Con acero, valor, sangre y muerte. Así vencieron los 300
soldados al mando de Don Pelayo, el primer
monarca del reino de Asturias, a los miles de musulmanes que
osaron asediar Covadonga, el último enclave
cristiano que aún resistía en la Península Ibérica tras la
invasión árabe
Por aquel entonces, el año 722, una pequeña
parte de Asturias era lo único que quedaba en el mapa de la
tierra que un día habían dominado los visigodos. No obstante,
en ella habitaba un ínfimo reducto de soldados que, tras
derrotar y poner en huida al ejército musulmán, inició hacia
el sur la Reconquista cristiana, aventura
que acabaría ocho siglos después cuando los musulmanes fueran
expulsados de Granada.
Covadonga fue el pistoletazo de salida del proceso que
llevaría al nacimiento, en un futuro, de los diferentes reinos
ibéricos a costa de la expulsión de los musulmanes.
Sin embargo, fue también la reacción tardía de un pueblo que,
en tan sólo diez años, había perdido a manos del invasor la
mayoría del territorio en el que un día se había asentado.
Para conocer las causas por las que Don Pelayo tuvo
que iniciar la Reconquista es necesario remontarse
hasta el año 711. En aquel tiempo, el control de la Península
Ibérica, Hispania, pertenecía a los visigodos, un pueblo
cristiano al mando del cual se encontraba el rey Don Rodrigo.
Este, se había hecho con el trono después de mantener una
fuerte guerra civil con los partidarios del anterior y
fallecido líder Witiza, la cual finalmente había vencido.
Comienza la invasión
El sabor de la victoria no duraría demasiado a Don Rodrigo,
como bien explica el periodista y profesor de bachillerato
Domingo Domené Sánchez en su libro «Año 711, La invasión
musulmana de Hispania». «En (…) el año 710 posiblemente
llegaron a Ceuta (territorio musulmán) la viuda e hijos de
Witiza en busca de ayuda para recuperar el trono», determina
el experto.
Al parecer, los descendientes de Witiza, obsesionados
como estaban por conseguir el trono de «Hispania» -el
que consideraban suyo por derecho-, no tuvieron reparos en
pedir ayuda a los musulmanes. «La llamada a fuerzas que
podríamos llamar extranjeras para conseguir el poder o
afianzarse en él no era nueva (…). En las ocasiones
anteriores, en cambio, los extranjeros no habían aspirado a
dominar toda Hispania, habían cobrado su ayuda en dinero (…) o
en territorio (…) y habían dejado las cosas como estaban»,
añade Domené.
No sería este el caso de los musulmanes que, sabedores de la
debilidad cristiana, vieron en esta lucha interna un momento
perfecto para invadir la Península Ibérica. Así, Musa ben Nusayr -gobernador
musulmán de Ifriqiya (Túnez)-, decidió que era el momento de
hacerse con las riquezas de Hispania, empresa que encargó a un
ejército de 11.000 bereberes al mando de Tariq, uno
de sus más reconocidos generales.
Para hacerles frente, el recién coronado Don Rodrigo partió a
marchas forzadas hasta Cádiz, lugar en el que plantaría
batalla junto al río Guadalete al mando de una inmensa hueste
de soldados visigodos.
Guadalete, la gran derrota
«Don Rodrigo llegó a Córdoba y allí concentró su ejército
para la expedición bélica. Se cree que llevaba 40.000 hombres
(…) y que tomó la vía romana Córdoba-Écija-Cádiz, mientras que
Tariq avanzaba por la de Algeciras-Sevilla (…). El 19 de Julio
se encontraron cerca de las ruinas de la ciudad de Lacea, en
el Wadi-Lakka musulmán que nosotros llamamos el río
Guadalete», explica el experto en su texto.
Sin embargo, y en contra de lo que pueda parecer a primera
vista, el bando cristiano no contaba ni mucho menos con una
ventaja abrumadora. «En cualquier actividad los profesionales
tienen ventaja sobre los aficionados y el ejército
musulmán estaba formado por soldados profesionales,
mientras que el godo estaba constituido en gran parte por
esclavos forzados a combatir. No había pues ventaja para
ninguno de los dos bandos», añade Domené.
A su vez, lo que finalmente decantó la balanza en la batalla
fue la traición de los dos oficiales que manejaban los
flancos del ejército de Don Rodrigo, algo que se
explica en el libro «Colección de tradiciones: Crónica anónima
del S.XI». «Encontráronse Rodrigo y Tariq (…) en un lugar
llamado el lago, y pelearon encarnizadamente; más las alas
derechas e izquierdas, al mando de Sisberto y Obba, hijos de
Gaitixa (Witiza), dieron a huir, y aunque el centro resistió
algún tanto, al cabo Rodrigo fue también derrotado y los
musulmanes hicieron una gran matanza».
