Blas de Lezo, el vasco que humilló a los ingleses
(La columna de Arturo Pérez Reverte en el XLSemanal del 22 de agosto de 2010)
Hace doce años, cuando escribía La carta
esférica, tuve en las manos una medalla
conmemorativa, acuñada en el siglo XVIII, donde Inglaterra se
atribuía una victoria que nunca ocurrió. Como lector de libros
de Historia estaba acostumbrado a que los ingleses oculten sus
derrotas ante los españoles -como la del vicealmirante Mathews
en aguas de Tolón o la de Nelson cuando perdió el brazo en
Tenerife-, pero no a que, además, se inventen victorias.
Aquella pieza llevaba la inscripción, en inglés: El
orgullo de España humillado por el almirante Vernon; y
en el reverso: Auténtico héroe británico, tomó Cartagena
-Cartagena de Indias, en la actual Colombia- en abril de 1741.
En la medalla había grabadas dos figuras. Una, erguida y
victoriosa, era la del almirante Vernon. La otra, arrodillada
e implorante, se identificaba como Don Blass y aludía al
almirante español Blas de Lezo: un marino vasco de Pasajes
encargado de la defensa de la ciudad. La escena contenía dos
inexactitudes. Una era que Vernon no sólo no tomó Cartagena,
sino que se retiró de allí tras recibir las suyas y las del
pulpo. La otra consistía en que Blas de Lezo nunca habría
podido postrarse, tender la mano implorante ni mirar desde
abajo de esa manera, pues su pata de palo tenía poco juego de
rodilla: había perdido una pierna a los 17 años en el combate
naval de Vélez Málaga, un ojo tres años después en Tolón, y el
brazo derecho en otro de los muchos combates navales que libró
a lo largo de su vida. Aunque la mayor inexactitud de la
medalla fue representarlo humillado, pues Don Blass
no lo hizo nunca ante nadie. Sus compañeros de la Real Armada
lo llamaban Medio hombre, por lo que quedaba de él;
pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio. Como
los del caballo de Espartero.
La vida de ese pasaitarra -mucho me sorprendería que
figure en los libros escolares vascos, aunque todo
puede ser- parece una novela de aventuras: combates navales,
naufragios, abordajes, desembarcos. Luchó contra los
holandeses, contra los ingleses, contra los piratas del Caribe
y contra los berberiscos. En cierta ocasión, cercado por los
angloholandeses, tuvo que incendiar varios de sus propios
barcos para abrirse paso a través del fuego, a cañonazos. En
sólo dos años, siendo capitán de fragata, hizo once presas de
barcos de guerra enemigos, todos mayores de veinte cañones,
entre ellos el navío inglés Stanhope. En los mares
americanos capturó otros seis barcos de guerra, mercantes
aparte. También rescató de Génova un botín secuestrado de dos
millones de pesos, y participó en la toma de Orán y en el
posterior socorro de la ciudad. Después de ésas y otras muchas
empresas, nombrado comandante general del apostadero naval de
Cartagena de Indias, a los 54 años, y tras rechazar dos
anteriores tentativas inglesas contra la ciudad, hizo frente a
la fuerza de desembarco del almirante Vernon: 36 navíos de
línea, 12 fragatas y varios brulotes y bombardas, 100 barcos
de transporte y 39.000 hombres. Que se dice pronto.
He visto dos retratos de Edward Vernon, y en ambos
-uno, pintado por Gainsborough- tiene aspecto de inglés
relamido, arrogante y chulito. Con esa vitola y esa cara, uno
se explica que vendiera la piel antes de cazar el oso,
haciendo acuñar por anticipado las medallas conmemorativas de
la hazaña que estaba dispuesto a realizar. Pese a que a esas
alturas de las guerras con España todos los marinos súbditos
de Su Graciosa sabían cómo las gastaba Don Blass, el
cantamañanas del almirante inglés dio la victoria por segura.
Sabía que tras los muros de Cartagena, descuidados y medio en
ruinas, sólo había un millar de soldados españoles, 300
milicianos, dos compañías de negros libres y 600 auxiliares
indios armados con arcos y flechas. Así que bombardeó,
desembarcó y se puso a la faena. Pero Medio hombre, fiel a lo
que era, se defendió palmo a palmo, fuerte a fuerte, trinchera
a trinchera, y los navíos bajo su mando se batieron como
fieras protegiendo la entrada del puerto. Vendiendo carísimo
el pellejo, bajo las bombas, volando los fuertes que debían
abandonar y hundiendo barcos para obstruir cada paso, los
españoles fueron replegándose hasta el recinto de la ciudad,
donde resistieron todos los asaltos, con Blas de Lezo
personándose a cada instante en un lugar y en otro, firme como
una roca. Y al fin, tras arrojar 6.000 bombas y 18.000 balas
de cañón sobre Cartagena y perder seis navíos y nueve mil
hombres, incapaces de quebrar la resistencia, los ingleses se
retiraron con el rabo entre las piernas, y el amigo Vernon se
metió las medallas acuñadas en el ojete.
Blas de Lezo murió pocos meses después, a resultas
de los muchos sufrimientos y las heridas del asedio, y el rey
lo hizo marqués a título póstumo. Creo haberles dicho que era
vasco. De Pasajes, hoy Pasaia. A tiro de piedra de San
Sebastián. O sea, Donosti. Pues eso.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XVIII
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