Cabezudos: siglos de insultos y trallazos
(Un texto de David Navarro en el Heraldo de Aragón del 11 de octubre de 2015)
La comparsa de Zaragoza es quizá la más divertida y representativa de España, y su origen se remonta a la Edad Media. [En 2015] la familia crece con un nuevo personaje, la cigarrera del Tubo Serafina.
«Su mansión es la Lonja, y de ahí no se aparta una nube de chicos. Son de distintos colores, pues hay cabezudo descolorido y cabezudo negro, y les dicen su nombres y apodos y se forma una contienda entre ellos. El negro es el mayor perseguidor de la pequeñez, blanco de sus sátiras y pueril mordacidad». La descripción podría corresponder a una crónica de la comparsa de gigantes y cabezudos en las fiestas del Pilar de este año, pero corresponde a dos siglos atrás. Fue escrita por Isidoro Ased en sus crónicas de 1807, lo que demuestra lo arraigado de la tradición de los cabezudos y lo poco que han cambiado algunas costumbres de las fiestas del Pilar. Al menos en lo que a la chiquillería corresponde. La de Zaragoza es una comparsa dinámica, que ha crecido y cambiado con los siglos, y que [en 2015 recibió] a una nueva integrante: Serafina, la cigarrera del Tubo, que hoy será bautizada.
«No solo es incierto el origen de la comparsa zaragozana, también el de los cabezudos en sí es desconocido. Puede estar vinculado a la necesidad de cubrir la cara, al estilo del Carnaval. Durante la Edad Media aparecían en festividades como coronaciones, bodas, pero sobre todo en la procesión del Corpus. Desde finales del XV, ya salía la comparsa, acompañada de los gigantes y junto a dragones formidables, máscaras, carros... Su función ha sido siempre impresionar, sobrecoger o divertir», señala el cineasta aragonés Domingo Moreno, autor del documental 'La comparsa recuperada', que muestra el largo viaje de los cabezudos zaragozanos desde la Edad Media y hasta nuestros días. «Nuestra comparsa es de las más representativas de España, sabemos que en 1659 ya se consideraba tradicional en Zaragoza, y se componía de dos gigantes vestidos de hombre y mujer, cuatro cabezudos y dos caballitos, todos propiedad del municipio», señala Moreno. Y destaca que las del pasacalles son figuras simbólicas, se cree que aparecieron como compañía de los gigantes, los verdaderos protagonistas de las antiguas procesiones. Esas enormes figuras solían ser cuatro, y representaban a las partes del planeta conocidas: Europa, Asia, África y el Nuevo Mundo. Custodiaban las carrozas y acompañaban solemnemente a los símbolos religiosos, mientras los cabezudos corrían espantados delante de la comitiva. «Y esa divergencia hace pensar que el gigante personifica el bien y los cabezudos, el mal», considera Moreno en el documental. Por eso son tan grotescos, tienen rasgos que superan los de la caricatura, y esa sería la razón por la que van con su látigo provocando una mezcla de miedo y risa. Los gigantes, sin embargo, siempre mantienen su dignidad, incluso en sus famosos bailes.
UNA COFRADÍA VIVA. Santiago Arche destaca la historia tan creativa y original de la comparsa zaragozana. A sus 21 años, este estudiante de Márquetin es uno de los zaragozanos que más sabe de los cabezudos de la ciudad, no solo de los del Ayuntamiento, también de los que salen en cada barrio de Zaragoza. Incluso ha formado su propia comparsa, la Colla de Amigos de los Cabezudos, que sale en pueblos que carecen de agrupación.
«Cada barrio tiene su propia comparsa, y los cabezudos son idénticos porque los hace en serie Aragonesa de Fiestas, que además fabrica para toda España e incluso exporta a todo el mundo. Pero los del Ayuntamiento son muy especiales, ya sea los construidos en el siglo XIX, los reformados en 1964 o la comparsa actual, que está en la calle desde 2001», considera. Fue en 1860 cuando el escultor zaragozano Félix Oroz decidió dotar de personalidad propia a cada una de las figuras. El Berrugón era un corregidor con casaca y sombrero de tres picos; el Tuerto, un médico de mal carácter que recuerda a José Bonaparte; el Morico era un criado que había traído de Cuba el Conde de la Viñaza de Cuba para cuidar sus caballos, y el Forano era un pueblerino poco educado que venía a Zaragoza para las fiestas. A estos tradicionales, Oroz añadió otros cuatro compañeros: el Torero caracterizaba al matador Pepe Hillo; el Boticario, rico hacendado llamado Pedro Alonso; el Robaculeros, una especie de hombre del saco, y la Forana, pareja del Forano. Y con Oroz también aumentó el número de gigantes, hasta contar con ocho de los diez actuales: a la Negra (que representaba África), el Chino (símbolo de Asia), el Rey y la Reina se unieron el Hidalgo (Don Quijote), Dulcinea, y los duques de Villahermosa, protagonistas de los capítulos aragoneses de la novela de Cervantes. «Por ello, se cree que el Robaculeros y la Forana eran en realidad Sancho Panza y Teresa Panza, que con el tiempo perdieron ese origen y se convirtieron en los personajes que conocemos hoy en día», cuenta Moreno en su documental. La comparsa no era estática, y gigantes como la Reina (que en realidad se llama doña Berenguela), a veces es Violante de Hungría o Teresa Gil de Vidaurre (esposas de Jaime I el Conquistador), otras Doña Urraca (mujer de Alfonso I el Batallador).
