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lunes, enero 17

Muralla fluorescente

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 20 de enero de 2019)

Durante buena parte de la historia de Saraquata (la Zaragoza islámica se extiende desde el año 714 al 1118), la capital del Ebro fue apodada la Blanca, calificativo que divulgaron no pocos escritores musulmanes del siglo XII, tal como comenté aquí mismo la semana pasada. Por ejemplo, al-Zuhrí escribe: «Se la llama la Ciudad Blanca porque tiene una tonalidad blanca pues sobre ella hay una luz blanca que no se oculta a nadie ni de día ni de noche».

Tratadistas y viajeros de la época anotaron que tan increíble maravilla se debía a quiméricos resplandores generados quizá desde las tumbas de dos santones, quizá desde el legendario mihrab de la mezquita aljama, quizá del singular yeso utilizado en su caserío… ¿o puede que el espectáculo se engendrara en las murallas? Corrió tinta apoyando la apuesta y de manera insistente, pues muchos autores se limitaron a reelaborar las primeras tesis en tal sentido.

Los geógrafos árabes del siglo X son extremadamente parcos en los datos que aportan sobre Saraquata, pero dos centurias después en casi ninguna descripción falta la referencia a que los muros de la población («muy fuertes» según al-Idrisi) se levantaron con mármol blanco, o alabastro, o bloques de una más que peculiar sal gema extraída de minas cercanas (que ya habían sido elogiadas hacia el año 900 por el famoso Moro Rasis: «Ay venero de sal gema muy blanca e muy luciente, que lo non ha en toda tierra de Espana»).

Abu Hamid al-Gharnati, compilador de maravillas del mundo antiguo que falleció en 1170, llega a aventurar que fue un mago quien decidió el uso de piedra blanca en nuestra muralla, nada menos que allá por tiempos del rey Salomón. Ese 'mármol' (llamémoslo así) se dispuso en bloques «ensamblados como macho en hembra» (eso se lee en el 'Kitab al-Jagrafiyya', manuscrito que se consideró anónimo hasta hace apenas medio siglo). Poco después de la conquista cristiana de Zaragoza, el curioso al-Rusati añadió que las piezas machihembradas se unieron «interiormente con plomo».

Si el resplandor fue insofocable, me da por pensar que más de un paisano se volvería loco por imposibilidad de conciliar el sueño. Verdad o mentira, la bola legendaria sobre Zaragoza continuó rodando en el XIII (Ibn al-Sabbat: «La totalidad de sus murallas fueron construidas con mármoles ensamblados en su interior con plomo, y rodean a cada uno de los arrabales») y en el XIV (Abd al-Munim al-Himyari: «Dicen que su sobrenombre de al-Baida, la Blanca, le viene del hecho de que sus antiguas murallas eran de mármol blanco»).

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