Tras la gran derrota, nunca se volvió a saber el
paradero de Don Rodrigo. Muchos afirman que huyó
para morir poco tiempo después de sus heridas, mientras que
algunos historiadores musulmanes determinan que falleció en un
combate singular contra Tariq, quien acabó con él de un
lanzazo
Independientemente del destino del rey, lo que es
indiscutible es que, tras su derrota, no quedó nadie para
hacer frente al ejército bereber. De esta forma, y en apenas
10 años, los musulmanes llevaron a cabo una rápida conquista
de Hispania que relegó a los visigodos al norte.
«Aunque cuando, tanto los romanos como los musulmanes
conquistaron Hispania, (…) los historiadores se han preguntado
(…) cómo el tiempo empleado en la conquista fue tan diferente
en los dos casos (200 años por parte de los romanos y 10 en el
caso los musulmanes)», determina el experto.
No obstante, para Domené las causas están claras: «La
Hispania prerromana no era una unidad política (…)
No había pues, una autoridad suprema para todo el país capaz
de aglutinar la resistencia o proponer la rendición frente al
invasor, sino múltiples jefes supremos a los que era preciso
ir sometiendo uno a uno. Por el contrario, la
Hispania gobernada por los godos sí era una unidad política»,
afirma Domené. De esta forma, con la desaparición de Don
Rodrigo, el territorio entero se vino debajo de un solo golpe.
«En su invasión, los musulmanes encontraron un apoyo interior
significativo»A su vez, el pueblo hispano no opuso demasiada
resistencia a los musulmanes, pues en un principio entendían
que su llegada les libraría del abuso de los nobles
godos, quienes solían exigir grandes tributos a la población.
De esta forma, los invasores supieron ganarse la confianza de
la sociedad eliminando varios impuestos.
Finalmente, una de las principales causas de la rápida
conquista fue el sustento que los musulmanes tenían en la
Península. «Los romanos no contaron con un apoyo
interior significativo y los musulmanes sí. Además
de los witizanos, los musulmanes contaron con el
colaboracionismo de los judíos», añade Domené en su texto.
Comienza la resistencia
A pesar de la rápida conquista, los cristianos todavía
guardaban una desagradable sorpresa a los musulmanes pues, en
el norte, se empezó a gestar una resistencia en contra de la
invasión. Concretamente, centenares de godos
comenzaron a asentarse sobre las cordilleras cantábricas y
pirenaicas.
«Bajo el hecho geográfico de la división de la franja
cantábrico-pirenaica en cuatro zonas (…) podemos considerar
que hubo cuatro núcleos de resistencia antimusulmana que, por
simplificar, llamaremos el núcleo astur-cántabro y, en los
Pirineos, el vasco-navarro, el aragonés y el catalán», señala
el experto en su libro.
Aunque estos pequeños grupos de cristianos todavía no podían
plantar cara a los invasores, se decidieron a defender a
ultranza sus territorios, de manera que los musulmanes no
tuvieron más remedio que abandonar la idea de conquistarles.
En contra, se limitaron a exigirles duros impuestos y
establecer fortificaciones cerca de ellos para controlar su
expansión.
Al fin, la primera resistencia se empezaba a gestar
en todo el territorio montañoso, aunque sobre todo
en el núcleo astur. De hecho, no pasó mucho tiempo hasta que
este pequeño grupo del norte vio subir al poder a un líder que
les llevaría a la victoria: Don Pelayo.
Este supuesto noble tomó el poder a finales del año 718
cuando, cansado de los fuertes tributos a los musulmanes,
convenció a sus compatriotas para dejar de pagar los
impuestos. «Pelayo les debió animar a no pagar con
un argumento tan simple y poderoso como el de que, si los
musulmanes querían dinero, que fueran a buscarlo allí, a la
montaña», determina Domené.
Covadonga, inicio de las hostilidades
No obstante, los musulmanes reaccionaron como cabía esperar:
formaron un poderoso ejército y se dirigieron con decisión
hasta el núcleo astur decididos a acabar de una vez con la
rebelión. Por su parte, los cristianos, de manos de Don
Pelayo, decidieron plantar cara al ejército musulmán. El
enclave para resistir los ejércitos arábigos fue Covadonga,
un paraje situado cerca de Cangas de Onís (al este
de Asturias).
