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miércoles, noviembre 29

Zaragoza desconocida: Interior de la torre de la Seo. Dos atalayas en una, el reloj y su enigma

(Un texto de Nuria Casas en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2013)

Desde el campanario de la Torre de la Seo se observa una bella y poco conocida perspectiva de la plaza de las Catedrales.

El interior de la torre de la Seo no lo visitó ni su artífice, el arquitecto italiano Contini. Uno de los pocos que suben sus peldaños muy de tarde en tarde es el técnico de Pérez de Mezquía, encargado de mantener el reloj electrificado.

El arquitecto italiano Giovanni Contini, autor del proyecto de la torre barroca de la catedral de San Salvador de Zaragoza, jamás visitó su obra a orillas del Ebro, acabada en 1704. El discípulo de Bernini se perdió la posibilidad de subir los 208 peldaños que conducen por su interior hasta el primer cuerpo del campanario de la Seo y, desde allí, admirar la belleza de la ciudad. Entonces todavía no despuntaban las torres del Pilar, que tardaron un par de siglos más en elevarse hacia el cielo zaragozano.

Ahora ni siquiera las palomas pueden acceder al corazón de la atalaya de 91 metros de altura, cerrada a las visitas. Las mallas metálicas mantienen a raya a las aves inoportunas. Una de las pocas personas que, muy de tarde en tarde, sube las escaleras que serpentean por el interior hacia el chapitel bulboso es Javier Hidalgo, el técnico de Pérez de Mezquía encargado del mantenimiento del reloj electrificado. Estos maestros relojeros zaragozanos acometieron, hace poco más de una década, la sustitución del anterior mecanismo de 1920 (que arregló Pérez de Mezquía y se guarda en una caja en la Seo), por la tecnología más avanzada para lograr los toques de campana programados.

Una pequeña hornacina alberga la caja metálica que permite dar vida al bello reloj escultórico que luce al otro lado de la pared. Una obra coronada por un gallo cuyos números romanos contienen un aparente fallo que se repite en otros relojes monumentales: el 4 se representa MI en vez de IV. Hay diversas hipótesis que explican este enigma. El propio Hidalgo se decanta por una respuesta de carácter estético: la división de las doce horas del reloj en tres bloques iguales (cuatro horas con palos, cuatro horas con uves y otras cuatro con equis). Otra interpretación la recoge Carlo Frabetti en 'Malditas Matemáticas. Alicia en el país de los números': IV son las iniciales en latín del nombre del dios más importante en la antigua Roma (IVPITER), por lo que parecía irreverente utilizarlas para designar al número cuatro.

Al interior de la torre se accede desde el edificio destinado al Cabildo Metropolitano, lugar de trabajo del único deán del mundo que tiene a su cargo no una, sino dos catedrales, en la actualidad Manuel Almor. La torre barroca aloja, como si de una muñeca matriosca se tratara, otra atalaya de planta octogonal. Según dejó escrito el arquitecto Francisco Iñiguez en 'Torres mudéjares aragonesas' en 1937, allí se ubicaba el alminar de la mezquita taifal, y así lo han seguido defendiendo discípulos suyos como Javier Peña Muro. Pero otras voces tan autorizadas como la de Gonzalo Borrás discrepan de esta tesis. No quedan vestigios a la vista y tanto la torre encapsulada como la parte interna de la obra barroca están fabricadas con ladrillo en la misma época. En la base destacan las piedras de sillería de alabastro.

La torre ha sido protagonista de algunos sucesos que causaron alarma en la ciudad, e incluso tuvo que ver modificada su original estructura (que acometieron, en ausencia de Contini, los maestros de obra zaragozanos Pedro Cuyeo, Gaspar Serrano y Jaime Búsiñac). Así, en 1850, el monumento sufrió en su corona la furiosa embestida de un rayo, el chapitel fue destruido y no se reconstruyó hasta enero de 1861. De ello da testimonio una fotografía de Mariano Júdez.

Años más tarde, a las cuatro y diez del domingo 14 de julio de 1974, un trueno tremendo sacudió la ciudad y un rayo penetró por el campanil de la Seo. HERALDO lo contó así: «Un ruido ensordecedor, una nube de polvo y cascotes y el fulgor de una centella lanzaron contra el suelo a las seis únicas personas que se hallaban en el interior del templo: el sacristán mayor, don José Melero, tres dependientes de la Iglesia y una pareja de turistas».

«El rayo cayó en la torre y una centella penetró por el campanil del cimborrio, bajó por detrás del gran retablo y volvió a salir por los ventanales del ábside», relataba este periódico. El estruendo provocó el pánico de los vecinos, que salieron de sus casas gritando: «¡Que se quema la Seo!». Hubo daños, pero por suerte no ardió la hermosa catedral de San Salvador.

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