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jueves, noviembre 25

La baldosa mágica

(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 28 de octubre de 2018)

Al llegar a la cima, me encuentro el consabido monumento del Instituto Geográfico Nacional (siempre que veo un vértice geodésico me entran ganas de merendar, y a ello me pongo). Tengo comprobado que los excursionistas solemos obrar con talento y acatamos de buen grado: «La destrucción de esta señal está penada por la ley», cosa muy lógica.

Estoy a 1.084 metros de altura y disfruto de las vistas. Ante mí, la baja Ribagorza y el norte de La Litera. He subido desde Estopiñán a la ermita de Santa Julita y San Quílez. […] el templo se comenzó a construir en el XVII. Accedo a al interior y repaso el pavimento: «Debe buscar una baldosa marcada con una cruz en aspa. Esa dicen que es. Contaban que, si se pisaba con fe, pronto se encontraba novia… o novio».

Tengo anotados casos similares en Aragón en los que el ritual imponía hincar un pie y girar tres vueltas… «Bueno, aquí los hay que prefieren pasarse por todas las baldosas de San Quílez, por si acaso; deben de tener muchas ganas de casarse. Tómeselo como broma, si quiere».

Antaño, quedarse soltero o soltera acarreaba pocos beneficios. Hace un siglo, todas las quinceañeras de Estopiñán se preguntaban: «¿A quién querré?, ¿a quién querré?». Cuando llegaban a los veinticinco, exclamaban: «iQuién me querrá!, ¡quién me querrá!». Eso es lo que le contó, en 1994, una abuela a mi amigo Manuel Benito, maestro de etnógrafos y siempre recordado.

Tradicionalmente, la fiesta de san Quílez se ha celebrado el 16 de junio. Un ritual de sanación amalgamaba la ancestral magia pagana y el muy bien anclado fervor cristiano: por la noche se penetraba en el bosque para «pasar bajo una encina» a los niños herniados y a quienes padeciesen «flojera de huesos»; luego, se acudía a la ermita y se ofrecían velas encendidas, al tiempo que se imploraba intercesión. Unos versos de los gozos atestiguan la deuda con san Quílez: «De los quebrados infantes / y de otros muchos dolientes / trofeos tenéis pendientes».

Por cierto, al hijo de santa Julita se le ha conocido también con otras variantes del nombre: Circo, Quiles, Quilis, Quírice, Quirico… En tiempo de persecuciones, allá por el 303, madre y niño fueron martirizados en un rincón de la actual Turquía. Él por estozolamiento; ella, desollada, hervida y decapitada. Algunas reliquias acabaron en Francia. Puede que los de allí cedieran unos trocicos a Estopiñán, donde se veneraban hasta que estalló la última guerra. Sí se conserva en la parroquia una capillita-cepillo, con la que el ermitaño recorría la redolada suplicando limosna.

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