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domingo, febrero 20

Calle cantarranas

(La columna de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 11 de febrero de 2018)

Hoy me quedo en Caspe. Como se asoma al antiguo cauce del Guadalope, la etimología popular ha encontrado explicación sencilla al nombre de la calle Cantarranas: croaban muchas entre los juncos y cañizares, en las orillas del río. Pero la cuestión, por divertida, bien merece un análisis menos precipitadla al que me voy a arriesgar. Partamos de la existencia de una doble raíz: ‘canta' y 'rana'.

De origen prerromano, 'canta' debe asociarse al significado 'piedra' o ‘roca'. Con este valor se incluye en topónimos zaragozanos como Gallocanta y Cantalobos (y, más claramente, en al salmantino Cantalapiedra). Por extensión, el campo semántico entra en contacto con todo terreno que se presta a la defensa. Y la cosa encaja en el caso de mi ciudad: por la calle Cantarranas discurría buena parte del lienzo de la muralla medieval de la villa, cuya robustez pétrea todavía está a la vista en algunos paños que deberían ser restaurados y señalizados como tales.

También sería posible relacionar la raíz con el sustantivo árabe ‘qanta', del que deriva, por ejemplo, alcántara, es decir: el puente, el dique, o el acueducto que sirve para conducir el agua. ¿Y lo de 'rana'? Pues se ha propuesto encontrar a la madre de este cordero en ‘rahâ', que es otra voz árabe con la que se designaba un ‘molino', ingenio que podía ponerse en marcha con agua como fuerza motriz.

Tras el nombre de nuestra calle Cantarranas latiría la descripción de un espacio urbano más o menos en alto y defensivo, con algún conducto que encauzara agua, cuya fuerza de decantación se aprovecharía.

No puedo dar por zanjado el asunto, simplemente me limito a abrir un caprichoso melón desde la osadía de quien no es filólogo y puede estar equivocado. Conozco otras calles Cantarranas en Aragón (Malón y Lobera de Onsella, por no salirnos de la provincia de Zaragoza y citar dos extremos), y sería bueno estudiar su topografía. No somos originales, hasta en Francia e Italia se puede rastrear con colmado éxito el nombre que nos ocupa. Incluso hay quien ha escrito un monólogo cómico de costumbres baturras titulado ‘El bando de Cantarranas' (Teodoro Iriarte, zaragozano que lo publicó en 1919).

En fin, a pesar de que el topónimo se podría relacionar con el agua que fluye, los coleccionistas de curiosidades pueden anotar la paradoja de que hasta finales de 1961 el agua corriente no llegó a las casas de Cantarranas, pues fue entonces cuando se finalizó la instalación de este servicio en el barrio caspolino de La Muela, que es en el que zigzaguea la calle que nos ha ocupado.

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