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miércoles, noviembre 16

Zaragoza desconocida: La base aérea, la huella de EE.UU. en Zaragoza

(Un texto de M. Llorente en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2013)

Tener un amigo militar trabajando en la Base de Zaragoza es el mejor pasaporte para descubrir cómo vivían ya hace más de 50 años los americanos. Su ‘way of life' supuso una avanzadilla cultural en el Garrapinillos y la Zaragoza de la época.

Veintiún años después de que los americanos se marchasen de Zaragoza, su presencia se recuerda aún por todos los rincones de la Base Aérea. Desde cuadros con imágenes de indios del Oeste que adornan la peluquería hasta el espectacular gimnasio con sus típicas taquillas, las gradas de madera y el marcador con la numeración en inglés, sin olvidar la nueva bolera -estrenada en 1991, justo un año antes de que se fueran-, la sauna, el campo de golf o las pistas de racket cuyas raquetas especiales se hacían traer desde Estados Unidos. Los hangares, el campo de béisbol, el cine, la cafetería con las típicas mesas de formica y el asiento corrido alrededor son otros tantos escenarios que evocan el estilo de vida americano visto tantas veces en sus películas.

Y es que la Base de Zaragoza no fue diferente a otros lugares en los que se asentaron. Los norteamericanos allá donde van reproducen su `way of life' o forma de vida y la capital aragonesa no fue una excepción. «Aquí tenían de todo», explica Ángel Díaz Avellaneda, mecánico de mantenimiento de aviones en estas instalaciones militares, que actualmente ocupa el Ejército del Aire español. «Esta base era como un pueblo. Bueno, mucho mejor. Había desde chalés unifamiliares con su porche y su jardín, bolera, cine, gimnasio, piscinas, hospital, farmacia, economato donde se compraban los vaqueros a mitad de precio, librería, tienda de souvenirs, etc». Después de llevar 43 años trabajando en estas instalaciones militares -mitad con los americanos y el resto con los españoles-, Díaz recuerda el empleo que la Base generó en toda la zona de Garrapinillos y el marco de apertura y avance económico y social que supuso su presencia. «Sabían divertirse. Muchos zaragozanos, amigos suyos, venían aquí a ver enteras las películas que en los cines de Zaragoza se proyectaban censuradas. También acudían a los conciertos de música country y rock and roll que organizaban y para participar en actividades de caza y pesca. En Caspe tenían su propio club para practicar la pesca de la perca americana o ‘black bass'».

La vida en la Base era como un pequeño oasis dentro de un desierto. Lo que hoy está tan de moda, hacer deporte, era ya una práctica habitual dentro del recinto hace ya más de 50 años. También, en actividades culturales fueron precursores. Contaban hasta con su propia emisora de radio en FM para poder escuchar su música. No les faltaban tampoco comodidades como la nevera o la lavadora, de la que carecían muchos hogares aragoneses, que permitían a los americanos vivir de otra manera. «He conocido de todo, americanos buenos, malos y regulares, pero la verdad es que después de tantos años y de lo que me hicieron aprender me considero parte de ellos», evoca. A su mente acuden también las imágenes de modelos Chevrolet, Cadillac, Buick o Dodge que solían conducir. «A mí me tocó llevar un Cadillac. Ya era automático entonces. Pensé que no sabría manejarlo, pero me acostumbré pronto».

Como indica Ángel Díaz a lo bueno no resulta difícil aclimatarse. «Dejaron muchos dólares aquí. Tenían dinero y eso se notaba en todo. Solo hay que ver la enorme pista que construyeron, una de las más grandes de Europa, así como las instalaciones de alrededor. No carecían de nada». Aunque el paso de los años y la crisis, que ha golpeado también al Ejército español, se nota en los interiores de la Base Aérea, la huella de lo que fue está presente.

«En lo que son las suites del club de oficiales 'El cierzo' se conserva intacto el mobiliario robusto de madera de aquellos años y las camas de 1,50 que entonces no eran habituales, así como neveras en cada una de las habitaciones». La moqueta en los pasillos, el aire acondicionado y los jardines interiores recuerda también el trocito de América que se instaló en lo que entonces eran secos campos zaragozanos. «La urbanización de San Lamberto se hizo a imagen y semejanza de los chalés de la Base. Entonces en Zaragoza no había nada similar». Hoy muchos están ya remodelados y, desde luego, los coches que aparecen junto a ellos nada tienen que ver con los de los años cincuenta. Actualmente, el estilo de vida fuera y dentro del recinto militar apenas presenta diferencias salvo en lo que a seguridad se refiere. Pero el legado americano sigue siendo muy importante. «Esta Base de entrenamiento de pilotos y prueba de aviones es la mejor que hay», asegura convencido Ángel Díaz, hijo y nieto de militares, que ha hecho de la Base zaragozana su oficio y su vida.

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