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jueves, noviembre 24

Zaragoza desconocida: Bodegas del casco histórico. La ciudad subterránea

(Un texto de R.C.L. en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2013)

Bajo algunos edificios quedan bodegas y pasadizos de lo que fue un auténtico entramado de calles y sótanos que iban desde el Ebro hasta Independencia. Algunos, como la bodega del Albergue, están abiertos al público.

Esto no es una escalera, es un túnel del tiempo que te lleva del siglo XXI al siglo XV», dice José Juste, gerente del Albergue de Zaragoza (calle Predicadores, 70), mientras desciende hacia la bodega del edificio. La estancia, de unos 143 metros cuadrados, data «de 1470, de la época en que vino a vivir aquí Pedro de Arbués como inquisidor de Aragón», detalla.

Aunque en el siglo XVII se derribó el edificio que tenía encima, la bodega se conservó y todavía hoy se pueden apreciar perfectamente con algunos retoques, entre ellos unos arcos fajones imprescindibles para su consolidación la estructura original de ladrillo abovedada y las salidas hacia los túneles que la conectaban con la red de pasadizos que hubo en Zaragoza.

De aquella ciudad bajo tierra perduran algunas bodegas y trozos de los túneles que eran una verdadera malla de calles por las que se podía llegar desde el Ebro a lo que hoy es la Diputación de Zaragoza sin salir a la luz del sol. «Se habla de que había toda una ciudad de pasadizos subterráneos. Supongo que era útil para la defensa, más que los grandes muros», dice Juste.

Bajo el Albergue queda un estrecho y oscuro pasaje de unos siete metros de largo que avanza con unas escaleras bajo la calle Predicadores y que está cegado allá donde antaño se bifurcaba en otras direcciones.

En la bodega, a 4,5 metros de profundidad bajo el nivel de la calle, cuatro vanos más coronados por arcos dan testimonio de ya ausentes salidas a túneles que hacia el norte (pasando bajo lo que fueron las caballerizas) daban salida al río para la evacuación de desperdicios y hacia el sur, comunicaban con resto del entramado urbano.

No sabemos qué hubiese pensado el bueno de Arbués de haber sabido que en su palacio, anejo al convento de dominicos, iban a celebrarse siglos después conciertos de jazz los domingos y hasta un encuentro de «sado controlado» (en 2011), por no hablar de que el recinto sirve ocasionalmente como lugar de encuentro y oración para musulmanes (de la comunidad Arrisala).

Y es que esta bodega, conocida hoy como La Bóveda del Albergue, es actualmente por expreso deseo de sus gestores, la empresa Zaragoza Activa S.L., un recinto abierto al público donde no faltan actividades de lo más heterogéneo durante todo el año, desde actuaciones musicales a cenas temáticas (la agenda se puede consultar en internet en http://labovedazgz.com).

Por supuesto, también se organizan las clásicas «visitas guiadas, en colaboración con Los Navegantes y el Plan Integral del Casco Histórico, en las que la gente puede ver varias bodegas del Casco y se les va contando su historia», explica José Juste.

Así, los zaragozanos curiosos y los turistas se van enterando de que estos sótanos han tenido muchos usos y en ellos han pasado multitud de cosas. Han servido y sirven como almacenes o bodegas (por sus excelentes condiciones de temperatura fresca y humedad controlada), de red de comunicaciones (antes de que se tapiasen sus puntos de enlace), de hospital en la Guerra de la Independencia contra los franceses, de escondite y refugio en la Guerra Civil, de cárcel, de sala de ensayos de compañías teatrales (como El Grifo) y grupos musicales, de bares e incluso de plató de televisión.

Pero más allá de la importancia histórica de que los sótanos de la zona hubieran sido mazmorra del decapitado Justicia Juan de Lanuza en el siglo XVI lo cierto es que la propia estructura sigue siendo un atractivo suficiente para justificar visitas de propio. José Juste cuenta que, todos los años, «estudiantes de la Escuela de Arquitectura de Madrid vienen para conocer la bodega del Albergue, tanto por lo que se conserva como por la rehabilitación que hubo que hacer en 2007». Cuenta que, para preservarla, no hay excesivos problemas: «Pese a la cercanía del río, no hemos tenido problemas de filtraciones, aunque en su día hubo que consolidar las columnas porque la humedad había subido por capilaridad y las había reventado». Juste augura un buen futuro al recinto. «Yo creo que aguantaría perfectamente un bombardeo», dice. Esperemos que no haya comprobación empírica...

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