Concretamente, Don Pelayo protegió este territorio con los
escasos soldados que pudo reunir. «Ante el acoso musulmán,
Pelayo y sus hombres, unos 300, se refugiaron en Covadonga,
una cueva del monte Auseba que está al fondo de un estrecho
valle en los Picos de Europa», explica el experto.
En este punto la historia se diluye y varía dependiendo de si
el cronista es cristiano o musulmán. Esto se debe a que los
primeros trataron el suceso como una batalla de dimensiones
épicas mientras que los segundos pasan por alto este suceso y
lo consideran de escasa importancia.
Según los cronistas cristianos, antes de la batalla un
antiguo obispo visigodo llamado don Oppas -comprado por los
musulmanes- trató de convencer a Don Pelayo de rendirse. Sin
embargo, este se mantuvo firme hasta el final.
«Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y el
ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas
frente a la entrada de la cueva. El predicho obispo (el
arzobispo don Oppas, hijo de Witiza) subió a un montículo
situado ante a la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: (…)
“Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se
hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y
brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y
que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no
pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿Podrás tú
defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil.
Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de
muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos»,
explican las crónicas cristianas escritas en tiempo de Alfonso
III.
Pelayo respondió: «¿No leíste en las Sagradas
Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el
grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia
de Dios?». El obispo no pudo más que contestar que
así era. La decisión estaba tomada, don Oppas sabía que habría
que combatir para expulsar a los astures y así se lo hizo
saber a los invasores.
El oficial musulmán ordenó entonces que sus soldados armaran
las catapultas y acabaran con la débil defensa cristina. «Se
prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon
las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas», narran los
antiguos textos.
Según cronistas cristianos de la época una fuerza divina se
unió a Don PelayoSin embargo, y según los cronistas
cristianos, en ese momento una fuerza divina se unió a
Don Pelayo dándole la victoria frente a los 188.000 soldados
del ejército musulmán. «Al punto se mostraron las
magnificencias del Señor: las piedras que salían de los
fundíbulos (catapultas) y llegaban a la casa de la Virgen
Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra
los que las disparaban y mataban a los caldeos (musulmanes).
(…) En el mismo lugar murieron 125.000 caldeos y
los 63.000 restantes subieron a la cumbre del monte Auseba»,
determinan las escrituras.
A continuación, y siempre según los escribanos de Alfonso
III, Dios volvió a intervenir: «Ni estos escaparon a la
venganza del Señor; cuando (los musulmanes) atravesaban por la
cima del monte que está a orillas del río Deva (…) se cumplió
el juicio del Señor: el monte, desgajándose de sus cimientos,
arrojó al río a los 63.000 caldeos y los aplastó a todos».
Covadonga, según los musulmanes
Por el contrario, las escrituras musulmanas guardan una
visión mucho menos heroica. En ella, se afirma que unos pocos
miles de soldados acudieron a Galicia para combatir contra «un
asno salvaje llamado Pelayo». De hecho, en palabras
de los islamistas, los soldados árabes cercaron a las tropas
cristianas hasta que estas murieron casi en su totalidad de
hambre.
«Los soldados (musulmanes) no cesaron de atacarle hasta que
sus soldados (los de Pelayo) murieron de hambre y no quedaron
en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. (…) La
situación de los musulmanes llegó a ser penosa y al cabo los
despreciaron diciendo: “Treinta asnos salvajes. ¿Qué daño
pueden hacernos?», afirman las crónicas traducidas por los
españoles Alcántara y Albornoz.
¿Qué sucedió en realidad?
A pesar de las múltiples versiones, Domené Sánchez expone una
versión más realista y posible dentro del texto: Según el
profesor, Al Qama y los suyos se vieron obligados a penetrar por
un angosto valle para plantar cara a los astures.
«La estrechez del terreno no les permitía desplegarse. Tenían
pues que avanzar en fila. A los seguidores de Pelayo, situados
en las laderas, les fue relativamente fácil hacerlos
retroceder por un procedimiento tan simple como el de arrancar
peñas y lanzarlas ladera abajo», afirma el experto.
su vez, determina que lo que las crónicas cristianas explican
como un milagro, -el que la ladera y el río se tragaran a
miles de musulmanes-, pudo haber sido más bien un afortunado
desprendimiento de tierra. Finalmente, el profesor es bastante
escéptico con respecto al gran número de soldados musulmanes
fallecidos: «El cronista (….) fue excesivo al decir
que el ejército musulmán tenía 188.000 soldados».
Fuera como fuese, lo cierto es que la victoria de Covadonga
supuso el inicio de la Reconquista cristiana,
la cual duraría nada menos que ocho siglos. Y ya saben lo que
dice el dicho: «Asturias es España y lo demás tierra
conquistada».
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