudimentarias de la labranza, recolección o pastoreo, y acaso, como apunta Palau, "su buen catalán, más vivo que el de Barcelona, tan deteriorado en aquel entonces».

La segunda estancia, once años después, fue determinante para el arte. En la casa solariega de los Pallarés, el pintor de continuas metamorfosis que iba a ser Pablo Picasso experimentó un cambio radical que ya se había producido con 'Las demoiselles de Avignon' en 1907, y el paso a una producción que, en el fondo, nunca abandonó del todo: el cubismo. Picasso recordaría para siempre estas dos temporadas con varias obras: el cuadro 'Costumbres aragonesas' (1899), de gran formato, perdido, que fue galardonado con la Mención de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes y con la medalla de Oro de la Exposición Provincial de Málaga.

El padre de Manuel Pallarés le regaló el lienzo. En el Museo Picasso de Barcelona se exponen algunos bocetos y dibujos, en diversos cuadernos, como 'Niño aragonés', 'Pareja festejando' y 'Tres apuntes de tipo aragonés'.

Jaime Esaín decía en 2013 en HERALDO que Picasso había pintado otras obras de ambientación aragonesa y citaba 'El guitarrista en la taberna', que se halla en Zúrich, y 'Campesinos bailando la jota', que se exhibe en el Museo Wuppertal (Alemania), pero hay constancia de que haya más obras de procedencia aragonesa incluso en la colección Kogler en San Antonio, Texas. Picasso fue uno de los grandes amigos del escultor Pablo Gargallo, y le regaló dos dibujos para que viniese a España a casarse.

La tercera estancia en Aragón la documentó Manuel Abril en la revista 'Blanco y negro' de ABC', y la ratificó luego su biógrafo Josep Palau i Fabre. Picasso, en el verano de 1934, en un tiempo en que se decía de él que «era un fracasado», realizó un viaje incógnito por España («la única nación que le desprecia cuando las demás le encumbran», escribe Abril), pero no solo eso: «estuvo en San Sebastián, Burgos, Madrid, El Escorial, Toledo, Zaragoza y Barcelona.

Visita secreta a Zaragoza

«Así lo atestigua Palau tras repetidas conversaciones con Picasso (...) De su paso por Zaragoza, ignoramos todo. ¿Qué hizo, qué vio por nuestra ciudad en el verano de 1934»?, escribió Julián Gállego el 12 de octubre de 1971 en HERALDO, coincidiendo con los 90 años de Picasso.

Su imaginación poética y plástica le lleva a decir que si habría visto a «los limpiabotas de los porches, a los quintos del paseo, a los viejos del monumento a los Mártires, probablemente llamaría más la atención Olga Picasso, que algo conservaría de su pasada belleza, que aquel pequeño andaluz de ojos penetrantes. Lo imagino asomándose al puente de Piedra para ver el Ebro, con cuyo nombre quiso bautizar el pueblo de Horta tantos años antes; o atravesando los jardines de la huerta de Santa Engracia, al salir del museo, admirar un par de retratos de ese aragonés que tanto influiría en su manera de pintar y de sentir: Francisco de Goya».

Años después, tres pintores del Estudio Goya de Zaragoza Luis Esteban, José Plou y Mariano Villalta iban a Roma a ganar el jubileo en el año santo de 1950. Empujaban un carro en el que llevaban su equipaje y los papeles, pinceles y lienzos. Tenían la idea de ir pintando el paisaje y de organizar exposiciones ambulantes y rápidas. Al pasar por Vallauris, cerca de Antibes, en plena Costa Azul, recordaron que allí vivía Picasso. Se encorajinaron y decidieron ir a verlo. El pintor siempre agradecía las noticias de España. Acudieron a su domicilio, los recibió con gran alegría y los invitó a comer. Rehusaron, pero aceptaron un café y fueron testigos del rodaje de un corto en la casa de Picasso. Quizá recordasen la estancia fugaz de Picasso en Zaragoza en 1934.

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