En 1903 tuvieron un lavado de cara y, sobre todo, de ropa, ya que esperaban salir para la visita de Alfonso XIII, y en 1904 Oroz quiso aumentar la comparsa de cabezudos con nuevos modelos: Pascual el Vigilante, que era sereno de la calle Alfonso, y el Mansi, popular cobrador del paseo de la Independencia. Eran dos personas conocidas en Zaragoza, y cobraron dinero por ceder su imagen, pero tales eran las burlas que prohibieron después al Ayuntamiento sacarlos en la comparsa. Tampoco prosperó el Foranico, el hijo que tuvieron en 1917 la Forana y el Forano, después de que se casaran un año antes. Tan curiosa y divertida era la comparsa zaragozana, que los maestros Miguel Echegaray y Manuel Fernández Caballero la inmortalizaron en 1898 la zarzuela 'Gigantes y Cabezudos', que llevaría al cine el aragonés Florián Rey.
LA REFORMA DE 1964. «Esta comparsa sobrevivió muchos años, hasta que en los años sesenta se consideró que ya hacía falta una remodelación. Había pasado un siglo. Así que se hicieron unos nuevos gigantes y cabezudos. Lo que más sorprende es que, lejos de guardar la antigua comparsa, se le prendiera fuego», señala Santiago Arche. Se refiere al relevo que tuvo lugar el 7 de octubre de 1964, después de la lectura del pregón, que culminó con una gran pira en la que ardieron los gigantes. A los cabezudos los indultaron, «aunque nadie sabe dónde se guardaron. Se han buscado por todos los sitios, pero no están», dice Moreno. Los nuevos gigantes fueron elaborados por el zaragozano Armando Ruiz, que añadió dos más al conjunto: Gastón de Bearn y la dama Bearnesa. De los cabezudos se encargó el valenciano Modesto González. «Los gigantes se construyeron más ligeros, pero la mayor novedad estuvo en los cabezudos, que perdieron sus rasgos grotescos y quedaron menos exagerados», indica el cineasta. Y en 1982 tuvieron una nueva compañera, la Pilara, caricatura de Pilar Lahuerta, la famosa cupletista del Oasis, elaborada por Francisco Rallo. «La última reforma tuvo lugar en 1999 y 2001, cuando se volvieron a rehacer los gigantes y los cabezudos. La comparsa ya estaba muy deteriorada y el Ayuntamiento quiso entonces recuperar los rasgos que diera Oroz en el XIX. Así que se rescataron fotografías antiguas para recrear aquellos gestos», recuerda Moreno. «Afortunadamente, esta vez ninguna figura fue quemada», indica Arche, que considera las comparsas un patrimonio que ha de conservarse. De hecho, ha hecho una campaña para que la comparsa del 64 ocupe un lugar permanente de exposición, y pide que se recupere. «Sobre todo, que no se pierda. Cada cabezudo ocupa un lugar especial en los zaragozanos, y ya se han perdido muchos en los pueblos. Son siglos de cultura, forman parte de nuestras raíces».
AZUTERO: El homenaje al Royo del Rabal
Hasta este año, el Azutero era el benjamín de la comparsa. Se creó en 2013, como homenaje al Royo del Rabal, uno de los más famosos cantadores de jota. «Azutero panzón, deja de cantar jotas y reparte el zurrón», dice su copla. Se espera incrementar la comparsa hasta llegar a los 12 cabezudos, e igualar así el número de gigantes. El Azutero hace el número 10, y la recién llegada Serafina será la número 11. Aún quedará espacio para otra figura: la única condición es que cuente con fundamento histórico y respete la estética del pasacalles.
PILARA, la cupletista
Cuando se añadió en 1982 un nuevo cabezudo fue toda una sorpresa. La última incorporación, en 1947, no había sido precisamente un éxito, y se creía que la comparsa era inamovible. En 1947 se había presentado Sancho Panza, que salió montado en un burro. Ya fuera por el animal o porque el cabezudo no gustó, no se llegó a saber de él. Afortunadamente, no ocurrió lo mismo con la Pilara, que homenajea a la famosa Pilar Lahuerta, cupletista del Oasis. Su bautizo fue multitudinario, con gigantes y cabezudos de toda España.
Etiquetas: Tradiciones varias
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